EL PÁNICO EN LA CARACAS REPUBLICANA: LAS EPIDEMIAS DEL SIGLO XIX Y PRINCIPIOS DEL XX
El
historiador Jean Dalumeau, escribió un interesante libro titulado El
Miedo en Occidente, donde de forma magistral analiza los diversos
miedos que llevó Europa a cuestas desde la Edad Media hasta el siglo
XVII, para comprobar de alguna manera, que el pánico colectivo
condicionó la actuación de la sociedad occidental en sus ámbitos
psicológicos, sociológicos, antropológicos y económicos. Lo
acontecido en Caracas en el curso del siglo XIX y las primeras
décadas del siguiente, respecto al impacto que alcanzó los estados
de pánico a la que estuvo sometida su población por la presencia de
diversos y mortíferos agentes patógenos, también da suficientes
elementos para escribir todo un voluminoso texto, sobre el
significado que pudo haber cobrado el miedo cuando se manifiesta de
forma colectiva, intensiva y recurrente, en un contexto histórico
altamente complejo, donde la población se encuentra
inmunológicamente sin memoria y socialmente sin amparo. En este
sentido, los estragos causados por patologías epidémicas altamente
infecciosas, así como los factores históricos adversos que la
potenciaron y redimensionaron a niveles más letales y persistentes,
hicieron en el período indicado, una suerte de caldo de cultivo que
vigorizaron los estados de pánico en Caracas, los cuales pensamos
bien podrían formar paralelismo con los efectos traumáticos del
miedo, causado por la abominable peste negra en el continente europeo
durante el siglo XIV. Así que, y en lo posible, trataremos de
tomarle el pulso a esa realidad imperante en la capital de la
república, a los propósitos de explicar históricamente la
devastación que pudo haber causado la viruela, el cólera morbo, la
peste bubónica y la influenza de 1918, entre otras patologías que
alcanzaron el rango de epidemias en la ciudad de Caracas. En la
confrontación de estas contingencias del período indicado, de
alguna manera veremos la determinación de respuesta de los
caraqueños como la capacidad de solución de su precario sistema de
salubridad del cual dispuso para ello la ciudad.
La Caracas republicana:
Epidemias, un Asunto entre vivos y muertos.
Caracas una vez liberada de las fuerzas contrarias a la
independencia luego de la batalla de Carabobo en 1821, pierde su
condición de capital de la república al formar parte Venezuela del
proyecto del nuevo Estado que había ideado el Libertador Simón
Bolívar bajo el nombre de Gran Colombia, cuya capital provisoria
sería Bogotá mientras se construía en su honor, la utópica ciudad
Bolívar en algún lugar de Panamá. Esta circunstancia política,
desde luego hizo de Caracas una ciudad de segundo nivel que le resta
importancia y, en consecuencia, la sustrae de los recursos necesarios
para superar el estado de precariedad en la cual la había sumido la
larga guerra de independencia, pero sobre todo de los efectos del
devastador terremoto del 26 de marzo de 1812, cuyos escombros y
ruinas, aún podían verse en la atribulada ciudad. A esta situación
más que generalizada de entumecimiento de la vida cotidiana
caraqueña, había entonces que agregar la inestabilidad política de
inconformidad, que se expresaba, podría decirse, a lo externo, en un
reconcomio hacia la Gran Colombia al no ser Caracas la capital de ese
nuevo Estado; en lo interno, en el intento de capitalizar ese
descontento que luego se dispersaba o diluía en una infinitud de
intereses políticos y de poder, al cual aspiraban los miembros de la
clase política criolla, que dará lugar al nacimiento del llamado
caudillismo como fundamental factor de perturbación nacional. La
desmembración de la Gran Colombia y la muerte del Libertador en
diciembre de 1830, replanteó para la república un período de re
acomodos ayuno de consensos entre sus principales dirigentes, que dio
lugar a la apertura de un traumático periodo que desbordará los
limites cronológicos del siglo XIX, en el cual no se logra emplazar
y fraguar un proyecto de nación propiamente dicho, salvo el
atribuido a los esfuerzos que se hacen durante el régimen del
guzmanato (1870-1889), el cual va a sucumbir ante el fenómeno que le
había dado existencia con la llamada Revolución de Abril; es decir:
el caudillismo.
'(...) hubo interés en esa labor
por establecer una legislación para la ciudad, que los ámbitos de
los vivos y muertos estuviesen expresamente separados, aunque las
viejas costumbres mantuviesen intacta las normas de inhumar cadáveres
dentro de las iglesias, cuando se trataba de gente connotada; o en
sus cementerios anexos, cuando de gente común lo indicaba'
A lo largo de la historia de las
ciudades siempre se ha distinguido entre el mundo de los vivos y el
de los muertos. En el caso de Caracas, ello quedó expresamente
escrito en el proemio de sus ordenanzas municipales atribuidas a
Miguel José Sanz en 1804. No obstante, eso fue un largo proceso
legislativo iniciado desde mediados del siglo anterior y que culminó
con el trabajo de Sanz en la fecha indicada.1
El punto está en que hubo interés en esa labor por establecer una
legislación para la ciudad, que los ámbitos de los vivos y muertos
estuviesen expresamente separados, aunque las viejas costumbres
mantuviesen intacta las normas de inhumar cadáveres dentro de las
iglesias, cuando se trataba de gente connotada; o en sus cementerios
anexos, cuando de gente común lo indicaba. Luego de la independencia
y hasta 1850, aproximadamente, tales costumbres gozaban de buena
salud en la ciudad, lo que suponía que los cementerios se contaban
por cada iglesia parroquial existente; es decir, Catedral,
Altagracia, San Pablo, Candelaria y Santa Rosalía; aunque algunos
otros templos votivos de los viejos pueblos extramuros (Antímano
p.ej.), desde luego también poseían su camposanto para atender
entonces el mundo de los muertos. No tenemos noticias precisas de la
existencia de cementerios provisionales que se hayan levantado
durante los contagios de viruela u otras epidemias que atacaron a la
ciudad en el curso de la segunda mitad del siglo XVIII; sin embargo,
una que otra fosa común hubo de improvisarse. Lo que se hace
referencia casi anecdótica, corresponde al descampado de Coticita
que se usó como cementerio para enterrar, según se afirma, a las
víctimas del sanguinario José Tomás Boves y su lugarteniente
Chepito González entre 1813 a 1814. También hay referencias al
camposanto del Empedrado el oeste de la ciudad, donde se afirma se
inhumaron muchas víctimas del terremoto de 1812. En síntesis, no
había nuevos cementerios propiamente dichos que contrariara la
costumbre de los enterramientos en las iglesias o sus camposantos
anexos cuando se inicia la tercera década del siglo XIX en Caracas.
En un contexto bastante
complicado en el que la república busca establecerse como Estado
independiente, uno de los poderes que tiene que confrontar es el que
representa la iglesia católica. Desde 1824 hallábase pendiente un
nuevo tratado de relaciones entre la república y la Santa Sede que
no fue ratificado por el congreso en 1830.2
Tratabase el mismo del patronazgo eclesiástico, que le daba a la
autoridad laica las potestades más importantes en materia religiosa
que se hallaban con anterioridad en manos de la iglesia. Las nuevas
facultades irán pues desde la creación de obispados y arzobispados,
como el nombramiento de vicarios y erección de parroquias. Debe
quedar entendido que, en semejante complejidad de asuntos, estaba
además los procedimientos para el tratamiento de los muertos; quiero
decir, de las costumbres funerarias donde se incluyen los velorios y
las inhumaciones de cadáveres. Para entonces, el proceder de las
autoridades políticas laicas estaba siendo influido, entre otros
factores, por la teoría de las miasmas, según la cual las
enfermedades contagiosas eran consecuencia de inhalar aire
contaminado por efluvios putrefactos o descompuestos, algo presente
desde luego en los cementerios de las iglesias. De allí su interés
de prohibir inhumaciones en esos lugares sobre todo cuando se trataba
de víctimas pestilentes; a esta prohibición, se suma la expulsión
de las órdenes religiosas y la expropiación de sus bienes en
conventos y monasterios, cosa que la iglesia tomó como el mayor de
los insultos. Ahora pues, se creaba la necesidad de nuevos
cementerios para la ciudad y un seguro negocio para el comercio, que
hizo a más de uno frotarse las manos de alegría, sobre todo a
comerciantes extranjeros, que no sólo estaban dispuestos a construir
camposantos, sino que además ofrecieron embalsamamientos de
cadáveres para su impecable presentación en las empresas funerarias
que también establecieron en Caracas, dotándolas de servicios de
carruajes, séquitos, lápidas, etc., un poco antes de la epidemia de
cólera de 1850.
'El camposanto de los alemanes,
hubo de crearse bajo las mismas circunstancias en 1853, y son
precisamente estos nórdicos, donde encontraron mayor impulso las
empresas funerarias modernas en Caracas, así como el negocio de las
farmacias, siendo una de las más notables la Botica Alemana de la
esquina de Las Gradillas'
El cementerio de los ingleses
responde pues a todas esas circunstancias, y no sólo al hecho
religioso que sus usuarios puedan ser protestantes o judíos. Fue
establecido en 1834 tras una importante inversión, que no
necesariamente correspondió al interés inglés, pues algunos
comerciantes caraqueños, invirtieron sus pesos en dicho negocio. El
camposanto de los alemanes, hubo de crearse bajo las mismas
circunstancias en 1853, y son precisamente estos nórdicos, donde
encontraron mayor impulso las empresas funerarias modernas en
Caracas, así como el negocio de las farmacias, siendo una de las más
notables la Botica Alemana de la esquina de Las Gradillas. Los
criollos en cambio se vincularon más a la construcción de
cementerios por suscripción; bajo esos términos aparecieron los
camposantos llamados de Los Hijos de Dios (1856), el de San Simón
(1857) y el de Las Mercedes (1864), todos situados en la periferia
norte de la ciudad. Digamos en conclusión que, en la entrada en
servicio de estos nuevos camposantos, hubo la convergencia de
factores como el interés político, el de la fuerza de las
costumbres, la oportunidad de negocios y la temible presencia de las
epidemias y, en consecuencia, el miedo ante una posible o irremisible
muerte, que no necesariamente igualaba socialmente a los caraqueños.
En este sentido, aún estaba pendiente cubrir la necesidad en la que
se encontraba la gente más pobre de la ciudad de un camposanto ante
la temible epidemia de cólera de 1850. Sirva de ejemplo lo extraído
de la memoria de la municipalidad de Caracas de ese año, donde se
expone la urgencia de edificar un cementerio popular para así
terminar con una situación:
“… triste en que se
encuentran los habitantes de la ciudad, en particular la parte
proletaria, de arrojar los cadáveres en una sábana abierta, y en
donde a pesar de la vigilancia de la policía y de dársele
sepultura, se ven expuestos a ser pasto de los animales, se dirige
[el concejo] a la H. Diputación Provincial para que salve a la
ciudad de un espectáculo que a la vez que es triste repugna a la
civilización”3
'La
Junta Médica recomendaba que los cadáveres del cólera, debían
sepultarse en cementerios situados en la periferia alejada de la
ciudad'
Las muertes por contagios
epidémicos en Caracas durante el curso de la segunda mitad del siglo
XIX, claro que se trató de mitigar empleando, entre otros,
procedimientos de la ciencia médica. Las mismas -ya lo advertimos-
era la teoría que se encontraba en boga sobre la explicación del
contagio de cólera, y en base a ese “conocimiento” se procedía
en consecuencia. Las autoridades del gobierno apelaban a su
herramienta sanitaria de mayor credibilidad, representada en la Junta
de la Facultad Médica de la Universidad de Caracas, de donde se
diseñaban las directrices de actuación que comprendía el
diagnóstico, tratamiento, cordón sanitario territorial y, por
último, podría resumirse, pautas muy precisas para la inhumación
de cadáveres. Por lo visto en el testimonio anteriormente citado,
no siempre los habitantes se acogían a las normas oficiales
difundidas a través de carteles fijados en parajes públicos más
concurridos, o bien en volantes impresos e instrucciones verbales
directas sobre las medidas para evitar contagios. Sin presentar
propiamente una solución, la Junta Médica recomendaba que los
cadáveres del cólera, debían sepultarse en cementerios situados en
la periferia alejada de la ciudad. El Cementerio de los Hijos de
Dios, que se había construido como afirmamos en 1856 en sustitución
de la clausura del camposanto llamado del Norte, fue llamado como de
coléricos a pesar de haber sido diseñado para la clase acomodada
que exigía el glamour hasta para las sepulturas.
'La
repulsión a las excesivas emanaciones de basura que en Caracas que
se acumulaba por todos lados, fue lo que promovió el establecimiento
del servicio de aseo urbano el 25 de junio de 1875, tras aprobar el
concejo municipal un contrato al efecto con el Gral. Vicente Ibarra. Este servicio no tuvo el éxito esperado y su prestación no contó
con el apoyo decidido de los caraqueños (...)'
La explicación que haya sido
este camposanto llamado de coléricos, no está en que el sistema de
nichos utilizados ´para las inhumaciones, fuese considerado como el
más apropiado para evitar la propagación de epidemias según la
teoría miasmática. La respuesta está al destinarse un área en
este cementerio para sepultar en tumbas convencionales a muchas
víctimas proletarias de cólera, las cuales eran pasto de los perros
y cerdos que las desenterraban, convirtiéndose en factores de
propagación del temido patógeno, al entender de las creencias de
entonces. Esto quiere decir, que no seguían las recomendaciones de
abrirse fosas con unos ocho pies de profundidad y cubrir los cuerpos
con carbón o cal, preferentemente, para evitar efluvios
contaminantes del aire. Fue pues este dantesco evento que terminó
dándole popularmente el nombre de colérico, al cementerio más
lujoso y moderno de la ciudad de mediados del siglo XIX, diseñado y
construido por el ingeniero y arquitecto Olegario Meneses. La
repulsión a las excesivas emanaciones de basura que en Caracas que
se acumulaba por todos lados, fue lo que promovió el establecimiento
del servicio de aseo urbano el 25 de junio de 1875, tras aprobar el
concejo municipal un contrato al efecto con el Gral. Vicente Ibarra.5
Este servicio no tuvo el éxito esperado y su prestación no contó
con el apoyo decidido de los caraqueños que parece se sentían más
a gusto en arrojar inmundicias donde mejor les pareciera, pues
consideraban un insulto que obreros del servicio penetraran sus
hogares en búsqueda de los indeseables desechos.
Si bien es cierto que el médico
inglés John Snow, fue el que pudo determinar que las causas de la
trasmisión de la enfermedad del cólera, obedecían sólo a la
ingesta de agua contaminada de heces humanas en 1854, y que el
ingeniero Joseph Bazalgette, saneó el sistema de alcantarillado de
la ciudad de Londres, responsables de la contaminación del agua para
el consumo, y por tanto, de las epidemias de cólera entre las
décadas del cuarenta y cincuenta en la misma ciudad, la teoría de
las miasmas seguía intenta como premisa científica para el
entendimiento de la terrible enfermedad. Ello pues era lo que
aceptaban las ilustres personalidades que integraban la Junta Médica
que combatían la misma epidemia en la ciudad de Caracas, razón por
la cual no obtenían los resultados esperados de sanación, pese a
sus encomiables esfuerzos para erradicarla. A continuación,
citaremos cómo el diario caraqueño La Opinión Nacional, describía
el horrendo estado de la higiene de la ciudad para 1869, no obstante,
a que consideraban las autoridades y los médicos de Caracas, haber
hecho una tarea encomiable para su extinción.
“…
80 quintales de sustancias podridas
en el depósito general de aguas limpias (…) ¿Podrá gozar de
salubridad una población cuyo principal surtidor de agua potable ha
dejado de limpiarse por tres o cuatro años? (…) Las cañerías
están rotas u obstruidas, a veces mezclándose las aguas negras con
agua limpia. En las fuentes públicas suceden escenas deplorables
imprecaciones y riñas por una cantidad miserable de agua que
resultan además contaminadas. No hay agua suficiente para los
hospitales. Anauco, Carota y Catuche tienen una inmensa cantidad de
inmundicias (…) Hay una profusión desorganizada de varias
jabonerías, matanzas y carnicerías y un mercado que es preferible
no describir (…)
Muchísimas
de las 4.200 casas que constituyen la ciudad son focos e infecciones,
porque en sus patios se acumulan sustancias en putrefacción por
mucho tiempo (…) En estado horrible de higiene se encuentran además
los corrales de los animales destinados a ser beneficiados (…) El
mercado con aguas negras que corren en su entorno, es un foco de
infección. Igual los animales muertos en las calles que deben ser
recogidos. Basureros se encuentran diseminados por toda la ciudad (…)
Cárceles, cuarteles y hospitales deben mudarse a las afueras; como
también tenerías, jabonerías, velerías y mataderos, y esto bajo
la vigilancia policial y controlador de alimentos.”6
Por lo visto en la denuncia de
este medio periodístico, el énfasis se encuentra puesto en la
higiene general de la ciudad siguiendo la teoría de las miasmas, y
no en la calidad del agua que consumen los caraqueños, que tampoco
cumple con los requisitos de salubridad necesarios para combatir con
eficiencia la epidemia de cólera de esos años. Como no se llevan
estadísticas, calcular con precisión los porcentajes de las
defunciones, es un tanto quimérico, aunque se presentan algunas que
insisten, lógicamente, estar por encima de la tasa en los tiempos
libres de epidemias. Se afirma que el cólera es responsable de más
de un sesenta por ciento de todas las defunciones, pero también hay
algunas que son producto de catarros, fiebre amarilla y sarampión.
Caracas posee una población aproximada de 45 mil habitantes y cada
dos meses mueren unas 547 personas por el contagio. En 1853 la
tosferina y el sarampión, matan a unos 2095 infantes en un promedio
de 19 por día. El hecho persiste en 1861 con la viruela, al no
disponerse de las vacunas para protegerlos. Diríase que son muchas
patologías infecciosas, se ensañan en estos tiempos con los
indefensos niños. Ya algo semejante había acontecido en 1825 con
los infantes que morían de sarampión, y cuyos cuerpos, sus
afligidos y empobrecidos padres, dejaban a las puertas de las
iglesias o en la misma calle, envueltos en mugrientos andrajos. Las
autoridades para evitar “el feo espectáculo”, fijaron como
siempre carteles en los parajes públicos, prohibiendo estos
procederes y ordenando que depositaran los cuerpos en los cementerios
para su exhumación. De la cuna a la tumba era un dicho poco
comprendido en Caracas en esos tiempos.
“De
Caracas al Cielo”
'Caracas representaba el peor
de los castigos del purgatorio, donde se encuentran las almas en
pena, el cual era la antesala para llegar a la incansable felicidad
simbolizada en el firmamento'
Caracas cuando se encontraba bajo
contagio y en consecuencia pasaban periodos de cuarentena sus
habitantes, parecía una ciudad fantasmal. Verla en una casi una
absoluta soledad con sus calles vacías y sus casas y negocios
cerrados, era un espectáculo espeluznante y aterrador. El silencio
sólo era interrumpido por el soplo del viento o el gruñido de
perros rabiosos que pululaban en jaurías. Tropezarse con ellos en
las noches oscuras y neblinosas, hacia experimentar un terror, aún
peor al sentido con la peste, que calaba hasta los huesos; por algo
esos animales eran llamados “come muertos” pero exterminarlos
tendría que esperar. Recordamos, cuesta creerlo, aún se hallaban
intactas muchas ruinas del terremoto de 1812, que hacía más sombría
la urbe tanto de noche como de día. Los pocos viandantes que
transitaban sus calles bajo estas condiciones, se le venía a la
cabeza, para su mayor angustia, los cuentos de espantos y aparecidos,
cuyo sólo recuerdo imponía santiguarse y llevar en los labios
alguna oración que los librara de un mal paso. Todo faltaba para la
sobrevivencia, nada sobraba para la consternación o aflicción del
caraqueño. Con razón o sin ella, sus habitantes por estos años
deplorables, les dio por hacer popular su refrán que hoy lo
entenderíamos como una contradicción, pero el que vivía en la
ciudad para la década de 1850, era una manera de protestar
sarcásticamente con la ironía que nos caracteriza: “De
Caracas al Cielo”
Para traducir la frase de la manera más fiel posible, sería: Que
Caracas representaba el peor de los castigos del purgatorio, donde se
encuentran las almas en pena, el cual era la antesala para llegar a
la incansable felicidad simbolizada en el firmamento. Esa era la
moraleja con la cual se burlaba el infame Núñez de Cáceres en su
libro de memorias, que espantó a más de un caraqueño cuando fue
publicado. Caracas por esos días era una ciudad para experimentar el
miedo, la tristeza y la desesperanza ante la inminente muerte
simbolizada en el contagio de las enfermedades.
'La nueva necrópolis del sur
que estaba supuestamente diseñada para evitar la contaminación del
aire que era supuestamente la causa de las enfermedades
transmisibles'
Durante la epidemia de esta
década las personas con mayores recursos abandonan la ciudad para
irse a pueblos de la periferia; los desamparados en cambio, deben
enfrentar la tragedia como vaya viniendo. No hay noticias que los
familiares o deudos hiciesen los acostumbrados funerales a las
víctimas, lo que significa que eran sepultados de inmediato en los
camposantos acondicionados para los infestos a que hicimos alusión
líneas arriba. Hay expresa orden de no realizar exhumaciones, aunque
ya lo vimos, los perros y otros animales si lo hacen al parecer a su
antojo. Un problema que contradecía esa orden, será otra que
perentoriamente mandaba a desenterrar los cuerpos existentes en los
cementerios de las iglesias para ser trasladados la nueva necrópolis
del sur que estaba supuestamente diseñada para evitar la
contaminación del aire que era supuestamente la causa de las
enfermedades transmisibles. Eso explica que estuviese la nueva
necrópolis arborizadas con los llamados sauces
llorones que
permiten la entrada de los rayos del sol que evitaban la humedad del
camposanto.
Con la inauguración del
Cementerio General del Sur en 1876, llega aparentemente a su fin
todos los camposantos situados en la periferia de la ciudad y sobre
todo los inactivos de los templos de las distintas parroquias. Al día
siguiente de entrar en servicio la nueva necrópolis del Sur, algunos
diarios publicaron burlonamente, que ya hacia ruinas. En todo caso
fue cerrado al año siguiente, lo que significó que se reabrieran
las actividades en los otros camposantos de Caracas, que además no
pareció que tomaron en serio la prohibición, porque muchos
dolientes, bajo la excusa que estaba muy alejado de la ciudad la
nueva necrópolis, continuaron enterrando a sus deudos en los viejos
cementerios. Los adelantos en la ciencia médica que se bifurcan o
dan inicio a muchas especialidades para el estudio y tratamiento de
las enfermedades infecciosas contagiosas, serán conocidas y
aplicadas en Caracas, gracias a la contribución que hacen los
médicos que se formaron en el exterior para servir en el moderno
Hospital Vargas a partir de 1891. Allí las nuevas especialidades de
la microscopía, bacteriología e histología, entre otras, tendrán
sus cultivadores, especialmente la del doctor José Gregorio
Hernández y su discípulo el clínico Rafael Rangel, logrando
avances en materia de inmunología. También descollarán los médicos
Rafael Razetti, Aníbal Domeneci que en 1895 fundan el Instituto
Pasteur de Caracas. La escuela de medicina de la Universidad Central
de Venezuela, aparte de formar competentes médicos, los instruye
como investigadores. Pero en líneas generales, la situación
sanitaria pública al final del periodo decimonónico puede ser
resumida en los siguientes términos:
“A lo largo del siglo XIX la
lucha antivariólica y posteriormente la lucha contra otras
enfermedades infectocontagiosas, va a quedar en manos de organismos
sanitarios tales como las Juntas de Vacunación, la Junta de Sanidad
y las Comisiones sanitarias, creadas ad hoc en los períodos críticos
en que ocurría alguna epidemia. Para 1882, la salubridad pública en
general (y las vacunaciones en particular) es responsabilidad del
Ministerio de Relaciones Interiores, dentro de lo cual, más tarde se
crean la Comisión de Higiene Pública (1909) y la Dirección de
Higiene y salubridad Pública (1910) con los mismos objetivos”7
¡Pongan
presos a esos patógenos!: Andinos y pandemias en Caracas de
principios del siglo XX.
Caracas queda extenuada y maltrecha en su salud con el
fin del siglo XIX, aunque sobrevive a las muchas epidemias que debió
confrontar. Un hecho importante que tendrá repercusión en la
historia de Venezuela, será la ocupación de Caracas que hacen las
fuerzas de la Revolución Restauradora en 1899 provenientes de la
región andina, encabezada por los generales Cipriano Castro y Juan
Vicente Gómez. Es la última revuelta armada caudillista de nuestra
historia que tenga éxito, pues el tiránico y personalista gobierno
que insurge de este movimiento, será un muro de contención
infranqueable para contener eficazmente, todos los movimientos
políticos que le adversen, así como el factor supresor de cualquier
signo de desarrollo que descanse en un despegue real de la sociedad
como instrumento de progreso, puesto que a lo sumo, la población
estará afectada durante el período, no sólo de graves epidemias
como la peste bubónica y la gripe española, sino de signos graves
de desnutrición, analfabetismo, pobreza extrema, elevada tasa de
mortalidad, sin ninguna posibilidad de revertir este estado de cosas
a consecuencia de la parálisis, podría afirmarse, a la que son
constreñidos todos los venezolanos hasta 1935.
La peste bubónica de 1908
-yersina pestis-
La primera epidemia que afecta a
la ciudad de Caracas es la peste bubónica de 1908 que quedará
activa hasta 1919, con la sola excepción de los años de 1913 y
1915. Como siempre, este patógeno solo era un coletazo de la
pandemia iniciada en China en 1896, que aún no se había extinguido
para comienzos del siglo XX.8
El contagio proveniente de la isla de Trinidad, arribó en el puerto
de La Guaira a principios de marzo de 1908 en un barco italiano
llamado “Citta di Torino.” De allí desembarcó la temible
enfermedad en el cadáver de un sacerdote ecuatoriano, además de
muchas ratas negras portadoras de su mortal yersina pestis. Tanto al
cadáver como algunas ratas, el doctor Rosendo Gómez Peraza,
director del servicio de medicatura del puerto de La Guaira, hubo de
diagnosticar su sospecha de peste bubónica. Se cuenta que cometió
una indiscreción al conversar sobre este asunto en el cafetín de la
estación del ferrocarril Caracas-La Guaira en presencia del cónsul
de los Estados Unidos, quien de inmediato, telegrafió a su embajador
en Caracas trasmitiéndole la terrible noticia; tras lo cual no se
sabe que tardó más en saberse, sí la destitución del doctor Gómez
Peraza o la difusión del rumor de epidemia en la ciudad. La remisión
en el cargo del doctor estuvo acompañada de una visita forzada a la
cárcel de La Rotunda al ser acusado de dar” falsa alarma y sembrar
pánico”, con el añadido de perturbador del orden público y
desestabilizador de la causa restauradora” El cejijunto e irascible
presidente Cipriano Castro, apeló al expediente de las lealtades
tachirenses, y de inmediato comisionó a su paisano, el destacado
clínico Rafael Rangel, para las averiguaciones pertinentes, puesto
que estaba en juego el prestigio del régimen y la impensable
cuarentena del puerto de La Guaira, que implicaba el cierre de este
importante bastión de recursos económicos, del cual no era posible
prescindir por entonces al presidente Castro. Parte de los eventos
que tejieron este episodio de la peste en La guaira, nos los refiere
el doctor Francisco Plaza Rivas, en un interesante ensayo donde dice
entre otros pormenores:
“Diagnosticó [el doctor Gómez
Peraza] los primeros casos de Peste Bubónica en marzo de 1908, en La
Guaira. El vapor italiano ‘Citta di Torino’´, proveniente de
Colón, desembarcó el cadáver de un sacerdote que venía de
Guayaquil, puerto infestado por la Peste. En Puerto España,
Trinidad, existía la Peste desde 1907.
A mediados del mismo mes de marzo
de 1908, el Dr. Gómez Peraza vio un caso con fiebre, ganglios
agrandados y dolorosos. Supo que se trataba de lo que los médicos
llamaban ‘incordio,’ pero la observación que le hizo un español
de origen canario, que había visto casos de peste en su tierra; le
hizo pensar en Peste Bubónica. Cunde la alarma cuando el Dr. Gómez
Peraza, dice que había visto seis casos en 24 horas, de una
enfermedad que presentaba -según su opinión- las típicas lesiones
de la Peste Bubónica. De esos casos tres murieron en pocas horas. El
19 de marzo son reunidos los médicos que ejercen en La Guaira,
resultando que sólo el Dr. Gómez Peraza aceptó haber tenido casos
de la enfermedad misteriosa. Ese mismo día la alarma ha llegado a
Miraflores y Cipriano Castro hace ir a Rafel Rangel a La Guaira.
Llega el 20 de marzo cuando le son presentados dos casos, toma
muestra del pus de los ganglios, hace frontis, lo cultiva e inocula
algunos animales. El 22 de marzo -en vista de que ni cultivo ni
animales, aportan datos positivos- Rangel emite su comunicado en el
cual afirma que no se trata de Peste Bubónica. (…) Un mes después,
Rangel, que ha analizado nuevos casos revela que ha encontrado el
bacilo de la Peste Bubónica Yersinia pestis y escribe al presidente
Castro sugiriendo tomar ciertas medidas, como el aislamiento de los
enfermos, como la desinfección de las casas y pedir suero y máquina
de gas sulfuroso. Rangel decide que el sitio idóneo para aislar a
los enfermos es el Lazareto de Cabo Blanco. El 18 de abril se cierra
el puerto de La Guaira por decreto Ejecutivo, que refrendan dos
médicos, los doctores Rafael López Baralt, Ministro de Relaciones
Interiores y Arnoldo Morales, Ministro de Hacienda y Crédito
Público”9
'(…) las correspondientes
pruebas de análisis, demostraron la presencia del mal en La Guaira.
De allí entonces el cierre del puerto el 18 de abril, las
actividades comerciales y las cuarentenas; el hospital de Cabo Blanco
se emplea para aislar y tratar los enfermos. En la ciudad comienza a
operar la Junta de Socorro del Distrito Federal, así como las
subalternas en cada parroquia de Caracas'
No se puede dar largas a este
asunto de la peste en La Guaira; por eso creo que el único dato
revelador es cuando Rafael Rangel, en una de las noticias que le
envía por telégrafo al presidente Cipriano Castro, le confiesa que
“nunca había trabajado con el bacilo de la peste y sólo se guiaba
por lo leído” y he allí el detalle. Al parecer tampoco el doctor
Gómez Peraza lo conocía hasta que lo puso en camino de la verdad,
lo sugerido por el extraño personaje canario que le refirió los
casos de peste en su tierra. Luego las evidencias con la frecuencia
de las muertes, sus características lesiones y las correspondientes
pruebas de análisis, demostraron la presencia del mal en La Guaira.
De allí entonces el cierre del puerto el 18 de abril, las
actividades comerciales y las cuarentenas; el hospital de Cabo Blanco
se emplea para aislar y tratar los enfermos. En la ciudad comienza a
operar la Junta de Socorro del Distrito Federal, así como las
subalternas en cada parroquia de Caracas. La profilaxis consistía en
la fumigación de sitios sospechosos con venenos y gas sulfuroso
contra las ratas, esta mediada estuvo complementada con la colocación
de trampas para atrapar roedores vivos y someterlos a exámenes que
determinaran su contagio; de aislamiento de enfermos en el Hospital
Vargas y restricción de tránsito a la población. El uso de suero
de yersin como terapia de tratamiento para los enfermos;
desinfecciones de casas y calles, cuarentenas de siete días para los
sospechosos de tener o haber estado en contacto con infestados. El
foco de contagio al parecer fue le mercado de San Jacinto y casas
aledañas donde cundían las ratas, posiblemente infestadas por las
que provenían de La Guaira escondidas en las mercancías que fueron
trasegadas de aquel lugar a la ciudad. Curiosamente para el mes de
julio, había desaparecido supuestamente el contagio y los doctores
Rafael Rangel y el mismo Gómez Peraza, recibieron por sus trabajos
contra la epidemia, la orden del busto de El Libertador en su tercera
clase. A comienzos de diciembre el presidente Castro viaja a Europa
con destino a Alemania, no se había ocultado el barco en el
horizonte, cuando es víctima de un golpe de Estado por su compadre
el general Juan Vicente Gómez el 8 de diciembre de 1908.10
La Gripe Española
'Entró
como siempre por el puerto de La Guaira el 16 de octubre, y el caso 0
fue con un soldado infestado que contagió a otros 500 en tan sólo
24 horas'
El caso de la llamada Gripe
Española, como pandemia mundial terminó matando más personas que
las atribuidas a Primera Guerra Mundial. Paradójicamente, el virus
fue portado por soldados norteamericanos que fueron a combatir a
Europa diseminándolo en los campos de batalla. El curioso nombre de
Gripe Española, se popularizó y arraigó por la razón que fue
España quien dio a conocer la pandemia, al no ser una nación
beligerante en la conflagración mundial, a través de su prensa que
no se encontraba censurada. Pese a la negativa de los españoles que
llevase la gripe el impropio nombre, este fue el comúnmente aceptado
para referirse a tan espantosa enfermedad contagiosa.
En Caracas la influenza tuvo desde
luego efectos desgarradores que causaron la muerte de miles de
personas enlutando a la población sin distingos sociales o de
cualquier otra naturaleza. Entró como siempre por el puerto de La
Guaira el 16 de octubre, y el caso 0 fue con un soldado infestado que
contagió a otros 500 en tan sólo 24 horas. En la capital el virus
seguramente hubo de llegar por intermedio de algún pasajero portador
en el ferrocarril que la separaba de aquel puerto, y las primeras
víctimas se registraron en las parroquias de La Candelaria, San Juan
y Catedral, respectivamente. Entre el 23 de noviembre y 4 de
diciembre, se totalizaron 91 defunciones lo que dan cuenta de la
virulencia de la enfermedad, que alcanzaría un tope de más de 1600
fallecidos. Los síntomas causados por el patógeno eran la fiebre,
tos, congestión nasal, vómito, irritación de garganta y por último
daños neuronales. El contagio de persona a persona, se manifestaba
muy agresivo por ser su trasmisión aérea; es decir, por microgotas
de las secreciones del enfermo al toser, estornudar o hablar, lo que
podría potenciar sus efectos de contagio cuando no se dispone de las
necesarias medidas de higiene como era la Caracas de entonces.
Las disposiciones sanitarias fueron
inmediatas al establecerse la Junta de Socorro del Distrito Federal
el 28 de 0ctubre de 1918 con un presupuesto de un millón de
bolívares; estuvo integrada la junta por los doctores Luis Razetti y
Francisco Antonio Rísquez; Monseñor Rafael Lovera y Felipe Rincón
González y los empresarios J.M. Herrera Mendoza, Oscar Augusto
Machado y Pérez Dupuy. Aislamiento de los enfermos en el hospital
Vargas y muchas casas de familia, cordón sanitario en las parroquias
controladas por las Juntas Subalternas de Socorro, que tenían el
encargo de una vigilancia intensiva de su localidad, así como la
fumigación y entierro de cadáveres. El caso del tratamiento no era
muy eficaz, y es por ello que se empleó varios métodos e incluso su
combinación como medio de supuesta su curación. En síntesis, el
problema podría ilustrarse así:
“Las opiniones medicas en cuanto
al diagnóstico y tratamiento se dividieron: Mientras unos recetaban
medicinas ampliamente conocidas en su época, otros recomendaban el
aceite de tártago, complementándolo con jarabe de ipecuana y las
infusiones de tilo con cebada diluida en agua. El desconcierto, la
diversidad de criterios y el apego a lo cotidiano en la utilización
de un remedio casero para la cura de la gripe, fueron efectos de una
emergencia que tomó a todos por sorpresa y causó más de 20.000
fallecidos en Venezuela en los tres meses que duró la epidemia11”
En razón a ello, posiblemente,
se ordenó en febrero de 1919 iniciar trámites para una legislación
sanitaria que contemplara la prevención y control de enfermedades
contagiosas bajo criterios científicos. El país acusó muchas
víctimas; perros y gatos también son contagiados por la epidemia.
En Caracas los servicios funerarios fueron deficitarios y las
inhumaciones se hicieron exprés y sin acompañamiento de dolientes
en el Cementerio General del Sur, a fin de evitar aglomeraciones de
personas.
A principio de esta tragedia,
algunas autoridades comprometidas en su control y erradicación,
minimizaron sus graves peligros a los efectos de hacerse ver como
funcionarios muy eficientes. Al tiránico general J.V. Gómez, se le
ocultaba la verdad informándole por telégrafo que solo era un
simple catarro, hasta que, al hijo predilecto del dictador de 23
años, el coronel Alí Gómez, el virus lo mata en sólo cuarentiocho
horas el 7 de noviembre de 1918. Ya el día 3 de ese mismo mes, el
prefecto de Caracas Lorenzo R. Carvallo, le telegrafía dándole
parte de la muerte de 104 personas en Caracas y días antes 89 en la
misma entidad. En octubre, Gómez había ordenado estricto control
desde una alcabala del pueblo de Antímano, de todo lo que se moviera
hacia los pueblos del centro, especialmente la ciudad de Maracay
donde se encontraba refugiado del contagio. Entre otras medidas que
tomó para la ciudad de Caracas, fue el de mandar rebajar los precios
de todos los alimentos expendidos en el mercado de San Jacinto que
propendieron al alza durante los primeros días de pánico. No hubo
nadie que chisteara la orden. Los gastos generales previstos por la
emergencia de la crisis del contagio, alcanzaron un millón de
bolívares, o sea el doble que el de la peste bubónica de diez años
antes. Tras la bondad del dictador, se solapaba su intenso miedo a la
pandemia, he allí su proceder. El medico e historiador Tomás
Polanco Alcántara, nos describe estos terribles días así:
“El contraste entre el dolor
profundo (…) en ese momento de debilidad espiritual y el pánico al
contagio, debieron asumir en Gómez tal magnitud que Márquez
Bustillo [presidente provisional de Venezuela] propone que, a pesar
de la gravedad de la situación, no sea informado de los telegramas
que lleguen a su oficina o residencia.
La excepcional gravedad de esa
propuesta al suspender, aunque fuere temporalmente, el sistema clave
del gobierno personal de Gómez (sic por personalista) como era el de
estar continuamente informado de todo lo que pasaba en el país,
obliga a considerar que el General debió haberse encontrado, quizás
por primera vez, ante un estado particularísimo de crisis emocional
unida, dentro de la compleja mentalidad de Juan Vicente Gómez, a
pensar en lo que significaba para su poder y predominio, que
cuidadosamente venía formando desde 9 años atrás, el peligro de
contraer una enfermedad de características mortales.
Con todos esos elementos decidió no
visitar al hijo enfermo. (Polanco, al dudar en cuanto a los alcances
o restricción de la crítica histórica, nos dirá más adelante):
¿Se portó bien, con prudencia de hombre de gobierno o se portó mal
como padre de familia? Responder a esas preguntas implica un juicio
valorativo que difícilmente puede hacerse de forma objetiva ya que
depende del punto de vista que se utilice para ello. No corresponde
al biógrafo juzgar sino exponer la conducta del biografiado”12
El historiador y en particular los biógrafos, no pueden presumir
que sólo con mostrar los hechos podrán excluirse de un juicio de
valor. La sola selección de los datos para exponer los hechos con
posterioridad, amerita su juicio crítico, y a no dudar, puesto que
ello forma parte del complicado mecanismo que debe operar en su
discernimiento, al momento de la búsqueda de la verdad del pasado.
En tal sentido, soy de la opinión que Polanco Alcántara, ante el
dilema de decidir entre la crítica y la apología, terminó al lado
de esta última, no sin antes exhibir un audaz talento para ocultar
lo que está a la vista de todos. Su admiración por su biografiado,
el General Juan Vicente Gómez.
Para concluir el doctor Samir
Kabbabe, nos impone en un interesante estudio, que el virus de la
influenza de 1918 sólo fue identificado en 1933, gracias a la
invención del microscopio electrónico. Del mismo modo afirma que la
lectura completa de la secuencia del ARN de este peligroso patógeno,
fue logrado en el año 2005 por el estudio de los tejidos conservados
de las autopsias de cadáveres congelados conservados en Alaska. 13
Guillermo
Durand G
VI Cronista de la Ciudad.
El Doctor Rosendo Gómez Peraza primer diagnosticador de la Peste Bubónica en Venezuela 1908
Hospital Vargas
1 Véase: Guillermo
Durand G. Caracas en tiempos Revueltos.
Estudio Introductorio. “La Ciudad pensada y la Ciudad implantada”.
2 Este asunto del
patronazgo eclesiástico ha sido tratado en el ensayo: Las
parroquias de Caracas y el dilema de
sus fechas aniversarias. 2da parte época republicana (siglo XIX).
Véase: clioencaracas.blogspot.com.
3 Citado por Guillermo
Durand G. en: Caracas en la mirada
propia y ajena. p. XXXVI. Se trata de
la llamada sabanita de Coticita al norte de Caracas-
7 Andrés Soyano.
Albores de la Inmunología en
Venezuela. Revista de la Sociedad
Médica. Versión digital. s/p.
8 China ha sido la
causante de las principales pandemias en la historia de la
humanidad. Comenzó con la Peste Negra el siglo XIV y la de 1896.
También es responsable de las pandemias de cólera morbos de
comienzos del siglo XIX. Ahora nos toca el Coronavirus o Covid 19
que ha infectado a la población mundial con una velocidad inusitada
por los modernos medios de transporte. Las muertes son incalculables
en Italia, España y Francia. Caracas es víctima de esta pandemia
con pronósticos muy reservados por el hecho de haber destruido la
revolución chavista, su sistema sanitario y de salud. Lo paradójico
es que los miembros del régimen, hablan genuflexos del supuesto
heroísmo de los chinos con su diplomacia de mascarillas al mundo
enfermo, producto de su clara negligencia en Wuhan foco de la mortal
pandemia. Se recomienda la lectura del trabajo de Patricia Janiot
sobre el caso chino: “Disculpas
Póstumas”
9 Dr. Francisco plaza
Rivas. “El Médico Rosendo Gómez Peraza, preso en La Rotunda”.
Revista de la Sociedad
Venezolana de Historia de la Medicina.
N° 64. P. N° 2. s/p edición digital.
10 Ibidem.
Véase también: Jorge García Tamayo. “Epidemia y Política”
en: La Peste Loca.
Blog;
Ibsen Martínez. “Medicina Tropical”, en: Boletín
Democracia y Política. América2.1.
11 Melvin Nava. “Historia
de la Gripe Española en Venezuela (1918). Venelogía.
Revista versión digital.
13 Samir, Kabbabe. “La Pandemia de la
Gripe Española”. En: Medicina Interna. Órgano Oficial de la
Sociedad Venezolana de Medicina Interna. Vol. 35, N° 2.
FUENTES CONSULTADAS:
ALCANTARA
POLANCO, Tomás.
Juan Vicente Gómez.
Aproximación a una biografía.
Caracas, Grijalbo. 1990.
DURAND
GONZALEZ, Guillermo
A. Caracas en la
Mirada Propia y Ajena.
Caracas, Fundarte, 2008.
_____________________________:
Caracas en Tiempos
Revueltos. Caracas,
Fundarte, 2012.
____________________________:
Visión y reflexión
en torno al pasado caraqueño:
(Época Colonial).
Caracas, Facultad de Humanidades y Educación de la U.C.V.
_____________________________:
Caracas en 25
Escenas. Caracas,
Fundarte, 2002.
GARCIA
TAMAYO, Jorge.
“Epidemias y
Política” en:
lapesteloca.blogspot.com.
CHACIN
ITRIAGO, L.G. “La
Peste Bubónica en Venezuela” en: Octava
Conferencia Panamericana, reunida en Lima, Perú, del 12 al 20 de
octubre de 1927.
Versión digital.
MARTINEZ,
Ibsen. “Las autoridades venezolanas abordan una emergencia
sanitaria acusando a la derecha fascista”. En: Democracia
y Política. América. 2.1.
Sep. 18, 2014. enfermedadelalma.
blogespot.com.
NAVA,
Melvin. “Historia de la Gripe Española en Venezuela. (1918”. En:
Virología.
Versión digital.
KABBABE,
Samir. “La Pandemia de la Gripe Española” En: Medicina
Interna. Organización
Oficial de la Sociedad Venezolana de Medicina
Interna. Vol. 35,
N° 2 año 2014. Versión digital.
RIVAS,
Francisco. “El Médico Rosendo Gómez Peraza, preso en La Rotunda.
Caracas, Revista
de la Sociedad
Venezolana Historia de la Medicina.
Volumen 64, N° 2, Año 2015.
Deseo dejar constancia de mi gratitud al licenciado
Abilio Rangel, cursante de la Maestría Historia de Venezuela
Republicana de la Facultad de Humanidades y Educación de la UCV, por
los interesantes datos que tuvo la bondad de suministrarme
relacionados a los cementerios de la ciudad de Caracas.
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