SATURNINO, PRIMER LOCO PROFETA DE LA CIUDAD: CARACAS Y EL TERREMOTO DE SAN BERNABÉ DE 1641


Los personajes pintorescos y peculiares que son por lo común del hazmerreir de los pueblos, ha sido una constante en la historia porque de una manera u otra, están cincelados en los recuerdos de sus anécdotas. Cuando éstas pasan a forman parte de las creencias, mitos y leyendas que los pueblos atesora en su tradición oral o escrita, tales personajes entran a formar parte de la historia popular que dan cuenta de sus vidas en ámbitos que no suelen pertenecer, por lo común, a la estricta verdad del pasado. Saturnino, es uno de estos personajes que al parecer dio inicio a esta atávica tradición histórica en Santiago de León de Caracas hacia la cuarta década del conflictivo y atribulado siglo XVII, cuando aún la ciudad no había arribado a sus cien años de existencia.

          Esta leyenda o fábula, no se ha podido fijar con precisión el momento de su aparición en la tradición oral de la ciudad. Quien habla de ella por primera vez es el muy recordado músico e historiador de la ciudad, José Antonio Calcaño, cuando publica su celebrada obra: La Ciudad y su Música en 1958.[1] A partir de entonces, todos los que han hecho referencia al episodio de Saturnino o Ropasanta, como también se le conocía, repiten lo ya dicho por el mencionado autor. Los más destacados historiadores de la ciudad como José de Oviedo y Baños y Arístides Rojas, de principios del siglo XVIII y finales del XIX, respectivamente, no mencionan al personaje, aunque en ciertas ocasiones, Rojas si hace referencia al sismo de San Bernabé en sus amenas crónicas sobre la ciudad. En todo el caso la leyenda de Saturnino, tiende a diluirse del catálogo de las tradiciones históricas de la ciudad, al ser de alguna manera relegada del interés de los historiadores que puntualmente se han centrado solo en el estudio de los efectos catastróficos del sismo y, en menor medida, en su vinculación con las costumbres religiosas de los caraqueños de los tempranos tiempos coloniales. El dilema que pudo haber dejado el origen de la existencia o no de Saturnino y la veracidad de haber vaticinado el terremoto del 11 de junio, día de San Bernabé, que destruyó parcialmente a la ciudad, es algo que está plenamente vigente y, el propósito de este trabajo, es abordarlo de la mejor manera posible a objeto de presentar el balance o estado actual de la problemática como paso previo a un futuro análisis más exhaustivo del tema.

          Saturnino no es el monje Savoranola, quien recorría las calles de Florencia lanzándole anatemas de excomunión a quien se encontrase en su camino. Se me ocurre mejor figurarlo como un simpático orate de condición lego que dejaba a su paso por donde quiera que andaba, sonrisas y burlas de los caraqueños, por las locuras que guiaban sus pasos y los desvaríos que proferían sus palabras de “predicador profeta” en la Caracas del siglo XVII. Los documentos históricos se resisten a develar su existencia al mostrarse más que lacónicos cuando los hurgamos en busca de datos que lo hagan emerger de ese silencio. En el caso de los estudios recientes en torno al evento donde supuestamente cobró vida, esto es el terremoto de San Bernabé, muestran una especie de “desprecio de torero” en su afán, reiteramos, de medir cual fue la intensidad del sismo o precisar matemáticamente la cuantía de los daños causados. Así lo propiamente histórico en su vertiente más humana, si puede decirse, sale del radar que emplean los investigadores para el estudio del tema en cuestión.

          Antes de pasar a considerar las fuentes históricas y los resultados historiográficos relacionados con el terremoto y la escurridiza figura de Saturnino, es preciso poner en perspectiva de conjunto, todos los factores que intervenían en la formación de un cuadro de circunstancias históricas negativas que caracterizaban a Caracas antes del sismo del 11 de marzo de 1641. Digamos resumidamente, que la ciudad vivía sus peores momentos para soportar la contingencia de un terremoto como fue el experimentado el día de San Bernabé. En este sentido, ha de advertirse un espirar de conflictos sin tregua que enfrentaban a los poderes más sobresalientes del orden colonial representados en el Gobernador y el Obispo, respectivamente, lo que mantenía a la ciudad en zozobra al estar dividida en bandos irreconciliables. La tirantez de pugnacidad entre uno y otro, básicamente se centraba en un irreductible propósito de someter o reducir unilateralmente al oponente, sin dejarle margen de maniobra en la opinión o conducción de los asuntos, por más triviales que fuesen, de gobierno para el buen orden de la sociedad y sosiego de Caracas. Hasta por la preeminencia por ocupar una silla o recibir un viatico en las ceremonias que se celebraban en la iglesia Catedral, era motivo de conflictos irreconciliables entre la autoridad civil y el poder eclesial. Para colmo, el Obispo en funciones, Fray Mauro de Tovar, lo acompañó un carácter pugnaz y arbitrario que le hizo hombre de temer de todos en Caracas, por sus arranques de ira y conducta impropia, incluso, ante los miembros de la iglesia que él representaba como máxima autoridad. En cuanto a el Gobernador Ruy Fernández Fuenmayor, debió afrontar las circunstancias de tener que lidiar con otras ocupaciones de mayor trascendencia que reclamaban su atención; problemas que iban desde el militar para atender el intenso acoso de la actividad de piratas y corsarios en la extensa costa del litoral, y lo más grave la ocupación de holandeses de Curazao y Bonaire a consecuencia de esa actividad; como al hecho de la muy preocupante situación económica de la ciudad y toda la gobernación, cuyo abanico de dificultades exhibía sequías, plagas, invasiones de langosta a los campos, robos de esclavos, contrabando, fraudes, escasez y carestía de alimentos, cosechas perdidas, contravenciones a los aranceles en los mercados y reducción en los precios del incipiente mercado cacaotero, entre otros asuntos. Por último, la ciudad semejaba un pandemónium en el sentido que el Cabildo se mostraba un tanto incompetente para atajar los problemas domésticos que eran de su competencia. Salubridad, abastecimiento, seguridad, distribución de agua, control a la actividad de los artesanos, el desbordamiento de un comercio informal fuera del mercado de la Plaza Mayor, y un largo etcétera.[2]

          En el caso de los artesanos, particularmente los oficios relacionados con la construcción; es decir el de albañilería, carpintería y herrería, para el momento del sismo, atravesaban una verdadera crisis de eficacia y eficiencia. El Ayuntamiento venía ocupándose de este problema desde 1593 cuando nombró su primer alarife de albañilería en la persona de Antonio Ruiz de Ullán, momento en el cual las casas de Caracas poco se diferenciaban de las comentadas por el Gobernador Juan de Pimentel en su informe al Rey en 1578; es decir, que eran “pajizas”. Luego en 1623 los nombramientos de alarifes recaen el Bartolomé de Añazco y Francisco Medina en carpintería y albañilería, respectivamente. El caso era que buscaba evitar que las mismas gentes que recibían solares del Ayuntamiento para construir sus casas, las hicieran ellos mismos a su real saber y entender. No obstante, los alarifes y sus aprendices llamados a realizar esta actividad, no estaban haciendo bien su trabajo, lo que contempló que el Ayuntamiento en 1640 designara alcaldes para examinar a éstos como a otros artesanos. La falta de supervisión había hecho envilecer estos oficios mecánicos, al punto que no solo exhibían mala praxis en la ejecución de sus artes, también los materiales empleados eran de muy mala calidad incluyendo una reducción sustancial en los tamaños de las tejas, ladrillos y demás insumos; del mismo modo se señala el alquiler de esclavos para estas actividades sin tener la debida formación. En síntesis, la precariedad en la construcción de las casas y otras edificaciones en la ciudad de Caracas, no estaban en condiciones de resistir ninguna factura de la naturaleza como era el caso de un sismo como el de 1641. Es por ello que los daños fueron graves y de gran extensión que reclamarían a los caraqueños muchos sacrificios para revertir tales daños en la ciudad de Caracas. En una palabra, la habilidad y arte de los alarifes de la construcción no pasaron la prueba de la naturaleza el día de San Bernabé[3]

          Los documentos generados por el poder de la iglesia que incluía desde el Obispo hasta los vicarios pasando por los miembros del cabildo eclesiástico, relacionados con el sismo de San Bernabé, nada dicen sobre la existencia de Saturnino. Incluso el pugnaz Obispo Fray Mauro de Tovar, cuando se opuso a una posible mudanza de la ciudad propuesta por el Gobernador Ruy Fernández de Fuenmayor, a una esplanada en Chacao, respondió enfático, que para evitar el “castigo de Dios”, la única mudanza posible y eficaz, era que los caraqueños cambiaran sus costumbres de llevar de una la vida impía por otra piadosa. En semejante, argumento no se alude el nombre de Saturnino como el que había advertido o profetizado el terremoto causado supuestamente por la ira divina a los descarriados caraqueños.[4] 

           Pero los testimonios y demás papeles generados por las restantes instituciones vinculadas al poder civil, respecto a sus pareceres y medidas que adoptaron luego del destructivo sismo para la reconstrucción de la arrasada Caracas, tampoco se hace referencia sobre la existencia del escurridizo personaje de Saturnino. Así en el fluir burocrático de ordenes e informes sobre el terremoto gestados por el Gobernador y el Ayuntamiento, e incluso los que fueron a parar a las manos del Rey, nada se advierte del supuesto loco que profetizó el desastre telúrico, aunque desde luego todos diesen por cierto que tal desastre había sido un castigo de Dios. Redundante sería volver a los resultados que hasta ahora han arrojado los trabajos de la historiografía por las razones que ya hemos expuesto; es decir, Saturnino no es de su interés cuando abordan el estudio del terremoto de San Bernabé. Lo afirmado entonces por Antonio Calcaño, sigue siendo un enigmático asunto en las historias populares de nuestra ciudad. Hasta ahora Saturnino sólo parece respirar en el mundo de las fábulas y leyendas de la historia de Caracas, no ha podido emerger de esos recónditos y profundos ámbitos para conocer su rostro humano. Será que justamente es allí donde adquiere el hombre su condición humana para luego exhibirla en el mundo real y a beneplácito de sus congéneres. Alardear que podemos desentrañar los misterios de la aparición de las leyendas, es un paso que puede esta próximo, el de comprender con objetividad su naturaleza, es un salto que por ahora no entra en lo posible en las hazañas de la ciencia y la filosofía humanística. Por ahora, Saturnino es merecedor de una estatua a tamaño natural sentado en las escalinatas del paseo de El Calvario en actitud contemplativa de su eterna ciudad de los techos rojos, esperando que los caraqueños lo recuerden con el inmenso cariño que siempre han prodigado a sus bienhechores.
  
A continuación, el estribillo que hizo conocer Saturnino a los incrédulos caraqueños que hicieron mofa de sus advertencias sobre el descargo de la ira de Dios por llevar una disoluta existencia:


QUÉ TRISTE ESTÁ LA CIUDAD,
PERDIDA YA DE SU FE,
PERO DESTRUIDA SERÁ
 EL DIA DE SAN BERNABÉ.
¡QUIEN VIVIERA LO VERÁ!
TÉNGOLO YA DE DECIR:
YO NO SÉ LO QUE SERÁ
MAÑANA ES SAN BERNABÉ,
¡QUIEN VIVIERA LO VERÁ!


La Caracas de mediados del siglo XVIII sobreviviente al terremoto de San    Bernabé de 1641.


Guillermo Durand G.
                                                                                                Cronista de la Ciudad.

Fuentes consultadas:

CASTILLO LARA, Lucas Guillermo. Las acciones militares del Gobernador Ruy Fernández de Fuenmayor. Caracas, A.N.H. 1985.
CALCAÑO, José Antonio. La Ciudad y su Música. Caracas, Fundarte, 1980.
DURAND, Guillermo. Visión y reflexión en torno al pasado caraqueño. (época colonial). Caracas, Facultad de Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela, 2011.
LEAL, Alejandra y VÁSQUEZ, Raquel Memoria de las XXXVI Jornadas de Investigación Investigaciones del Instituto de desarrollo experimental de la construcción, IDEC, Caracas, 2018.
MILLAN, Blas(pseudónimo). El Agresivo Obispado Caraqueño de don Fray
Mauro de Tovar. Caracas, Biblioteca Rocinante, 1956.




[1] Véase; José Antonio Calcaño. La Ciudad y su Música.
[2] Véase: Blas Millán. El Terrible Obispado de Fray Mauro de Tovar y Lucas Guillermo Castillo Lara. Las acciones militares del Gobernador Ruy Fernández de Fuenmayor. (1637.1644)
[3] Guillermo Durand. “Los cimientos de la ciudad. Alarifes, herramientas y materiales de construcción en la Caracas colonial”. En: Visión y Reflexión en torno al pasado caraqueño.
[4] Citado por Alejandra Leal y Raquel Vásquez. “El terremoto de 1641 en la ciudad de Caracas. Una aproximación desde la historia urbana y la sismología”. En: Memoria del XXXVI Jornadas de Investigación, IDEC pp. 171-73.

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