ME OCUPO EL HONOR: LOS NIÑOS Y LA CONCIENCIA HISTÓRICA. EL CASO DE LOS FRAILES DE CATIA


Invitado con la cortesía de siempre por mi estimado amigo y mentor el doctor Carlos Rodríguez, quien a su vez seguía una solicitud de la importante organización comunal “Catia Posible,” me preparaba para cumplir una vez más con el compromiso adquirido, como en anteriores ocasiones, con los profesores María Angela González y Ángel Cacique. En la víspera, me dije: ¡Esto será decir unas cuantas cosas que tengo en la cabeza como Cronista de la Ciudad sobre la historia de Catia! Así con tal propósito, organicé un esquema expositivo, un tanto polémico, para acometer contra algunas imprecisiones en torno al pasado de la parroquia Sucre, mejor conocida popularmente como parroquia de Catia. Así pues, el compromiso se resumía a charlar sobre la historia de esa localidad, como también de la entidad parroquial. Busqué al doctor Rodríguez y nos enrumbamos raudos a los predios de la “The Sucre Avenue.”


Llegamos al Colegio Niño Jesús de Praga, ubicado en la calle El Carmen a Santa Rosa de Los Frailes de Catia, siendo recibidos muy amablemente por los organizadores del evento y la directora de la institución educativa que arribaba a sus 65 Años de fundada. Vi el auditorio que terminaba con una tarima y el infaltable video beam, que ya encendido, se encontraba sobre una mesa junto a la correspondiente laptop. Lo único fuera de lugar eran esos artefactos electrónicos que tanto le critico a mis alumnos universitarios, pues promueve más el caletre que la reflexión cuando exponen. En todo caso no podía hacer de mi opinión una regla a cumplir de todo el mundo y así abandoné con la velocidad de un rayo, esa peregrina distracción. Al rato fueron ocupando el auditorio un número importante de niños de ambos sexos y aquello lo tomé como si se tratase, suele pasar, de un relleno cuando una sala está media vacía y se quiere disimular una “falta de capacidad de convocatoria.” Debo confesar que el que estaba fuera de lugar era yo. Aquellos niñas y niños, expresión que utilice solo una vez, eran los invitados a asistir a esta charla que me figuraba, no por prejuicios, como los otros tantos donde había participado, que se trataba de gente adulta. De inmediato se me prendieron las alarmas y se disparó el icónico y universal mensaje: “Houston tenemos un problema” Ahora que iba ser yo con mis punzantes ideas, dónde quedaría mis frases, si no ensayadas, cuando menos pensadas; cómo tenía que dar un “golpe de timón” sin defraudar mis planes; pero los más importante: ¿Cómo iba a capturar la atención de aquella chiquillería bulliciosa e inquieta? En fin, tenía que sustraerlos del clásico aburrimiento que produce en el ánimo la materia de historia cuando se imparte sobre todo en esas almas inocentes, no para que prestaran simple atención, sino para que el espíritu del interés y la duda, estuviese presente en ellos cuando comenzara hablar del pasado de Catia y particularmente lo atinente a Los Frailes.

La noción más primaria que conocemos de la historia, es aquella que sentencia que es una lección del pasado para el presente, si queremos decirlo en otras palabras, una enseñanza que sirve a los humanos para emular lo positivo y no repetir los errores. He aquí donde conseguí entonces un asidero o estribo para encarar aquella situación que reclamaba solución inmediata. Comencé con las consabidas normas de cortesía, y juro – insisto- que fue cuando emplee únicamente el termino de niños y niñas. Hubo algo que no puedo explicar, pero de pronto me encontré en ese mundo mágico de la infancia para poder darles una explicación sobre la historia, la cual no siempre es portadora de noticias deleitables y menos sencillas para comprender. Se dice con razón que la niñez es la patria de los adultos, es por eso que siempre volvemos a ella para solazarnos el espíritu de las acritudes del mundo real. Eso hice, pero creo con un mensaje inesperado que entregar, en términos de necesario y pertinente a aquellos seres en flor. Es decir, mi distinguido y honorable público escolar de 4to y 5to Grado del cual me ocupó el honor de dirigirles unas palabras sobre la historia y su terruño de Los Frailes.

La improvisación para este caso siguió intuitivamente la senda de las emociones, de los afectos y la admiración por aquellos niños prestos a escucharme. No me encontré en la necesidad de solicitar a Clío, la diosa de la Historia, su intervención para que me soplara al oído qué decir y cómo decirlo. Todo fluyó como los causes de los ríos y dejé a un lado y para otra ocasión, el complicado esquema académico que había preparado con antelación para exponerlo a la opinión de los entendidos adultos, siempre más pendientes por lo general, en querer escuchar las cosas que creen conocer, que argumentos en contrario, pues se trata posiblemente de una narcisista e involuntaria satisfacción de confirmar lo que ya presumen de conocimiento. En el caso de los chicuelos, desde luego lejos estaban de esos prejuicios y dudas. Ellos querían escuchar y era entonces el momento adecuado para sembrar nuevamente en el presente, la semilla de la verdad en el porvenir; de arrancar la mala hierba que lamentablemente en los últimos años, han dejado los promotores del odio desde las instancias del poder político gubernamental, a lo cual no ha escapado la historia, pues maliciosamente desde allí vienen mintiendo sobre lo acontecido en el pasado caraqueño, tratando de hacer creer que nuestra historia fue un enfrentamiento entre buenos y malos, que terminó perdiendo el pueblo ante los conquistadores, los mantuanos caraqueños, la oligarquía del siglo XIX y la burguesía de los tiempos recientes, apoyados por los partidos políticos democráticos que la representan. Esa historia maniquea solo sirve para mentir y confundir y de ese modo falsear la conciencia histórica de una nación, con el claro propósito de presentarse sus promotores como los “verdaderos” paladines y redentores de las injusticias hacia el pueblo; cuando en verdad, es todo lo contrario. Mientras más ignorantes seamos de la verdad de nuestro pasado, más fácil resulta engañarnos para vulnerar la soberanía popular con mentiras y promesas ideológicas mezquinas, que solo en la propaganda política hacen al pueblo protagónico de hazañas. A esto lo llaman, insisto, “descolonizar el pensamiento” a través de la promovida “historia insurgente”

Inicié mi intervención tomando como referencia la denominación etimológica y significado histórico de los topónimos y gentilicios que comúnmente conocemos para identificar así las localidades donde estos están filiados. Es decir, Los Frailes es el topónimo de una localidad ubicada en Catia y ésta se encuentra en Caracas, que vendría siendo el gentilicio en donde nacen y viven los caraqueños. Seguidamente les expliqué que Catia es un topónimo que identifica la localidad, pero desconocemos cuál es su significado etimológico, al no poder precisar por qué tiene ese nombre y que quiere decir. Pese a ello, tenemos claro su importancia histórica, aunque aclaramos, ésta debió forjarse en el curso de un tiempo bastante prolongado que los historiadores llamamos de larga duración. Catia existe mucho antes que se fundara la ciudad el 25 de julio de 1567 bajo el pomposo nombre de Santiago de León de Caracas por el capitán español Diego de Losada, ya que quien estableció por primera vez una precaria población de españoles en esta localidad con el nombre de Villa de Catia o de San Francisco, fue el venezolano Francisco Fajardo. Esto es lo singular y único en términos históricos que tiene relevancia para Catia, o sea su existencia antes que la ciudad de Caracas y que fuese establecida por un mestizo como Francisco Fajardo, quien era hijo de una india guaiquerí y un español de igual nombre. Así que este primer venezolano que nació del crisol de lo español y lo indígena y que dio forma permanente a lo que está compuesta la sociedad venezolana en los comienzos del siglo XVI, es el que hace presencia histórica en el sitio de Catia por primera vez en el Valle de Caracas proveniente de la isla de Margarita. Para su aventura pobladora Fajardo realizó tres viajes, siendo en el segundo de 1557, cuando establece la mencionada Villa de Catia. La resistencia indígena encabezada por el cacique Paramaconi al mando su aguerridos Toromaimas, junto con el también cacique Guaicaipuro, destrozaron poco después el rancherío de la Villa de Catia y expulsaron a los conquistadores. Para entonces, Francisco Fajardo, había sido ajusticiado por las intrigas y envidias que causaban sus méritos entre los españoles, lo que no lo eximió tampoco del odio que también surgió por otras obvias razones entre los indígenas opuestos a la conquista de este mestizo portador de la simbólica insignia venezolana. Fueron estos acontecimientos que desmienten absolutamente la existencia del supuesto cacique Catia y una etnia del mismo nombre, razón por la cual el origen del ancestral del topónimo Catia no proviene de ese insostenible mito que busca contrabandear la “historia insurgente”. Tampoco resulta verosímil que el vocablo Catia, sea una derivación del verbo catear empleado por los conquistadores en las labores de minas de oro que se encontraban en el Valle de Caracas, pues recordamos que antes de iniciarse tales actividades mineras, los conquistadores ya mencionaban en los documentos la palabra Catia para designar a una localidad, que no sólo abarcaba el escabroso vallecito donde Francisco Fajardo estableció su precaria población, también esta voz incluyó una franja del territorio oeste del litoral central que conocemos como Catia de La Mar, que hoy forma una parroquia de homónimo nombre. Es precisamente por allí por donde subió, a mediados del siglo XVI, Francisco Fajardo con sus huestes al Valle de Caracas, tras superar el llamado Abra de Catia que deba acceso al escarpado sitio fundacional, esto es: Catia.

La destrucción de la Villa de Catia en modo alguno hizo desaparecer el topónimo con el cual era conocido el lugar donde se había emplazado esta villa. Tras un muy prolongado tiempo de aislamiento geográfico con la ciudad de Caracas, el topónimo Catia siguió intacto dándole nombre a ese apartado sitio que había sido intencionalmente segregado por el ayuntamiento, para que no se usaran sus trochas de indios allí existentes como vía de comunicación a la incipiente ciudad. Es así como este topónimo se conservó como insignia de pertenencia hasta convertirse en un gentilicio que resistió, no sólo al olvido estratégico de Caracas ante una posible invasión de piratas en el curso del siglo XVII, sino que sobrevivirá al establecimiento de la parroquia con el nombre de Sucre en los inicios del siglo XX. El aislamiento de Catia y el tardío establecimiento de un caserío de relevo que sustituyera a la primigenia población de Fajardo, como si ocurrió en otras localidades de Caracas donde se crearon pueblos de encomiendas o de doctrina como en El Valle, La Vega, Macarao y Antímano, es lo que explica entonces porque nunca existió un templo eclesiástico en Catia hasta cuando se establezca, cuesta creerlo, la iglesia parroquial El Carmen en 1950. La Capilla de Lourdes en El Calvario y la iglesia del Perpetuo Socorro de Paguita, construidas respectivamente en 1884 y 1885, no representaron nunca eclesiásticamente al lejano caserío de Catia, cuyos pobladores habían perdido el sueño de convertir su terruño en parroquia, luego que fue desestimada su petición de 1851 por no disponer su localidad de un templo donde sus vecinos pudiesen recibir los santos sacramentos, requisito indispensable para la creación de la parroquia civil. Eso cuando menos fue lo arguyeron como impedimento los miembros de la comisión especial de la Diputación Provincial de Caracas en 1853 que se encargó de evaluar las solicitudes de los caseríos de Catia, El Empedrado, El Rincón del Valle y Sabana Grande para establecerlos en parroquias civiles.

El poblado de El Recreo (Sabana Grande) fue la única entidad que se reconoció como parroquia foránea en 1853. Ya para fines de ese siglo XIX en 1893 fue convertido el mal llamado “Estado Vallenilla” en el caserío Sucre por el Concejo Municipal del Distrito Federal, como homenaje en el Centenario del nacimiento del Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre. Hasta allí podría decirse que ese acuerdo fue encomiable, pero esta resolución contemplaba la obligatoriedad para todos los habitantes de la parte oeste de la ciudad, a tomar como referencia al recién creado caserío Sucre en todo trámite de carácter legal incluyendo el simple señalamiento de su lugar de residencia. Esta fue entonces la razón por la cual la parroquia es creada bajo el nombre de Sucre en 1936, pero con ello elevaron el topónimo de Catia al rango de gentilicio, pues como una forma de protesta y una manera de imponer la tradición ancestral y la vernácula costumbre, la voz Catia se dejó escuchar como timbre de identidad, sobre las decisiones políticas hechas inconsultamente. Es así como con el tiempo se ha venido validado esa voz indígena caribe que conocemos como Catia y que posiblemente sea el nombre que lleve como insignia el futuro municipio a que aspiran todos los catienses.
Cuando premeditadamente hube de referirme en detalle de la creación de la parroquia Sucre el siete de diciembre de 1936, fue con la precisa intención de explicar la historia que, como localidad, le tocó desempeñar Los Frailes en tiempos recientes. Lo primero que señalé es que el acuerdo de creación de la parroquia Sucre junto a la de San Agustín, no se menciona para nada a la localidad de Los frailes puesto que, y ahora citó la nueva entidad parroquial: “Contiene dentro de sus límites los vecindarios de Agua Salud y Catia, la Urbanización Nueva Caracas y vecindarios de Tacagua y El Ojo de Agua. Linda con las parroquias Catedral, La Pastora y Carayaca.”

Desde luego que podría caber la duda que se trató de un error de omisión o impresión del Acuerdo Municipal. Sin embargo, el contenido del documento estaba en lo correcto al no estimar a Los Frailes como lugar poblado o un caserío. En propiedad esta localidad de Los Frailes de Catia comienza aparecer como población en el radar de los mapas a partir de 1938; es decir, dos años después de haberse creado la parroquia Sucre, como un incipiente barrio compuesto por una población escasa y dispersa. Ahora bien, como topónimo que designa un lugar, el término de Los Frailes ha estimulado la imaginación de muchos. El fallecido y siempre recordado Dr. Juan E. Montenegro, V Cronista de la Ciudad, escribió un interesante articulo: “Una nota sobre Los Frailes de Catia” (Crónicas de Santiago de León), donde resume las fuentes más confiables y disponibles que existen sobre el tema, pero termina concluyendo que no solventan el enigma que lo acredite de forma convincente del por qué el nombre Los Frailes. Se menciona, por ejemplo, a unos supuestos ranchos que montaron en ese sector de Catia unos frailes de la iglesia de San Pablo luego del terremoto de San Bernabé que destruyó a Caracas en 1641; otros afirman la existencia de una hacienda con ese nombre en el siglo XIX. La imaginaria popular lo atribuye a unas figuras de frailes que sugerían unas enormes piedras en el lugar escarpado, o que habían muerto unos religiosos de forma muy trágica, entre otros cuentos. Lo único contundente que se tiene como prueba es un mapa de 1795 del ingeniero Francisco Jacott, identifica el sitio como “barraco de Los Frailes”, Jacott era el encargado de abrir un camino carretero hacia La Guaira (que no se construyó) que sustituyera al llamado Camino de los Españoles en el Ávila, que venía siendo utilizado desde principios de la colonia como medio de comunicación entre el litoral y la ciudad. Este preciso dato entonces lógicamente le resta credibilidad a todos los intentos de explicación que se han dado sobre el origen del nombre de Los Frailes, aunque deja abierta la incógnita como una tarea pendiente de resolver, del porqué de este enigmático nombre del topónimo que distingue a esta importante barriada de Catia.

Dejé claro que es muy posible y a la vez deseable que, entre los honorables concurrentes a mi improvisada exposición, pudiera surgir una mente iluminada que fuese capaz de esclarecer esta cuestión de identidad. El estudio en un maravilloso medio liberador de la mente y los espíritus creativos que han acompañado la evolución de los seres humanos, y claro está, esa herramienta trasformadora no era desconocida por quienes me escuchaban. Un poco de interés y sacrificios era todo lo que posibilitaba abrir las puertas al conocimiento e incluso ampliarlo y profundizarlo. Una tarea que entonces podían tener en mente desde este mismo momento, era abordar la posibilidad de ser ciudadanos útiles mediante el cultivo de las ciencias en todos sus ámbitos, y no olvidar que tenían un compromiso con su comunidad y con la historia que todos, desde sus bisabuelos hasta ellos mismos, han tejido con el esfuerzo de sus manos y los sacrificios que les han reclamado las circunstancias y los tiempos en que les tocó vivir dignamente. Es allí precisamente cuando prendió la historia en Los Frailes de Catia hacía 1938, quizás un poco antes, pero no en los años que antecedieron los comienzos del pasado siglo XX. El caso de que el nombre del topónimo sea antiquísimo, no necesariamente implica el comienzo de la historia de la localidad, aunque la lógica nos abra una duda razonable que hasta ahora no han resuelto como quedó dicho.

Antes de ceder la palabra al doctor Carlos Rodríguez, les manifesté mi disposición en ayudar a la tarea de ir escribiendo sobre la historia del barrio en la cual deberá tenerse muy en cuenta la encomiable labor realizada y que sigue realizando la parroquia eclesiástica de la Orden Carmelitas Descalzas creada por Monseñor Arias Blanco en 1950 que es cuando comienza la fundación y construcción del colegio sobre los esfuerzos de los religiosos, la comunidad y la empresa privada desde. Doce años más tarde iniciaría sus actividades de enseñanza primaria en 1962 para 200 niños. Hoy ante nuestros ojos el Colegio Niño Jesús de Praga, tiene la forma de un palacio o mejor de un templo dedicado a formar jóvenes y de convertirlos en ciudadanos imprescindibles para su comunidad, la parroquia, la ciudad y el país. Aquí no solo se imparte educación escolar, también es centro para el deporte y las artes a la que suele sentir interés y mostrar cualidades el adolescente de Los Frailes; también como me lo reveló el padre fray Jorge Cristóbal Domínguez, es un oasis de esperanza para muchos empobrecidos y hambrientos seres que reciben una comida los fines de semana para palear en cierta manera la desgracia que atormenta a muchos caraqueños en estos últimos años de crisis y de valores: No tener el pan de cada día.
Concluyo expresando que me siento muy complacido en haber tenido esta experiencia única y honrado de la atención que vi en la expresión y miradas de unos niños que les auguro de todo corazón, el mejor y el mayor de los parabienes que sean dados. Me ocupo el Honor.

 Alumnos del Colegio Niño Jesús de Praga. Los Frailes de Catia. Caracas.

Ponente Dr. Carlos Rodríguez - Colegio Niño Jesús de Praga. Los Frailes de Catia. Caracas.

Comentarios

  1. Demás esta ratificar el agradecimiento por sus charlas y foros, ante poblaciones tan diversas como esclares y adultos de una parroquia tan compleja y olvidada, como es Catia...sii a secas. Es nuestra obligación manifestar que el gusanillo de la curiosidad por los origenes si se estimula puede generar incipientes historias y motivar (por qué no, posibles buenas plumas), aparte de ese sentido de pertenencia que much@s se han empeñado en borrar, que muy bien ud define "Mientras más ignorantes seamos de la verdad de nuestro pasado, más fácil resulta engañarnos para vulnerar la soberanía popular con mentiras y promesas ideológicas mezquinas, que solo en la propaganda política hacen al pueblo protagónico de hazañas.".
    Desde Catia Posible insistiremos en acciones constantes, cada vez más complejas, sumando mas apoyos como son los maestros y los influencer comunitarios, para que la reconstrucción de lo posible esté cada vez mas cerca.
    Mariangela González.
    Fundacion Catia Posible

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  2. en una de esas fotos estoy yo que orgullo havbbber pertenecido y a el niño jesius de praga y de ser de por alli mismo a tres casa de mi colegio soy jorge gonzalez

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  3. perdonen las letras mal puestas y la emocion bien colocada jejejeje

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