EL FOGÓN Y LA LEÑA EN LA CARACAS COLONIAL


   El uso del fogón y la leña fueron dos inseparables recursos que corrieron parejos con la historia de Caracas, en la atención de la básica e irrenunciable necesidad del cocimiento de los alimentos para el consumo, como se solía decir entonces: de sus vecinos, habitantes y estantes. Sin embargo, debe aclararse en este particular, que los pueblos aborígenes del valle de Caracas, antes de la llegada de los españoles, también emplearon el fuego con la misma finalidad para la confección de ciertos alimentos como el casabe. La preparación y consumo de este pan, predilecto de estos pueblos indígenas, los liberó en buena medida de su dependencia con la naturaleza cuando eran sociedades nómadas dedicadas a la caza y recolección. La introducción del fogón como un método en cierto modo distinto al indígena, para la cocción de los alimentos durante el proceso de conquista española, sirvió de preámbulo para que, a lo largo de la existencia del dilatado orden colonial en la ciudad de Caracas, fuese ese fogón junto con la leña uno de los medios y recursos más necesitados por los caraqueños, independientemente de su condición social.
          
Cuando referimos cierta distinción del fogón con el método empleado por los pueblos aborígenes, lo hacemos pensando en la obvia diferencia entre una simple fogata al aire libre y el fogón que se usa en sitios cerrados. Es lógico pensar que las hordas conquistadoras en sus marchas punitivas, sacaron mucha utilidad de las fogatas para elaborar sus ranchos de  comidas que mantenían satisfechos a su soldadesca e indios ladinos que los acompañaban; pero una vez fundada la ciudad y puesto en marcha el proceso de poblamiento y colonización con la aparición de la retícula urbana con sus edificaciones regulares, la sobrevivencia de esa primigenia y precaria población, requería de una constante alimentación, que basada en la memoria gustativa hispana, necesitaba de fogones y mucha leña para su preparación. En aquellos tiempos del imberbe villorrio que era Santiago de León, nombre con el que inicialmente fue fundada Caracas, sus casas eran por lo general de techos pajizos y paredes de bahareque, en cuyas divisiones no había un sitio a propósito para cocinar; es decir, no existía en Caracas algo que con el tiempo serviría en término preciso de cocina, y que sugería, por tanto, que era el lugar donde lógicamente se cocinaba. En este sentido, tampoco había un comedor que congregara a los comensales, pues el acto de comer en una mesa, se hacía en cualquier parte de la casa o morada con mucha preferencia en los cuartos de dormir o descansar. En una palabra, el fogón por lo general, era suerte de pira o fogata que se improvisaba en medio de la casa o cualquier otra pieza de la vivienda para cocinar los alimentos que era conocido como fogón de humo, por los obvios inconvenientes que producía su utilización. La chimenea que resolverá esta cuestión de expulsar la humareda, se llevará su tiempo para su invención, generalización y obligado empleo en el mundo.
          
Concluido el siglo XVII que contempló la casi destrucción de Caracas al experimentar su primer y devastador terremoto conocido como de San Bernabé por haber acontecido el día de su onomástico, el 11 de marzo de 1641; la ciudad debió reconstruirse en buena parte con la confección de casas y edificaciones de mejor calidad. Para ello el Ayuntamiento tuvo que intervenir seriamente ante el caos circundante, no sólo creando los cargos de alarifes de la construcción, tanto en albañilería como en carpintería, sino nombrando alcaldes para examinar a los artesanos dedicados a las distintas profesiones en la ciudad, incluyendo desde luego a los desacreditados albañiles y carpinteros. El caso de los panaderos que debieron contar con grandes hornos, suponemos, para la elaboración del pan y sobre todo bizcochos, que fue el primer sustento económico de la ciudad, gracias a los cultivos de trigo y la existencia de molinos para la confección de la harina, son un verdadero misterio que no dejó rastro en los documentos, pese al éxito alcanzado por este producto en el comercio interprovincial e incluso colonial. Nada parece haber quedado de información sobre esas panaderías y menos de los hornos que fueron construidos. Todo se reduce a la siembra, beneficio y comercio del trigo y sus derivados que se asentaron en los libros de la Real Hacienda del siglo XVII.
           
El próspero siglo XVIII debió introducir muchas reformas en todos los órdenes en la sociedad. Hay desde luego un crecimiento urbano importante en Caracas y buena parte de sus edificaciones son de mejor calidad e inclusive ostentosa y de boato. Es en ese momento que el fogón por fin encuentra acomodo en el interior de las casas, incluso las pertenecientes a las gentes menos favorecidas. Ya no estará en medio de cualquier habitación, sino adosado a una pared de una pieza específica, preferiblemente fuera de las principales que servían de habitación y sitio para socializar; es decir, en el patio o corredor de las casas cuando se trataba de familias acomodadas. Era también lugar de la despensa para almacenar los víveres y demás géneros indispensables para las diarias raciones de las comidas; contemplaba además sitios específicos para las viandas, cubiertos y otros utensilios necesarios para el trabajo de cocinar, incluso el de disponer de agua corriente que era llevada por acequias, o en su defecto, de un aljibe que estaba situado en medio del corral o el llamado segundo patio de las viejas casas coloniales. Además muchas de esas cocinas disponían de hornos, fuelles y un sitio para almacenar la leña preferentemente, pues el carbón no era común en las casas particulares, sino en fábricas que requerían de una excesiva energía calórica como las alfarerías y sobre todo las caleras.
          En este período llamado Siglo de las Luces o de la Ilustración que tanto adelanto y revoluciones trajo al mundo, es cuando apenas el hombre comenzó a tener conciencia sobre la importancia que tenía la cocina como lugar de trabajo y de placer. Así cuando menos lo podemos deducir del siguiente comentario:
          “Algo sucedió a mediados del Siglo de las Luces, una revolución invisible e inadvertida, en medio de tanta enciclopedia y tanto vapor inglés: los europeos comenzaron por preocuparse por lo que comían. A preocuparse culturalmente (aún no había llegado la obsesión por el colesterol y las calorías). Lejos de las cortes y los palacios, en las cocinas de los pueblos y los apartamentos burgueses de las capitales, esos súbditos que se llamarán a sí mismos ciudadanos tomarán conciencia de que cocinar y sentarse a la mesa era más que una necesidad corporal o de placer, era un ritual que les conectaba a una cultura, un patrimonio y una historia”[1]  

          En adelante toda morada que se construía en la ciudad siendo su dueño de la clase acomodada o desprotegida, tenía que pensar con la barriga. No se podía prescindir de una o más piezas para dedicarla al fogón y toda la parafernalia que exigía el arte o la sobrevivencia de cocinar. Con la innovación de las operaciones de la compañía Guipuzcoana en Caracas hacia 1728, las vernáculas tinajas, los vetustos pilones y las ancestrales piedras de moler, ahora se codearían con las vajillas de porcelana, cubertería de plata y mantelería de excelentes paños importados, tan de abolengo para los mantuanos, que se hicieron perennemente presentes en los majestuosos comedores de sus blasonadas moradas; mientras las clases desposeídas se las arreglaban sus propietarios, con cubiertos de palo, platos y pasillos de arcilla o de simple latón. En todo caso, el fogón podía entonces poseer una apariencia ostentosa ciertamente, o bien reducirse a cuatro ladrillos o piedras, sobre los cuales pendía alguna plancha o reja que permitía colocar las vasijas para cocinar.  El fogón en su condición de cocina era por demás un santuario para los chismes de las cocineras, sitio de confidencias y lugar por excelencia para amores furtivos. El punto que sigue siendo un verdadero misterio, es cómo se mantenía encendido el fogón permanentemente a la falta de la útil invención del fósforo, dado que la piedra de yesca para lograr la necesaria chispa para hacer fuego, no era un producto fácil de obtener. Se comenta que siempre se dejaba una braza prendida como la masa madre del panadero.
     
         En el caso de la leña, puede decirse que esta fue un verdadero quebradero de cabeza para las autoridades y los necesitados caraqueños. Al ser la principal y única fuente productora de energía de calor necesaria para la utilización del fogón, estaba sujeta a un constante encarecimiento, y por tanto, a la indocilidad de permanecer en el radar de los aranceles de precios que fijaba el Ayuntamiento para su venta en el mercado de la Plaza Mayor, las bodegas y pulperías de la ciudad. Se vendía con arreglo a las medidas de un haz, que no tenía ni peso ni tamaño específico, pues todo quedaba a “pepa de ojo” como se solía decir coloquialmente cuando se adquiría un haz de leña. Ahora bien, los bolsillos de las gentes pobres no eran los únicos afectados en beneficio de los leñeros y sobre todo los pulperos que la vendían al menudeo. Los afectados eran todos los caraqueños en el entendido que el corte de leña atentaba gravemente contra los montes y bosques de las afueras de la ciudad pertenecientes a los ejidos del común, donde precisamente acudían a buscar el tan apreciado combustible vegetal.

          La tala  y la quema indiscriminada de esos reservorios, no se hizo esperar sobre todo en el curso del siglo XVIII cuando Caracas crece vertiginosamente como ciudad, lo que hizo amplificar el problema a tal magnitud, que su práctica  se convirtió en una constante prohibición en los Bandos de Buen Gobierno que se proclamaban todos los años; como también en las Ordenanzas de Aguas y Montes aprobadas por el Ayuntamiento en 1766 para combatir los efectos negativos vistos en la conservación del medio ambiente que comprometía, gravemente, las cabeceras de los ríos y quebradas ubicadas en el cerro de El Ávila, así como  sus bosques y montes. Fue un acto casi risible el nombramiento de un Alcalde de Aguas por parte del Ayuntamiento para que, sin excusa, vigilara a loma de una yegua prestada, la inmensa sierra del Guaraira Repano (Ávila), para mantenerla ajena a los constantes peligros de sus depredadores; esto es:   extractores de leñas, maderas, piedras de los ríos y pastoreo de animales, etc. [2]

         Nada al parecer aleccionó a los caraqueños en esta problemática donde estaba involucrado el consumo de leña a niveles tan elevados, que incluso se podía decir por encima del agua potable de los sedientos caraqueños. En las posibles soluciones que en ciertas ocasiones se planteaban por parte de las autoridades, nunca se habló del empleo del carbón mineral por escasear en la ciudad, el vegetal en cambio lo que hacía era apuntar a un problema mayor cuando se detectó que en el cerro del Ávila se quemaba madera para conseguir el preciado carbón bajo en inminente peligro de incendios forestales, dado que tal actividad por ser prohibida, se realizaba furtivamente y sin ninguna medida de seguridad  Hoy ciertamente existe nuevamente la amenaza de tener que recurrir al fogón y la leña por la grave y espantosa crisis humanitaria que atormenta a los caraqueños. No se trata únicamente de la desaparición del indispensable gas doméstico en un país petrolero como Venezuela; también al hecho de ser imposible conseguir refacciones para reanimar a las desvencijadas cocinas que permanecen inactivas por algún defecto. No digo vacías por falta de alimentos que preparar, porque ya es un hecho más que consumado el daño irreversible que se le hizo a la memoria gustativa de los caraqueños, mientras una opulenta clase política, vinculada a los factores del poder de un arrogante y corrupto Estado, se jacta socarrona de comer en restoranes experimentales o de tendencias, creados a la imagen y semejanza a sus despropósitos y desmanes.

Típico fogón en cocina de casa colonial. Santuario del buen guiso.

Guillermo Durand G.
6to. Cronista de la ciudad.



[1] Un Genio Olvidado”. En: Fogones en la historia. Blog WordPress. Com.
[2] Véase: Guillermo Durand G. Caracas en la Mirada Propia y Ajena. pp.  XIII-XXI.   


 FUENTES CONSULTADAS:

ARCILA FARIAS, Eduardo. Hacienda y Comercio de Venezuela en el Siglo XVII: 1601-1650. Caracas, Banco Central de Venezuela, 1986, Vol. V.
DURAND G, Guillermo. Caracas en la Mirada Propia y Ajena. Caracas, Alcaldía de Caracas, 2008. 
LOVERA, José Rafael. “La cocina venezolana: origen y destino” En: Revistavenezolana.com. Serie: “Las razones del gusto y otros textos de la literatura gastronómica, 2018.
MONTENEGRO, Juan E. Crónicas de Santiago de León, Caracas, Instituto Municipal de Publicaciones, 2007.
Los Fogones en la Historia. Losfogonesenlahistoria.wordpress.com






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