“CUANDO NO ES PASCUA EN DICIEMBRE”. A PROPÓSITO DE LA NAVIDAD EN CARACAS
La navidad es una transferencia
cultural española a la sociedad colonial que implantó en Venezuela, que luego
singularizamos con nuestros aportes sin descartar la asimilación de otras
maneras de festejarla en el mundo contemporáneo. En el caso de Caracas, hasta fines
del siglo XVII esta tradición era un ritual, según los documentos eclesiales,
que sólo se celebraba tras los muros de las iglesias y conventos, bajo la
mirada siempre censurante de sus autoridades para hacer cumplir los rígidos
cánones establecidos en las Constituciones Sinodales (1698), para controlar en
parte la vida espiritual de los caraqueños. Sin desconocer tales pretensiones,
lo cierto es que cuando se intenta frenar los supuestos “excesos pecaminosos”
atribuidos a los sectores populares, era porque los jolgorios o zafarranchos
exhibidos por estos en los días de la navidad, ya se consideraban como un
asunto consumado que se debía erradicar de la ciudad.
En efecto, la alegría del pueblo
cobraba expresión en las parrandas que tomaban la calle para cantar aguinaldos,
subidos de color, con la llegada en tiempos de las pascuas decembrinas. Armados
con todos los instrumentos musicales alusivos a este tipo de canto: es decir,
cuatro, tambores, furrucos, pandereta y maracas, deambulaban de un lado a otro
en la neblinosa y oscura ciudad, entonando alegres aguinaldos sin el entorpecimiento,
al parecer, de las autoridades civiles y eclesiásticas, pues ambas se hallaban
satisfechas con que tales alborotos, no llegasen a los sagrados recintos de las
iglesias, donde obviamente se realizaba liturgias en alabanzas a la navidad.
Esto quiere decir entonces, que antes de las prohibiciones explicitas a que
hicimos referencia, la alegre turba tomaba por “asalto” los templos en que se
realizaban en las misas pascuales, entorpeciendo abruptamente, además de su
música, con bailes, gritos, pitos, charracas y matracas, el recogimiento y
sobriedad de esos actos litúrgicos que sólo permitía cantar villancicos, cuyas
letras jamás contienen palabras profanas o burlas de cualquier naturaleza. Es
muy posible que en Caracas se replicara lo que acontecía en las misas de
navidad en España; es decir, que terminaban con el lanzamiento, desde el coro
de las iglesias, de golosinas confitadas
y dulces secos a los niños lo que de inmediato se convertía en una suerte
de batalla campal en el suelo, y no en pocas ocasiones, los adultos rivalizaban
con aquellos en procura de las apetecidas golosinas. También entraba en el
ritual de las misas de navidad, que las mujeres llevasen a la iglesia pasta seca, lo que era compensado con
el obsequio de tortas bendecidas,
las cuales se usarían como talismanes en el año sólo para casos de extrema
necesidad, como era el comerla en caso de enfermedad. En este desbordamiento de
regocijo y rochela, cabe la posibilidad que participase gente perteneciente a
los sectores sociales acomodados. Estas misas concluían el 24 de diciembre con
la celebración de la fiesta del gallo
y comenzaban el Día de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre.
Pese a las restricciones la navidad
fue una de las tradiciones más populares que más se había extendido en Caracas para
mediados del siglo XVIII. Ya para entonces hizo su debut en la ciudad, por así
decir, la exhibición de nacimientos, pesebres,
jerusalenes o belenes. Esta novedad para celebrar la navidad, había sido
introducida en España por el rey Carlos III desde Nápoles donde ya era una
tradición confeccionar pesebres o belenes con figuras para conmemorar el
nacimiento del Niño Dios. Sin embargo, en Caracas esta novedad consistió en espectáculos de títeres o figuras de bulto,
como se decía entonces, que deleitaban a los concurrentes por las chistosas
ocurrencias que caracterizaban esas presentaciones, lo que las promovió a su
inmediata censura por las supuestas ofensas a la celebración de la navidad. Los
corrales o patios traseros de casas particulares, era lo que servía de
escenario a estas hilarantes comedias a las que asistían los interesados, luego
de pagar una solidaria entrada a los promotores de tales actos sobradamente
chistosos donde se recreaba el nacimiento de Jesús. Al parecer las obras que
cobraban mayor fama eran aquellas que estaban censuradas, razón por la cual se
hizo un espectáculo de mucho arraigo y permanencia en nuestras tradiciones
navideñas.
Otro aspecto que cobraba cierta notoriedad en
estas fiestas aparte del extraordinario ingenio caraqueño para la ironía o la
burla para componer los aguinaldos que
animaban sus parrandas navideñas, era el profuso empleo de la pirotecnia o fuegos de artificios que
las precedían. Así toda incursión de parranda venía acompañada, generalmente,
de su correspondiente anuncio estruendoso y luminoso, consistente en hacer
explotar cohetes y trabucos desde las nueve de la noche hasta el amanecer, que
es cuando se daba comienzo a la misa de
aguinaldo en los numerosos templos de la ciudad, momento en el cual,
reiteramos, con su alegría popular sumergían los actos litúrgicos de las misas
de aguinaldos, ante lo cual el vicario debió encogerse de brazos y aceptar esa algarabía
desbordante en la Casa del Señor.
Fuera de este ya tradicional espectáculo
popular; esto es: La Noche Buena, aguinaldos, misas, villancicos y comedias
alusivas al nacimiento de Jesús, no hay al parecer nada importante que sugieran
los documentos del siglo XVIII en la celebración de la navidad. En el caso del renglón
culinario, por ejemplo, algunos géneros que conocemos asociados a la tradición,
aun esperaban debutar en la mesa de los caraqueños, puesto que la exquisita
hallaca, apenas comenzaba a dar sus tímidos pasos por el camino de la
celebridad pascual, algo que sólo alcanzaría hacía la segunda mitad del siglo
XIX. En ocasiones por estas fechas decembrinas, hay indicios de la celebración
en lugares públicos del Día de los
Santos Inocentes (28 de diciembre) y el de Reyes Magos (7 de enero). En el primer caso, fue el pueblo de El
Valle que hizo de esta festividad un verdadero espectáculo popular, pues en su plaza
y en medio de una estridente cohetería, se usaban figuras hechas de vejigas de
animales infladas del rojo almagre, para semejar la sangre de un niño y así
“recrear” la matanza de los inocentes ordenada por Herodes. En el caso de los
Reyes Magos, la esquina de Camejo fue la que cobró notoriedad con la cabalgata
de estos míticos personajes, que eran recibidos por los caraqueños con mucho
fervor; incluso se cuenta que el Gral. José Antonio Páez, en cierta ocasión se
disfrazó de Melchor para sorprender al público asistente. Las bromas pesadas el
Día de los Inocentes entre los caraqueños, para entonces al parecer se había
institucionalizado en la ciudad; no así la entrega de regalo a los niños que
asociamos con los bondadosos magos. Habrá que esperar otros tiempos más
promisorios como veremos más adelante.
"Nacimientos, belenes y jerusalenes, ahora encuentran acomodo para sus representaciones en vivo en los teatruchos populares de la ciudad, como eran, por ejemplo, los de las esquinas de Maderero y Aguacate, o los sitios del Ñaraulí, Quebrada Honda y El Tejar"
Con la llegada un tanto abrupta y
traumática de la república que puso fin al orden colonial en los inicios del
siglo XIX, desde luego ello supuso algunos cambios en los festejos de la
navidad en Caracas, aunque obviamente tales innovaciones nada tiene que ver con
la política propiamente. Estos cambios comienzan advertirse a partir de mediados
de esa misma centuria, cuando asoman nuevas primicias de la navidad en Caracas.
Lo primero que he de mencionar, es que los nacimientos, belenes y jerusalenes,
ahora encuentran acomodo para sus representaciones
en vivo en los teatruchos populares de la ciudad, como eran, por ejemplo,
los de las esquinas de Maderero y Aguacate, o los sitios del Ñaraulí, Quebrada
Honda y El Tejar. Tales espectáculos tenían ahora el atractivo de ser hechos
por improvisados o anodinos actores que, no siendo profesionales, olvidaban sus
diálogos haciendo de aquello una verdadera galleta que hacía reír de lo lindo
al público, más pendiente de esa incómoda y esperada situación, que del libreto
de la obra en cuestión. Estas escenas de alborotos fueron recogidas en los
relatos literarios de los llamados costumbristas del siglo XIX, lo cual sin
duda es algo pintoresco y singular de nuestra navidad con acento marcadamente humorístico
y popular.
Por estos tiempos se hace sentir también
durante las pascuas, la notoria e infaltable presencia de alegres parranderos que
siguen cantando ingeniosos aguinaldos por las calles y zaguanes de las casas
particulares de la ciudad, en procura de un palito de aguardiente, necesario
como fundamental para seguir derrochando alegría a los caraqueños; por otra
parte y según Pedro Emilio Coll, hasta
ya entrado el siglo XX, las letras de estos aguinaldos, cuyas octavillas eran
vendidos en los mercados, ahora habían tomado
también el matiz de protesta política para denunciar los problemas del país, haciéndose
por tal razón muy populares. La actividad de estos parranderos, no estaba del
todo llevada por el azar y la improvisación, ya para entonces era un modo de
ganarse la vida, pues frecuentemente los dueños de las casas particulares,
contrataban previamente sus servicios, antes de simular que andaban con los
pasos perdidos, cuando se “tropezaban” con esos hogares, bajo la cómplice
mirada de satisfacción del trato cumplido. Los infaltables villancicos también
tenían sus espacios y adeptos; por lo general eran en los templos donde se
podían escuchar esas bellas melodías a la hora muy tempranera de las misas de
aguinaldos, como en los teatros de la ciudad y otros espacios tanto públicos
como privados. De allí que muchos villancicos hagan referencia a la ciudad y
alguna peculiaridad de sus tradiciones pascuales. Las estudiantinas por lo
común eran los artífices de llevar los villancicos a los sitios más
distinguidos de Caracas, mientras otros grupos de jóvenes se organizaban para
hacer lo propio en las iglesias y casas de particulares.
"Ahora es más frecuente en los hogares de gentes pobres, disfrutar de una humilde cena con hallacas, pernil, ensalada y un dulce de lechosa en vísperas de la Noche Buena y la de Año Nuevo"
Ahora es más frecuente en los hogares
de gentes pobres, disfrutar de una humilde cena con hallacas, pernil, ensalada y un dulce de lechosa en vísperas de la
Noche Buena y la de Año Nuevo. Los pobres además para socializar, se hacen
partícipes en las fiestas de navidad de
la Plaza Bolívar o en el Paseo Independencia de El Calvario, que ya
son eventos que atrapa el interés de los caraqueños, poco
después de 1873, por su fastuosidad y novedosa atracción que consistía el recibir el Año Nuevo en la Plaza Bolívar
con un fraterno abrazo, luego de escuchar las doce campanadas del reloj de la
Catedral, el himno nacional, como el cañonazo de salvas de artillería desde los
cuarteles del San Carlos o la Planicie, que se escuchaba en toda la ciudad,
que anunciaban el fin de año viejo.
También se dio comienzo al día siguiente de la Pascua o el Año Nuevo, realizar visitas a familiares y amigos concertadas
con el previo envío de las tarjetas de navidad o postales alusivas a las
fiestas. Otros con el mismo fin,
tendrán como preferencia hacer paseos
familiares a Los Mecedores, La Candelaria o Puente Hierro. No había por las
calles ningún adorno alusivo a las pascuas, a no ser una que otra publicidad de
los comercios incluyendo desde luego el aviso de los menús navideños en
carteles de algún restorán, o la venta de ciertos productos para festejar las
pascual en algún almacena en el centro de la ciudad.
En las clases medias y pudientes de
esta Caracas de fines del siglo XIX, llamada “El Paris de un solo piso,”
era común la celebración de la cena de navidad con la degustación de un
condumio especial compuesto de hallacas,
pernil asado, jamón “aplanchado”, ensalada, dulces de refinada repostería y exquisitos
licores importados. Para entonces, la cena podía también disfrutarse en los
restoranes de lujo y clubes privados que ya habían hecho su aparición en la
ciudad. Los obsequios, estrenos,
tarjetas de navidad y la aparición de San Nicolás, arbolitos y adornos alusivos
a las pascuas, hacen acto de presencia en los hogares de estas gentes
acomodadas, gracias a que son introducidas gradualmente como costumbres en
Caracas por los comerciantes extranjeros, provenientes de Francia, Alemania,
Dinamarca, Holanda, Inglaterra y los Estados Unidos, que se habían asimilado a la
clase acomodada criolla contrayendo nupcias con lindas caraqueñas. Todos
estos eventos están profusamente reseñados por la prensa de fines del siglo
XIX, y en ella no encontramos indicios que las tradiciones de las pascuas
caraqueñas, se hayan puesto en peligro de desaparecer por esas novedades de las
clases altas. Lo que si se advierte es un remozamiento de la navidad, al
ponerse en contacto con otras formas de celebrarla, revitalizándola al punto de
haber asistido al nacimiento de otras manifestaciones, que en breve tiempo
alcanzarían la titularidad de tradición para la ciudad de Caracas.
En el curso del pasado siglo XX se
sedimentan en el terreno de las tradiciones caraqueñas, todas las
manifestaciones navideñas que han quedado señaladas. Sin embargo, nuevas prácticas rituales surgirán en el
entendido que la navidad siempre se renueva en Caracas, sin dejar de ser
tradición. Durante la primera mitad de ese siglo, dan cuenta la aparición de
innovaciones que lleva el exclusivo sello caraqueño; se trata para comenzar del
hoy legendario pan de jamón. Esta delicia culinaria navideña se le
atribuye a Gustavo Ramella, pues de su panadería de Solís nació esta exquisitez
en 1905; pero como la envidia en ocasiones resulta benéfica, otros
panaderos perfeccionaron el producto añadiéndole a ese pan otros ingredientes
que mejoraron su sabor como las pasas y aceitunas, lo cual se le atribuye a la panadería de los Montabán de larga y
dilatada presencia en Caracas. Así comenzó la guerra por las acreditaciones por
mayor fama en la confección del pan de jamón, puesto que el resto de las
panaderías, se conformaron en hacer “clones”, y así buscar un mayor redito que
el producido por robar parte de los perniles o pavos, que les llevaban sus
ingenuos marchantes, para su cocción en los hornos de esas panaderías de poca
reputación, pues los devolvían a sus dueños, sustancialmente menguados. Ocupa en
segundo lugar como auténticamente caraqueño en nuestra cena navideña, el
infaltable Ponche Crema de Eleodoro
González P., quien inventó y patentó el elixir en 1904 y pese a sus años,
aún lo seguimos libando, sorvo a sorvo, para invocar el espíritu de la navidad.
Este ponche es la única bebida
espirituosa en Caracas asociada con exclusividad a la navidad como el pan de
jamón y la cena de Noche Buena y el Año Nuevo.
La aparición y explotación del petróleo, significó
entre muchas cosas, la modernización de la ciudad y la formación de un comercio
floreciente que captó la capacidad de consumo, no sólo de una pujante clase
media, sino de los sectores populares que se vieron favorecidos con las
políticas sociales luego de la desaparición del largo y oprobioso régimen
gomecista (12908-1935). En este clima, las navidades fueron un llamado al
consumismo frenético y a la introducción de cuanto artículo, moda o tendencia
se registrará fuera del país relativo a la navidad. Fueron así los años en que Santa Claus, Papa Noel o San Nicolás,
rivalizaron con nuestro Niño Jesús, quien desde la aprobación del pago de
aguinaldos a la clase obrera (1937), permitió a los padres de familia, comprar juguetes cuando no los recibía
gratuitamente, para cumplir con los regalos a sus numerosos hijos, e incluso, adquirir los estrenos para las fiestas de
las pascuas; comprar los
ingredientes para las hallacas y además pintar sus casas. Los
arbolitos canadienses tercamente compitieron por estos años con los tradicionales
pesebres criollos hasta lograr un “armisticio” al punto de verse uno y otro en
el seno de los hogares caraqueños. Entre tanto, los arrogantes pavos norteamericanos
y una cauda de productos europeos que se dicen son para los festejos navideños,
siguen siendo consentidos en nuestras plurales y criollas mesas; mientras el
whisky hizo esfuerzos por destronar del gusto caraqueño, los vinos españoles y
franceses que eran productos institucionalizados en navidad en nuestra
cambiante ciudad.
En tiempos más recientes los centros
comerciales se presentan en este frenesí del consumismo en Caracas, como una
seria amenaza para desplazar las parrandas, misas de aguinaldos y villancicos,
pero últimamente la modernidad y la tradición se han tomado de la mano para
consentirse en esos días de concordia. Las
patinatas que pululaban en Caracas por sus calles, plazas y parques desde 1920,
hoy acusan casi su extinción luego de haber experimentado un repunte en la
década de los noventa con los patines de línea, que desterraron a los viejos y
legendarios Winchester y Union. La
Cruz del Ávila que fue ideada en 1942 por el ingeniero de la Electricidad de
Caracas Ottomar Pfersdorff, desde 1963 nos sigue iluminando como la estrella de
Belén, pese a que el oficialismo montó una cruz dentro de los confines del
Fuerte Tuna, con la ilusa creencia que se convertirá en un símbolo sustitutivo
de nuestra autentica Cruz del Ávila. Pacheco por su parte, no tiene la
consistencia y determinación que lo caracterizó para enfriar agradablemente
nuestra ciudad. No sabemos si es efecto del cambio climático, o el introducido
por la revolución. En todo caso, ambas son manifestaciones perversas para la
alegría de los caraqueños que vemos perder esta preciada costumbre de festejar
el Nacimiento de Jesús titiritando del frío. Hoy pertenecen a un feliz pasado los
regalos de la Noche Buena, así como la
asistencia a fiestas y compartir, la cena y el abrazo de Año Nuevo, las uvas,
las lentejas que ahora aborrecemos; el paseo de maletas, las pantaletas
amarillas, los deseos escritos en papelitos, que no se cumplen o se olvidan
donde se dejaron; abanicar billetes para invocar la fortuna, son rituales que
invariablemente se practicaban después de la cena de Fin de Año en los hogares
de la bulliciosa y alegre ciudad de Caracas cada navidad.
Fue en el transcurso de la segunda
mitad del pasado siglo, cuando la navidad tuvo sus picos más altos en sus
manifestaciones de celebración en la ciudad, lo cual, por simple coincidencia,
podría compararse con lo que se registró en Caracas en el último tercio del
siglo XIX. El alto nivel de consumo y por tanto de vida que tuvieron los
caraqueños en la época de la mayor transformación urbana de Caracas, como al
hecho de haber alcanzado la ciudad el millón de habitantes (1951), de alguna
manera testimonian esta aseveración. El consumo del mes de diciembre en bienes
y servicios, lo que incluye las faustosas celebraciones en los grandes hoteles
de Caracas, no tienen comparación. En los comercios no dejaban de sonar
incesantemente las cajas registradoras ante unos insaciables compradores. La Billo’s Caracas Boys que en los años 50
y 70 habían hecho causa para recordar la Caracas vieja, debieron cambiar a un
estilo más navideño para poder competir con las pegajosas gaitas maracuchas y la
música provenientes de otras latitudes, reflejando desde luego el alto nivel de
prosperidad que se gozaba en la ciudad para
este tipo de negocios. Todo se hacía con cierto exceso en estos días de la
navidad, sin poder vislumbrar la proximidad del fin de tan preciados momentos
vinculados a las tradiciones y costumbre de los caraqueños y todos los
venezolanos.
Quisiera desearles una Felices Pascuas
como solían decir antes los caraqueños, pero el Grinch de Miraflores nos las robó y no tendremos en consecuencia,
el placer de vivirla a plenitud este año de 2019, como la veníamos disfrutando quizás
desde que el capitán Diego de Losada fundó la ciudad en 1567. Esta horrenda e
infame crisis del Socialismo del siglo XXI, cruelmente se ha ensañado con
nuestras costumbres y tradiciones, especialmente la navideña, haciendo
desaparecer su espíritu y en consecuencia las alegrías e ilusiones de todos,
tanto en los hogares como las calles de la ciudad. Ahora esta situación atenta contra
la tradición de la navidad en toda su significación histórica, lo que quiere
decir que arremetieron contra más de cuatro siglos que dieron sobradas muestras
de su existencia en Caracas, colmando el espíritu de alegría e ingenio de sus
habitantes para edificar lo que llevábamos con orgullo y entusiasmo de pueblo:
una ciudad plena de satisfacciones.
Guillermo Durand González.
VI Cronista de la Ciudad.
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