LA AVENIDA BOLÍVAR DE CARACAS


En los días iniciales del pasado mes de agosto podía observase desde tempranas horas de la mañana hasta principios de la tarde, una cantidad de obreros y maquinarias realizando trabajos en la Avenida Bolívar, a la altura del Parque Central, que hacía que transeúntes y conductores de automóviles, se rascaran la cabeza por decir lo menos, al ver el zafarrancho que causaba semejante actividad. Hoy los caraqueños no perciben la importancia y dimensión histórica que tuvo la Avenida Bolívar desde que fue proyectada a finales de la década de los años treinta del pasado siglo XX, con la firme idea que sirviese  de  símbolo icónico de la modernidad de la ciudad capital; algo que al ser puesto en servicio en 1949, les hizo hinchar el pecho de orgullo y hasta sentir un toque de vanidad, con solo pensar que aquella avenida construida por la ciudad en memoria de El Libertador, era la mejor y más hermosa de todas las avenidas que llevaban su nombre en el mundo por aquellos tiempos.       
    
           Caracas desde que comenzó a tener memoria como ciudad, una de las cosas que confundía su pasado y presente, fue quizás el anhelo de tener una vía de comunicación principal, digna a su condición de ciudad capital. A todo lo largo de la vida colonial, casi podría afirmarse que en Caracas la rueda fue completamente una extraña a sus calles, pese a ser una de las primeras invenciones de la humanidad. El transporte para el abastecimiento de alimentos como de otros rubros y propósitos, fue cubierto por los arrieros con sus infatigables ristras de acémilas; es decir, burros que llevaban además de sus variopintas cargas, nombres muy pintorescos, y desde luego estampado a un costado, la marca de propiedad de cada dueño que le había dejado el ineludible y candente hierro, comúnmente llamado fierro o yerra. Ese era pues el medio de transporte terrestre, lo que incluye claro está, a los caballos y su parentela para el caso del traslado de personas. Estos leales y obedientes animalitos iban y venían a la ciudad, trajinando por el fangoso pero importante camino hacia los Valles de Aragua, o bien por el mal llamado Camino de Los Españoles, si es que se trataba en este caso de trasladarse desde el puerto de La Guaira a Caracas, tras superar el serpenteante, peligroso, fatigante y empinado camino de recuas sito en la inmensa serranía del Ávila. Esas eran pues las vías terrestres de comunicación más importantes, y todo proyecto y esfuerzo en esa materia, fue puesto en función de su conservación y mejoramiento; lo que si bien cubría sus necesidades, no por ello satisfacía plenamente las aspiraciones de los caraqueños de tener algo mejor en materia de vías de comunicación.  

          Las carretas de carga y los coches de transporte privado de personas que daría paso al tardío servicio público, fueron en Caracas apariciones de la época republicana luego de la segunda década del siglo XIX; no obstante, la ciudad, sus autoridades y vecinos seguirán en los años por venir empecinados en tener una calle emblemática que distinguiera el glamour caraqueño. Los antecedentes hemos de encontrarlos en primer término en el camino a los Valles de Aragua, cuya entrada o salida a la ciudad, según sea el caso, fue conocido como camino real y luego calle de San Juan, hasta que se buscó hacer confortable dicha vía apartándola de la fealdad y fatiga que caracterizaba su tránsito. Tanta importancia le otorgó los caraqueños a esta calle, que tras la victoria de las fuerzas patriotas en Carabobo en 1821, le llamaron Calle de El Triunfo y fue allí, precisamente, donde recibieron al Libertador en 1827 en un bello carruaje enjaezado de blancos caballos, para conducirlo a la ciudad que visitaría por última vez. En el caso de la calle que enlazaba la ciudad con el Camino de los Españoles al Noroeste de la ciudad, la nomenclatura revolucionaria de independencia, le había bautizado tempranamente con el nombre de Calle Carabobo. Es decir, ideológicamente la propaganda republicana hizo de su victoria de 1821, una doble tributación en términos de aprovechamiento publicitario, al inscribirla en la nomenclatura de la ciudad, dándole nombre y apellido de esa gesta militar a sus dos principales calles, que como hemos visto, servían de acceso o salida de la urbe. Ambas denominaciones irán desapareciendo de la memoria y nomenclatura oficial de la ciudad en lo que restaría del siglo XIX, no así el fervor casi frenético que seguían teniendo los caraqueños de poseer definitivamente una avenida o calle principalisima.

           En los tiempos del llamado guzmanato que hace alusión al largo gobierno del Gral. Antonio Guzmán Blanco desde 1870 a 1889, donde se concretó la evolución urbana de la ciudad  que irónicamente caraqueños la llamaban “El París de un solo piso,” no se satisfizo, reiteramos, ese anhelo de una gran avenida en la ciudad, pues lo hecho al efecto, no pasó de una medida  nominalista de nuestra nomenclatura, pues el cambio consistió en remozar oficialmente el nombre de las calles del centro con  la denominación de avenidas, cuyo eje divisorio lo representaba la torre de la Catedral; así pues entran en escena las Avenidas Norte, Sur, Este y Oeste acompañadas de números pares e impares para diferenciarlas. El llamado Camino Nuevo (1847) que conectaba a la ciudad con el Puerto de La Guaira, no entra a cuento porque nunca atrapó el interés de los habitantes de la ciudad, y por tanto, lejos estuvo de ser contemplado como obra emblemática y rivalizar con las calles que hemos hecho referencia en estas líneas.

          Con la llegada del siglo XX la deuda pendiente quedó atada al atraso representado por la larga dictadura de Castro y Gómez que se proyectó hasta el 17 de diciembre de 1935, que es cuando muere el “Benemérito” J.V. Gómez, y el país desata unas inusitadas fuerzas para recomponerse, gracias a los aires de libertad democráticos que se respiran. Todo era atraso y precariedad y Caracas como capital de una república en escombros, vio desparramarse como el aceite, un avispero de reclamos o protestas de todo ser viviente. El gobierno del Gral. López Contreras, invocó la fórmula de “calma y cordura”, lo que no fue suficiente para detener el descontento pese al plan de emergencia implementado para calmar la sed del desempleo.[1] Entre los muchos proyectos de renovación de la ciudad y la sociedad que se dieron a conocer casi de inmediato, y que por su rapidez nos induce a pensar las incontenibles ansias con el cual fueron elaborados, está el afamado Plan Rotival (Maurice Rotival) que proponía la renovación urbana del centro de Caracas.

          Este plan urbanístico fue concebido a instancia de un grupo de expertos arquitectos y urbanistas franceses, entre ellos Maurice Rotival, que contrató la nobel Dirección de Urbanismo creada en 1936 por la Gobernación del Distrito Federal. La idea original era la construcción de una gran avenida monumental que sirviese de enlace entre el Este y Oeste de Caracas, la cual debería comenzar en el límite Oeste del parque Los Caobos (Sucre) y concluir en las escalinatas de El Calvario que servía de entrada a las parroquias Sucre (Catia) y San Juan. Además, esta super avenida estaría flanqueada por edificios gubernamentales de oficinas, así como la construcción de un túnel que desembocaría al final de esta arteria; es decir, frente a las escalinatas del referido Paseo de El Calvario, el bloque 1 de la Reurbanización de El Silencio y la hermosa Plaza O´Leary. El plan hubo de estar archivado por casi diez años por las implicaciones de afectación al patrimonio arquitectónico que arrasaría muchas casas y edificaciones históricas emplazadas en el ámbito de unas diez manzanas; no obstante, el 25 de julio (Día de Caracas) de 1944 se iniciaron los trabajos de construcción una vez concluida la hermosa reurbanización de El Silencio que puso fin al insalubre barrio del mismo nombre, y que ahora serviría de ornato a la monumental avenida en su tramo final. Esta obra espaciosa y costosa desde todo punto de vista, fue puesta en servicio del 31 de diciembre de 1949, cuando aún se encontraba en ejecución el levantamiento de las emblemáticas torres gemelas de EL Silencio por el Centro Simón Bolívar, institución que había sido creada con la especifica tarea de concretar tanto la moderna vía de comunicación como los aludidos edificios gubernamentales que sirvieron de imagen al orgullo de los caraqueños y de todos los venezolanos por muchas décadas, al punto de servir de insignia en casi todas las postales que promocionaban la belleza y progreso de la gran metrópolis venezolana como era Caracas[2].

          La exuberancia de la Avenida Bolívar y las Torres de El Silencio que cautivó el orgullo y la imaginación de los caraqueños, ya no está presente. La importante vía rápida de elegante simetría que como el cauce de un río desembocaba en los predios de la gran terraza de Caracas, como se denominaba el Paseo de El Calvario, el hermoso bloque 1 de El Silencio evocador a la vez de la arquitectura colonial y moderna, así como la Plaza O´Leary pletórica de esplendor, no aviva como otrora el espíritu de los caraqueños. Será porque desde principios de los años ochenta del pasado siglo, ese simpar complejo urbanístico viene experimentando un paulatino y sostenido deterioro; primero cuando fue sembrado de semáforos en toda su extensión y después en tiempos más recientes, al convertir sus áreas verdes en una suerte de laboratorio para una costosa propaganda política construyendo edificios bajo la excusa o falsa premisa que en Caracas cabía otra ciudad. La época en la que a cada instante era utilizada la Avenida Bolívar para las concentraciones y marchas partidistas, contribuyeron de alguna manera a la vandalización y acentuación del deterioro estructural de esta histórica arteria vial, que por casi medio siglo nos colmó a todos de orgullo, no sólo por su modernidad, sino por el mérito de haber sido hecha con manos y talento caraqueño. Huelga decir acá que las torres de El Silencio y los espacios de su emplazamiento, corren peor suerte por el abandono y desidia que las ha convertido en una gigantesca guarida del hampa y demás gentes de malvivir, impidiendo que los caraqueños puedan transitar sus predios sin correr el grave riesgo que ello significa, al punto de tener tristemente que vaticinar, que pareciera que las Torres de El Silencio tiene sus días contados. Invoco al combativo espíritu caraqueño a evitar a todo trance se materialicen esos designios que apuntan a llevar a escombros esa insignia de la arquitectura moderna de Caracas que son nuestras Torres de El Silencio.

Guillermo Durand G.
                                                                                                   Cronista de la Ciudad.



Aspecto de la Avenida Bolívar y Las Torres de El Silencio 1956. Fuente: lustermagazine.com

Construcción de la Avenida Bolívar . Fuente British Pathe britishpathe.com




[1] Véase. Manuel Alfredo Rodríguez. Tres décadas caraqueñas.
[2] Guillermo Durand. “El Silencio, la Avenida Bolívar y sus Torres Gemelas” en: Caracas en 25 Escenas. pp. 71-76.


FUENTES CONSULTADAS:

DE SOLA RICARDO, Ricardo. La Reurbanización El Silencio. Caracas, Ernesto Ermitano Editores, 1988.
DURAND, Guillermo. Caracas en 25 escenas. Caracas, Fundarte, 2003.
MENESES, Guillermo. La Ciudad de las esquinas. Caracas, Ediciones de la Casa de Bello, 1995.
MONTENEGRO, Juan Ernesto. Crónicas de Santiago de León de Caracas. Caracas, Instituto Municipal de Publicaciones, 1997.
NUÑEZ, Enrique Bernardo. Huellas en el Agua (artículos periodísticos).1935-1961.Caracas, A.N.H. 1987.
RODRÍGUEZ, Manuel Alfredo. Tres décadas caraqueñas. Caracas, Monte Ávila Editores, 1978.



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