EL SILENCIO, ¿UNA LEYENDA INCOMPRENDIDA EN LA MEMORIA HISTÓRICA CARAQUEÑA?


               El 25 de julio –Día de Caracas- de 1942 el Presidente de la República Isaías Medina Angarita, simbólicamente da un “picotazo” a la pared de una casa (la N° 25) en el insalubre barrio de El Silencio, para dar inicio al primer proyecto de reurbanización en la ciudad que lo convertiría en símbolo o icono de la modernidad del urbanismo de Caracas. Dos años después el 5 de julio de 1944, será inaugurada la primera etapa del novedoso complejo residencial, dando por cumplida la promesa de haber erradicado para siempre ese estigma de vergüenza que significaba el barrio para los caraqueños y que el célebre poeta Andrés Eloy Blanco, lo denominó “la llaga que Caracas tenía en su corazón sembrada.”

               El Silencio en la historia de la ciudad, poseía sin duda para entonces una muy mala reputación como barrio, al punto de ser una leyenda sin parangón en toda Caracas, cuyos orígenes  se remontaban a mediados del siglo XVII producto de un supuesto maleficio imprecado por el fraile José de Carabantes a los caraqueños por vivir en la absoluta liviandad, desatándose como reprimenda una terrible epidemia que diezmó a los habitantes de la ciudad, que tras amainar, los regidores comisionados por el Ayuntamiento para informar sobre el caso, respondieron simplemente: “, Sólo se advierte silencio, silencio; un profundo silencio. …!” Así pues se cree nació el topónimo o gentilicio de esta barriada situada a tan sólo tres cuadras  al oeste de la Plaza Mayor (hoy Bolívar),  cuyo trágico suceso dio a conocer en 1942 el cronista oficioso de Caracas Lucas Manzano, justamente al momento que se daba comienzo a los trabajos de erradicación del tugurioso  barrio con el proyecto de la Reurbanización El Silencio del afamado arquitecto Carlos Raúl Villanueva, bajo los auspicios del Concejo Municipal y la Gobernación del  Distrito Federal con la ejecución del Banco Obrero.

               El presente artículo es una aproximación para tratar explicar históricamente esta leyenda urbana que permanece en los actuales momentos agonizando en el imaginario colectivo, por no decir en la conciencia histórica de los caraqueños, sin haber sido explicada satisfactoriamente por la historiografía. Existen algunas opiniones, todas ellas contemporáneas, que repiten lo ya afirmado por el aludido cronista Lucas Manzano, lo que quiere decir entonces, que no está resuelta objetivamente la cuestión del origen de la leyenda que dio aparentemente existencia y nombre a la barriada, así como la propia historia que podemos atribuirle a su existencia en Caracas antes y después de 1942. Queda descartado de antemano el maleficio de Carabantes como precursor de este episodio en la historia de la ciudad, así como el de la certeza que el gentilicio que identificó al histórico barrio, sea precisamente un hecho asociado a los acontecimientos de 1658 cuando se desató la pestífera epidemia que culminó, supuestamente, con la sentencia de los regidores de “un profundo silencio.” Pensamos que el origen del topónimo obedece a otra razón distinta, aún no aclarada suficientemente, del histórico barrio que capturó el sentimiento de indignación de los caraqueños en el curso de la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX, así como el consuelo de su imaginación para buscar alguna explicación convincente de aquella realidad no deseada. La reurbanización de El Silencio una vez concluida en 1945, fue una respuesta parcial que la ciudad pudo concretar revirtiendo la incalificable mala fama de aquel barrio, que a partir de entonces quedará en el recuerdo de la leyenda negra en cuanto a su remoto pasado, pero que ahora se veía comprometido favorablemente en el auspicioso futuro que brindaba la ciudad capital a comienzos de la segunda mitad del siglo XX. Transcurrido tres cuartos de siglo de aquella novedad y aparentemente cambio de rumbo, El Silenció parece reclamado por pasado oprobioso que lo gestó y caracterizó, incluyendo a sus afamadas e icónicas torres gemelas que fueron diseñadas por el arquitecto Cipriano Domínguez y concluidas en 1953. Así es Clío de caprichosa con Caracas.    

             En los primeros días del mes de agosto de 1658 la ciudad de Caracas vio las primeras “llamas” de lo que al rato se convertiría en un voraz “incendio epidémico” que reclamaría muchas vidas humanas antes de su extinción. Se trató de una misteriosa y mortal epidemia que según los datos aportados por los documentos coetáneos disponibles, las víctimas sumaron dos mil personas, aunque el síndico procurador del Ayuntamiento, Miguel Varón, se atrevió a situar los guarismos de la tragedia caraqueña en niveles escalofriantes, al afirmar que “… si se hiciese cómputo de toda la provincia pasan de diez mil”[1] Tanto esta opinión que suponemos exagerada como el cálculo de las dos mil víctimas en la ciudad, apuntan en afirmar que la mayoría de los decesos fueron de esclavos, puesto que el resto de la escasa población, al parecer fue inmune a los estragos que causó la terrible enfermedad que se enseñoreó alevosamente contra la urbe.

               En los anales de la historia de la ciudad este evento no habría alcanzado ninguna significación, si de la pluma Lucas Manzano, no hubiese surgido la fábula o leyenda que el nombre del desprestigiado barrio de El silencio, hubo de nacer de ese evento. Es decir, este afamado cronista de principio del siglo XX, creyó en 1942 haber fundamentado en un artículo periodístico, tanto el establecimiento como las razones que dieron principio al enigmático topónimo que identificaba al para entonces arrabal caraqueño.

            Resumidamente la leyenda en cuestión nos impone de dos eventos, que a modo de causa efecto, supuestamente explican la aparición del peligroso morbo en Caracas, y con él la existencia de un barrio cuyo nombre sirvió de epitafio a la inmensa tumba que se abrió en ese lugar que comenzaría a denominarse El Silencio y que probablemente se trataba de El Tartagal. El primero de estos se atribuye a una supuesta imprecación del fraile José de Carabantes, quien luego de ver a los caraqueños vivir en indecibles pecados los condenó a un maleficio; el segundo, no es otra cosa que la concreción de la condena cuyo castigo divino se presentó en una ominosa enfermedad pestilencial, tan de escarmiento que afectó o terminó con muchísimas vidas.[2] 

            Cuesta creer en semejante versión de los hechos pese a lo verosímil que fue este trágico episodio en la historia de la ciudad de Caracas. En primer lugar, no hay que ser muy aventajado en la crítica histórica para darle crédito a los supuestos poderes divinos del fraile. Si sabemos que Carabantes poseía una facultad singular, y ésta era el de manejar a su antojo el don de la palabra para tratar, a fuerza de duros sermones, a los descarriados feligreses y así sujetarlos a los mandatos o dogmas de la religión. Además, hemos de reconocer que no todos los habitantes de las Caracas de entonces, vivían como ángeles inmaculados, y por tanto, ajenos al libertinaje y libre de los excesos del pecado. Podría afirmarse que cuando el fraile Carabantes puso un pie en la ciudad, la mayoría de sus vecinos se encontraban muy a gusto con la existencia un tanto disipada que alegraba su modus vivendi. No obstante, el hecho a resaltar es que la ciudad ya acusaba los estragos de la extraña epidemia, cuando aún no había hecho presencia Carabantes en Santiago de León de Caracas, lo que lo excluye de la profecía de la supuesta maldición que dio lugar al contagio que mantenía apesadumbrados y temerosos a los caraqueños de entonces. Muy posiblemente fue en este contexto de incertidumbre el que encontró Carabantes a su llegada a Caracas, lo que potenció las cualidades oratorias que exhibía el fraile para achacarle a los caraqueños del porqué estaban padeciendo aquel castigo “celestial” y de qué modo podrán librarse de él. También es probable que este religioso asentado firmemente en sus convicciones, exhibiera donde quiera que iba, desprendimiento y tenaz dedicación para atender a los atribulados caraqueños, ya sea suministrándole los santos óleos a las víctimas mortales; o dándole consuelo a los sobrevivientes de aquellos males que creían que solo la oración y la fe los mantendría con vida.   

              Que sepamos no existe ninguna evidencia escrita de la prédica de fray José de Carabantes durante su presencia en Caracas. Lo cierto es que este religioso se granjeó una rápida fama como predicador e irreductible hombre de convicciones, al punto de dejar inscrito su nombre para la posteridad en los libros de acuerdo del Cabildo a tan sólo dos meses de su llegada en 1657. Quienes lo promovieron a tan temprana celebridad en la ciudad, fueron las propias autoridades eclesiásticas, cuando solicitaron al Rey un mandamiento para evangelizar a los indios Guayamontes el 21 de mayo de 1658. Así pues se rubricó una real cédula en esa fecha que señalaba entre otra cosas lo siguiente:  “…hace tres meses llegó a aquella ciudad /Caracas/ un religioso capuchino llamado fray Joseph Carabantes, de los destinados para la conversión de los indios cumanagotos, y que desde que este religioso entró en aquella ciudad no ha cesado de predicar el santo evangelio y confesar, moviendo a los frailes a penitencia y mejor vida”[3] En las mismas circunstancias de elogio se pronunciaba el cabildo eclesiástico hacia Carabantes el 23 de noviembre de 1657, llamándolo dignísimo hijo, propio de admirar, concretando con estos ejemplo: “… como si no fuera de carne sino todo espíritu, así ha sido incansable en la predicación y en la administración de los santos sacramentos de la penitencia, y siendo la religión del Bienaventurado San Francisco tan penitente de sus puertas adentro, y tan ejemplar, en una procesión que hizo por un sermón suyo, le acompañó en su penitencia, habremos deseado que este religioso se quedase aquí a la predicación y enseñanza de millares de indios de la nación monteya (sic).”[4]

            Carabantes formaba parte de los seis capuchinos que habían arribado a Caracas el 3 de junio de 1657 con el gobernador Pedro Porres y Toledo. Esto quiere decir que poco antes a su llegada ya Caracas, reiteramos, estaba siendo afectada por los achaques contagiosos de la epidemia, tragedia que los padres capuchinos se dedicaron con mucho esfuerzo a ayudar atendiendo a los enfermos y consolar a los aterrorizados sobrevivientes. El Mismo gobernador Porres y Toledo,  reconoció en un informe dirigido al rey el 10 de noviembre de 1658, la humanitaria labor de estos religiosos y afirmaba “… puedo asegurar a Vuestra Majestad que no parecían hombres en lo que trabajaban sino piedras y ángeles en lo que obraban para la administración de los sacramentos y salvación de las almas, sin tener un minuto de descanso (…) cargando sobre ellos todas las confesiones de los enfermos y sanos en él; reducido por sus sermones fueron infinitos los que se confesaron, no habiendo más que los padres capuchinos y el provisor que acudiesen a esta ocupación”. [5] 

           El cronista Lucas manzano sin duda equivoca los hechos haciendo creer que el fraile Carabantes fue el responsable de la epidemia tras proferirle a los caraqueños el maleficio para castigarlos por sus pecados y envilecidas vidas. En este sentido afirmaba en su artículo: “El día anterior al fijado /25 de julio de 1657/ para tomar el juramento el Capitán General, de acuerdo con la costumbre establecida, celebrábase en la Iglesia Metropolitana un ceremonial en el cual, por haber llegado en aquellos días a la capital uno de los predicadores de mejor expectación de aquellos tiempos, Fray José de Carabantes, permitiósele que escalara el púlpito y su palabra cayó como una tempestad en la naciente urbe avileña.

            Dijo el fray luego de contemplar asombrado el más atroz espectáculo de inmoralidad que vieran ojos humanos en cierto sitio de Caracas ´que en breve sufrirían justos y pecadores castigos tremendos por los irrespetos que se cometían contra la moral. Que en cierto sector cercano al templo de San Pablo, los padres, no respetaban a sus hijos, ni los hermanos a sus hermanas, por cuyas ofensas a la divinidad, los ganados se morían de sed, las sementeras serían víctimas de plagas, y una epidemia inexorable daría cuenta de justos y pecadores” (…)

             Pero cuando entregados estaban las autoridades y los ocho mil vecinos de la ciudad a los festejos en honor de su Excelencia el Capitán General, surge la noticia de que en el sector oeste de la Quebrada de Caruata, los habitantes eran víctimas de una epidemia a consecuencia de la cual, los cadáveres se encontraban en las calles, en las casas, y que no habían médicos en la ciudad para socorrer los enfermos, el mal iba en progreso cada vez con mayores estragos.[6]

             Una vez cesado el contagio de dos mil víctimas, advierte el cronista, el gobernador Porres y Toledo, comisionó al cabildo y éste a su vez a los regidores Gonzalo Marín Granizo y Pedro Jaspe de Montenegro para que reconocieran las calles y en su informe que consignaron en el ayuntamiento dice textualmente: “En cuanto a las rancherías situadas al Oeste de la quebrada Caruata, donde se comenzó la epidemia, sólo se advierte silencio, silencio; ¡un profundo silencio…! “ [7]

            Este supuesto informe no está en los fondos documentales del archivo histórico del Concejo Municipal de Caracas, particularmente en los libros de acuerdos del Ayuntamiento de 1658 donde sí se localizan cierta información de la epidemia. Es decir, no tenemos evidencias de haberse conformado tal comisión en la que el cronista insiste surgió el nombre de El Silencio. No obstante, si existen pruebas de haber estado establecida una ranchería o arrabal al oeste de la quebrada Caruata, pero no se le menciona con el nombre de El Tartagal. No obedece a la verdad que la epidemia haya solo afectado a la población de los esclavos y que alcanzó a dos mil el número de víctimas de la epidemia en la ciudad de Caracas. Por último, reiteramos, que fray José de Carabantes si actuó en los acontecimientos junto a sus compañeros de la Orden de Capuchinos, al estar de pasada en la ciudad de Caracas en el momento de la mortal y contagiosa enfermedad que mató y afligió a buena parte de su población. Esta es pues el estado de cosas en términos muy generales que vemos en este asunto relacionado con la aparición de la leyenda sobre la base de un hecho histórico y las fantasiosas ocurrencias de un cronista peculiar, que busca explicar la historicidad de una de las leyendas caraqueñas de más amplia aceptación hasta el presente.

            El Silencio como barriada caraqueña no aparece mencionada en los documentos públicos municipales correspondientes al curso del siglo XVIII, incluso en las solicitudes de solares al Cabildo agenciadas por gentes pobres del Suroeste de la ciudad. En los pocos planos existentes para esa misma centuria, tampoco encontramos ninguna referencia de la localidad, lo que nos hace dudar entonces que El Silencio existiera como arrabal en los distintos sitios poblados que estaban emplazados a las faldas del Cerro de El Calvario y la entrada a la carretera que conducía a los fértiles Valles de Aragua, al trasponer el puente de San Pablo, construido hacia la tercera década del mismo siglo XVIII, que era el único disponible para salvar el obstáculo representado por el río Caruata y las barracas que separaba a la ciudad del lado occidental del valle. Es en la segunda década del siguiente siglo, cuando localizamos datos sobre la existencia de El Silencio, sin que hasta ahora haya podido precisar convincentemente el origen o las razones del topónimo. Sin embargo, somos de la opinión que este calificativo debió ser contrario a como lo suponemos en su significado etimológico; es decir, que debe interpretarse como un sitio muy bullicioso y posiblemente asociado con escándalos de gentes de malvivir, estimulados por el consumo de las bebidas alcohólicas y a la prostitución, tal como llegó a consagrarse la mala fama de El Silencio a mediados del siglo XIX con esa suerte de paroxismo que alcanzó ochenta años después, y que contempló su erradicación en 1942 como advertimos al comienzo de estas líneas. Recordemos que en materia de ironías y sarcasmos, los caraqueños hicieron de su uso un verdadero arte que está presente a lo largo de la historia de la ciudad.    
           Hay algunos datos apuntan a sustanciar esta aseveración de la paulatina y constante mala reputación que acompañó a la barriada de El Silencio que la hacía poco recomendable para establecer hogares decentes, o cuando menos, alejados lo más posible de aquel relajamiento de vidas disipadas vinculadas con actividades reñidas con la moral y buenas costumbres, que hicieron de aquel sitio, por decir lo menos, un paraíso para la perdición. El 13 de octubre de 1857 algunos vecinos debidamente conformados en familias y residentes de la calle de  El Silencio, elevaron una representación, por no decir suplica, a las autoridades para que los librara del tormento representado …” por unas vecinas de muy mala conducta, escandalosas, cuyas mujeres prostitutas sin igual se ponen a decir insolencias inauditas (…) y tienen la osadía tales mujeres, de dañar nuestras familias con expresiones asquerosas y groseras: no podemos explicar a V.S. los sufrimientos que tenemos con tales vecinas, los escándalos continuos, los chismes, cuentos, pleitos. Esperamos de V.S. nos haga el servicio de favorecernos quitándonos estas vecinas y vecinos ya indicados que atraen a la cuadra una porción de hombres perversos, y que tememos salir de noche no nos vayan hacer algún mal”[8]

             El punto a dilucidar es poder determinar quienes llegaron primero para fijar su residencia en aquel sitio denominado El Silencio, pues los suscritos de la representación antes citada que alcanzas a cincuenta y una personas, aluden estar viviendo allí porque las necesidades les obligaba, so pena de ser tachadas de meretrices, sus madres, esposas y hermanas por la sociedad caraqueña. Todos ellos perdieron el sueño de verse liberados aquellas mujeres de malvivir que habían impregnado de muy malos olores la reputación de la calle de El Silencio, que con el tiempo también será comprendido dentro de sus ámbitos,  el boulevard Penichez, el callejón k, la esquina de Angelitos hasta la Plaza Miranda, incluyendo la manzana de Puerto Escondido; y en dirección norte con la de Aserradero, para luego terminar donde se emplazó originalmente El Silencio como calle y barrio;  es decir, a los pies del cerro de El Calvario (Bloque 1).  Por la cuadra de Puerto Escondido en el callejón de Las Chayotas, se harán célebres unas prostitutas provenientes supuestamente de Francia que fueron del deleite de los buscadores de placer fácil. En una palabra, las mujeres de mala reputación al parecer terminaron por ocupar buena parte del extenso vecindario de El Silencio, junto a sus disfuncionales familias que debieron soportar una vida extremadamente precaria por la falta de recursos económicos, salud y educación. A tal punto llegó esta situación, que para el momento de la demolición del barrio, algunos pocos hogares tenían pintado un aviso que decía: “Ojo pelao, casa de familia” de manera de advertir a los asiduos malos entretenidos que pululaban por El Silencio en busca de alguna aventura peligrosa. Según un censo realizado poco antes de 1942, existían 331 casas de las cuales 42 eran destinadas para prostíbulos, 49 como casas de vecindad, 32 para expendio de licores, 9 servían de hospedaje y el resto para otros fines. De las 3100 personas censadas, el 75 por ciento sufría de tuberculosis o sífilis sin contar con la severa desnutrición de la siempre creciente población infantil. Guillermo Meneses quien fuese Cronista de la Ciudad, conceptuaba acertadamente a El Silencio como “el barrio del vicio” [9]

             Asumo el compromiso de dilucidar de una manera convincente, todo aquello que se esconde tras la supuesta leyenda que le dio origen y gentilicio a la barriada de El Silencio, independientemente que los resultados terminen por arrojar del catálogo de las historias sorprendentes de la ciudad, a la legendaria localidad popular. Ello a mi criterio en nada le restaría la importancia que le corresponde al El Silencio en el acontecer y transformación histórica de Caracas, pues nunca podrá juzgarse de haber estado en el lado equivocado de la historia, sino propiamente en el justo lugar en la que la misma historia la colocó para mostrar las pasiones, prejuicios y valores con los cuales actuaron las pasadas generaciones de caraqueños, para urdir con sustancia humana, precisamente, eso que llamamos historia.


Guillermo Durand G.
                                                                                                          
Cronista de la Ciudad.






Plano del El Silencio, desde el bulevar Penichez hasta el Teatro Municipal.
Fuente: https://caracascuentame.wordpress.com. Publicado el 30-09-2016. 





FUENTES CONSULTADAS:

CARR, Edward. ¿Qué es la historia? Barcelona (Esp.). Editorial Seix Barral, 1976.
CARROCERA, Buenaventura de. Misión de los Capuchinos en los llanos de Caracas, Caracas, A.N.H. 1976.
GUERRERO, Martha. La hermenéutica histórica, un análisis para la teoría de la historiografía.
FLORES, Víctor. Hermenéutica: entre el historiador y la historia.
MANZANO, Lucas. La Caracas de mil y pico. Caracas. Centro Simón Bolívar, 1974
MONTENEGRO, Juan Ernesto. Crónicas de Santiago de León. Caracas, Instituto Municipal de Publicaciones, 1997.
SCHAFF, Adam. Historia y Verdad. (Ensayo sobre la objetividad del conocimiento histórico). México D.F., Editorial Grijalbo, 1974.
VAN GENNEP. A. La formación de las leyendas. Buenos Aires, Editorial Futuro, 1943.

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[1] Actas del cabildo de Caracas. (1657-1658). T. X. p. 38.
[2] Lucas Manzano. “¡Silencio, un profundo silencio…! “en Caracas de mil y pico. Pp. 126-28.
[3] Actas del Cabildo de Caracas. Ob.cit. P. 320.
[4] Buenaventura de Carrocera. Misión de los Capuchinos en los llanos de Caracas. p. 265.
[5] Ibidem. p. 282.
[6] Lucas Manzano. Ob.cit. pp. 126-27.
[7] Ibidem. p.127.
[8] Archivo Histórico de Caracas, Citado por Juan E. Montenegro en: Crónicas de Santiago de León. P. 290-91.
[9] Véase: Caracas, cuéntame Caracas. Caracascuentame.wordpress.com.

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