EL PÁNICO EN LA CARACAS REPUBLICANA: LAS EPIDEMIAS DEL SIGLO XIX Y PRINCIPIOS DEL XX


El historiador Jean Dalumeau, escribió un interesante libro titulado El Miedo en Occidente, donde de forma magistral analiza los diversos miedos que llevó Europa a cuestas desde la Edad Media hasta el siglo XVII, para comprobar de alguna manera, que el pánico colectivo condicionó la actuación de la sociedad occidental en sus ámbitos psicológicos, sociológicos, antropológicos y económicos. Lo acontecido en Caracas en el curso del siglo XIX y las primeras décadas del siguiente, respecto al impacto que alcanzó los estados de pánico a la que estuvo sometida su población por la presencia de diversos y mortíferos agentes patógenos, también da suficientes elementos para escribir todo un voluminoso texto, sobre el significado que pudo haber cobrado el miedo cuando se manifiesta de forma colectiva, intensiva y recurrente, en un contexto histórico altamente complejo, donde la población se encuentra inmunológicamente sin memoria y socialmente sin amparo. En este sentido, los estragos causados por patologías epidémicas altamente infecciosas, así como los factores históricos adversos que la potenciaron y redimensionaron a niveles más letales y persistentes, hicieron en el período indicado, una suerte de caldo de cultivo que vigorizaron los estados de pánico en Caracas, los cuales pensamos bien podrían formar paralelismo con los efectos traumáticos del miedo, causado por la abominable peste negra en el continente europeo durante el siglo XIV. Así que, y en lo posible, trataremos de tomarle el pulso a esa realidad imperante en la capital de la república, a los propósitos de explicar históricamente la devastación que pudo haber causado la viruela, el cólera morbo, la peste bubónica y la influenza de 1918, entre otras patologías que alcanzaron el rango de epidemias en la ciudad de Caracas. En la confrontación de estas contingencias del período indicado, de alguna manera veremos la determinación de respuesta de los caraqueños como la capacidad de solución de su precario sistema de salubridad del cual dispuso para ello la ciudad.

La Caracas republicana: Epidemias, un Asunto entre vivos y muertos.

Caracas una vez liberada de las fuerzas contrarias a la independencia luego de la batalla de Carabobo en 1821, pierde su condición de capital de la república al formar parte Venezuela del proyecto del nuevo Estado que había ideado el Libertador Simón Bolívar bajo el nombre de Gran Colombia, cuya capital provisoria sería Bogotá mientras se construía en su honor, la utópica ciudad Bolívar en algún lugar de Panamá. Esta circunstancia política, desde luego hizo de Caracas una ciudad de segundo nivel que le resta importancia y, en consecuencia, la sustrae de los recursos necesarios para superar el estado de precariedad en la cual la había sumido la larga guerra de independencia, pero sobre todo de los efectos del devastador terremoto del 26 de marzo de 1812, cuyos escombros y ruinas, aún podían verse en la atribulada ciudad. A esta situación más que generalizada de entumecimiento de la vida cotidiana caraqueña, había entonces que agregar la inestabilidad política de inconformidad, que se expresaba, podría decirse, a lo externo, en un reconcomio hacia la Gran Colombia al no ser Caracas la capital de ese nuevo Estado; en lo interno, en el intento de capitalizar ese descontento que luego se dispersaba o diluía en una infinitud de intereses políticos y de poder, al cual aspiraban los miembros de la clase política criolla, que dará lugar al nacimiento del llamado caudillismo como fundamental factor de perturbación nacional. La desmembración de la Gran Colombia y la muerte del Libertador en diciembre de 1830, replanteó para la república un período de re acomodos ayuno de consensos entre sus principales dirigentes, que dio lugar a la apertura de un traumático periodo que desbordará los limites cronológicos del siglo XIX, en el cual no se logra emplazar y fraguar un proyecto de nación propiamente dicho, salvo el atribuido a los esfuerzos que se hacen durante el régimen del guzmanato (1870-1889), el cual va a sucumbir ante el fenómeno que le había dado existencia con la llamada Revolución de Abril; es decir: el caudillismo.

'(...) hubo interés en esa labor por establecer una legislación para la ciudad, que los ámbitos de los vivos y muertos estuviesen expresamente separados, aunque las viejas costumbres mantuviesen intacta las normas de inhumar cadáveres dentro de las iglesias, cuando se trataba de gente connotada; o en sus cementerios anexos, cuando de gente común lo indicaba'

A lo largo de la historia de las ciudades siempre se ha distinguido entre el mundo de los vivos y el de los muertos. En el caso de Caracas, ello quedó expresamente escrito en el proemio de sus ordenanzas municipales atribuidas a Miguel José Sanz en 1804. No obstante, eso fue un largo proceso legislativo iniciado desde mediados del siglo anterior y que culminó con el trabajo de Sanz en la fecha indicada.1 El punto está en que hubo interés en esa labor por establecer una legislación para la ciudad, que los ámbitos de los vivos y muertos estuviesen expresamente separados, aunque las viejas costumbres mantuviesen intacta las normas de inhumar cadáveres dentro de las iglesias, cuando se trataba de gente connotada; o en sus cementerios anexos, cuando de gente común lo indicaba. Luego de la independencia y hasta 1850, aproximadamente, tales costumbres gozaban de buena salud en la ciudad, lo que suponía que los cementerios se contaban por cada iglesia parroquial existente; es decir, Catedral, Altagracia, San Pablo, Candelaria y Santa Rosalía; aunque algunos otros templos votivos de los viejos pueblos extramuros (Antímano p.ej.), desde luego también poseían su camposanto para atender entonces el mundo de los muertos. No tenemos noticias precisas de la existencia de cementerios provisionales que se hayan levantado durante los contagios de viruela u otras epidemias que atacaron a la ciudad en el curso de la segunda mitad del siglo XVIII; sin embargo, una que otra fosa común hubo de improvisarse. Lo que se hace referencia casi anecdótica, corresponde al descampado de Coticita que se usó como cementerio para enterrar, según se afirma, a las víctimas del sanguinario José Tomás Boves y su lugarteniente Chepito González entre 1813 a 1814. También hay referencias al camposanto del Empedrado el oeste de la ciudad, donde se afirma se inhumaron muchas víctimas del terremoto de 1812. En síntesis, no había nuevos cementerios propiamente dichos que contrariara la costumbre de los enterramientos en las iglesias o sus camposantos anexos cuando se inicia la tercera década del siglo XIX en Caracas.

En un contexto bastante complicado en el que la república busca establecerse como Estado independiente, uno de los poderes que tiene que confrontar es el que representa la iglesia católica. Desde 1824 hallábase pendiente un nuevo tratado de relaciones entre la república y la Santa Sede que no fue ratificado por el congreso en 1830.2 Tratabase el mismo del patronazgo eclesiástico, que le daba a la autoridad laica las potestades más importantes en materia religiosa que se hallaban con anterioridad en manos de la iglesia. Las nuevas facultades irán pues desde la creación de obispados y arzobispados, como el nombramiento de vicarios y erección de parroquias. Debe quedar entendido que, en semejante complejidad de asuntos, estaba además los procedimientos para el tratamiento de los muertos; quiero decir, de las costumbres funerarias donde se incluyen los velorios y las inhumaciones de cadáveres. Para entonces, el proceder de las autoridades políticas laicas estaba siendo influido, entre otros factores, por la teoría de las miasmas, según la cual las enfermedades contagiosas eran consecuencia de inhalar aire contaminado por efluvios putrefactos o descompuestos, algo presente desde luego en los cementerios de las iglesias. De allí su interés de prohibir inhumaciones en esos lugares sobre todo cuando se trataba de víctimas pestilentes; a esta prohibición, se suma la expulsión de las órdenes religiosas y la expropiación de sus bienes en conventos y monasterios, cosa que la iglesia tomó como el mayor de los insultos. Ahora pues, se creaba la necesidad de nuevos cementerios para la ciudad y un seguro negocio para el comercio, que hizo a más de uno frotarse las manos de alegría, sobre todo a comerciantes extranjeros, que no sólo estaban dispuestos a construir camposantos, sino que además ofrecieron embalsamamientos de cadáveres para su impecable presentación en las empresas funerarias que también establecieron en Caracas, dotándolas de servicios de carruajes, séquitos, lápidas, etc., un poco antes de la epidemia de cólera de 1850.

'El camposanto de los alemanes, hubo de crearse bajo las mismas circunstancias en 1853, y son precisamente estos nórdicos, donde encontraron mayor impulso las empresas funerarias modernas en Caracas, así como el negocio de las farmacias, siendo una de las más notables la Botica Alemana de la esquina de Las Gradillas'

El cementerio de los ingleses responde pues a todas esas circunstancias, y no sólo al hecho religioso que sus usuarios puedan ser protestantes o judíos. Fue establecido en 1834 tras una importante inversión, que no necesariamente correspondió al interés inglés, pues algunos comerciantes caraqueños, invirtieron sus pesos en dicho negocio. El camposanto de los alemanes, hubo de crearse bajo las mismas circunstancias en 1853, y son precisamente estos nórdicos, donde encontraron mayor impulso las empresas funerarias modernas en Caracas, así como el negocio de las farmacias, siendo una de las más notables la Botica Alemana de la esquina de Las Gradillas. Los criollos en cambio se vincularon más a la construcción de cementerios por suscripción; bajo esos términos aparecieron los camposantos llamados de Los Hijos de Dios (1856), el de San Simón (1857) y el de Las Mercedes (1864), todos situados en la periferia norte de la ciudad. Digamos en conclusión que, en la entrada en servicio de estos nuevos camposantos, hubo la convergencia de factores como el interés político, el de la fuerza de las costumbres, la oportunidad de negocios y la temible presencia de las epidemias y, en consecuencia, el miedo ante una posible o irremisible muerte, que no necesariamente igualaba socialmente a los caraqueños. En este sentido, aún estaba pendiente cubrir la necesidad en la que se encontraba la gente más pobre de la ciudad de un camposanto ante la temible epidemia de cólera de 1850. Sirva de ejemplo lo extraído de la memoria de la municipalidad de Caracas de ese año, donde se expone la urgencia de edificar un cementerio popular para así terminar con una situación:

“… triste en que se encuentran los habitantes de la ciudad, en particular la parte proletaria, de arrojar los cadáveres en una sábana abierta, y en donde a pesar de la vigilancia de la policía y de dársele sepultura, se ven expuestos a ser pasto de los animales, se dirige [el concejo] a la H. Diputación Provincial para que salve a la ciudad de un espectáculo que a la vez que es triste repugna a la civilización”3

'La Junta Médica recomendaba que los cadáveres del cólera, debían sepultarse en cementerios situados en la periferia alejada de la ciudad'

Las muertes por contagios epidémicos en Caracas durante el curso de la segunda mitad del siglo XIX, claro que se trató de mitigar empleando, entre otros, procedimientos de la ciencia médica. Las mismas -ya lo advertimos- era la teoría que se encontraba en boga sobre la explicación del contagio de cólera, y en base a ese “conocimiento” se procedía en consecuencia. Las autoridades del gobierno apelaban a su herramienta sanitaria de mayor credibilidad, representada en la Junta de la Facultad Médica de la Universidad de Caracas, de donde se diseñaban las directrices de actuación que comprendía el diagnóstico, tratamiento, cordón sanitario territorial y, por último, podría resumirse, pautas muy precisas para la inhumación de cadáveres. Por lo visto en el testimonio anteriormente citado, no siempre los habitantes se acogían a las normas oficiales difundidas a través de carteles fijados en parajes públicos más concurridos, o bien en volantes impresos e instrucciones verbales directas sobre las medidas para evitar contagios. Sin presentar propiamente una solución, la Junta Médica recomendaba que los cadáveres del cólera, debían sepultarse en cementerios situados en la periferia alejada de la ciudad. El Cementerio de los Hijos de Dios, que se había construido como afirmamos en 1856 en sustitución de la clausura del camposanto llamado del Norte, fue llamado como de coléricos a pesar de haber sido diseñado para la clase acomodada que exigía el glamour hasta para las sepulturas.

'La repulsión a las excesivas emanaciones de basura que en Caracas que se acumulaba por todos lados, fue lo que promovió el establecimiento del servicio de aseo urbano el 25 de junio de 1875, tras aprobar el concejo municipal un contrato al efecto con el Gral. Vicente Ibarra. Este servicio no tuvo el éxito esperado y su prestación no contó con el apoyo decidido de los caraqueños (...)'

La explicación que haya sido este camposanto llamado de coléricos, no está en que el sistema de nichos utilizados ´para las inhumaciones, fuese considerado como el más apropiado para evitar la propagación de epidemias según la teoría miasmática. La respuesta está al destinarse un área en este cementerio para sepultar en tumbas convencionales a muchas víctimas proletarias de cólera, las cuales eran pasto de los perros y cerdos que las desenterraban, convirtiéndose en factores de propagación del temido patógeno, al entender de las creencias de entonces. Esto quiere decir, que no seguían las recomendaciones de abrirse fosas con unos ocho pies de profundidad y cubrir los cuerpos con carbón o cal, preferentemente, para evitar efluvios contaminantes del aire. Fue pues este dantesco evento que terminó dándole popularmente el nombre de colérico, al cementerio más lujoso y moderno de la ciudad de mediados del siglo XIX, diseñado y construido por el ingeniero y arquitecto Olegario Meneses. La repulsión a las excesivas emanaciones de basura que en Caracas que se acumulaba por todos lados, fue lo que promovió el establecimiento del servicio de aseo urbano el 25 de junio de 1875, tras aprobar el concejo municipal un contrato al efecto con el Gral. Vicente Ibarra.5 Este servicio no tuvo el éxito esperado y su prestación no contó con el apoyo decidido de los caraqueños que parece se sentían más a gusto en arrojar inmundicias donde mejor les pareciera, pues consideraban un insulto que obreros del servicio penetraran sus hogares en búsqueda de los indeseables desechos.

Si bien es cierto que el médico inglés John Snow, fue el que pudo determinar que las causas de la trasmisión de la enfermedad del cólera, obedecían sólo a la ingesta de agua contaminada de heces humanas en 1854, y que el ingeniero Joseph Bazalgette, saneó el sistema de alcantarillado de la ciudad de Londres, responsables de la contaminación del agua para el consumo, y por tanto, de las epidemias de cólera entre las décadas del cuarenta y cincuenta en la misma ciudad, la teoría de las miasmas seguía intenta como premisa científica para el entendimiento de la terrible enfermedad. Ello pues era lo que aceptaban las ilustres personalidades que integraban la Junta Médica que combatían la misma epidemia en la ciudad de Caracas, razón por la cual no obtenían los resultados esperados de sanación, pese a sus encomiables esfuerzos para erradicarla. A continuación, citaremos cómo el diario caraqueño La Opinión Nacional, describía el horrendo estado de la higiene de la ciudad para 1869, no obstante, a que consideraban las autoridades y los médicos de Caracas, haber hecho una tarea encomiable para su extinción.

“… 80 quintales de sustancias podridas en el depósito general de aguas limpias (…) ¿Podrá gozar de salubridad una población cuyo principal surtidor de agua potable ha dejado de limpiarse por tres o cuatro años? (…) Las cañerías están rotas u obstruidas, a veces mezclándose las aguas negras con agua limpia. En las fuentes públicas suceden escenas deplorables imprecaciones y riñas por una cantidad miserable de agua que resultan además contaminadas. No hay agua suficiente para los hospitales. Anauco, Carota y Catuche tienen una inmensa cantidad de inmundicias (…) Hay una profusión desorganizada de varias jabonerías, matanzas y carnicerías y un mercado que es preferible no describir (…)

Muchísimas de las 4.200 casas que constituyen la ciudad son focos e infecciones, porque en sus patios se acumulan sustancias en putrefacción por mucho tiempo (…) En estado horrible de higiene se encuentran además los corrales de los animales destinados a ser beneficiados (…) El mercado con aguas negras que corren en su entorno, es un foco de infección. Igual los animales muertos en las calles que deben ser recogidos. Basureros se encuentran diseminados por toda la ciudad (…) Cárceles, cuarteles y hospitales deben mudarse a las afueras; como también tenerías, jabonerías, velerías y mataderos, y esto bajo la vigilancia policial y controlador de alimentos.”6

Por lo visto en la denuncia de este medio periodístico, el énfasis se encuentra puesto en la higiene general de la ciudad siguiendo la teoría de las miasmas, y no en la calidad del agua que consumen los caraqueños, que tampoco cumple con los requisitos de salubridad necesarios para combatir con eficiencia la epidemia de cólera de esos años. Como no se llevan estadísticas, calcular con precisión los porcentajes de las defunciones, es un tanto quimérico, aunque se presentan algunas que insisten, lógicamente, estar por encima de la tasa en los tiempos libres de epidemias. Se afirma que el cólera es responsable de más de un sesenta por ciento de todas las defunciones, pero también hay algunas que son producto de catarros, fiebre amarilla y sarampión. Caracas posee una población aproximada de 45 mil habitantes y cada dos meses mueren unas 547 personas por el contagio. En 1853 la tosferina y el sarampión, matan a unos 2095 infantes en un promedio de 19 por día. El hecho persiste en 1861 con la viruela, al no disponerse de las vacunas para protegerlos. Diríase que son muchas patologías infecciosas, se ensañan en estos tiempos con los indefensos niños. Ya algo semejante había acontecido en 1825 con los infantes que morían de sarampión, y cuyos cuerpos, sus afligidos y empobrecidos padres, dejaban a las puertas de las iglesias o en la misma calle, envueltos en mugrientos andrajos. Las autoridades para evitar “el feo espectáculo”, fijaron como siempre carteles en los parajes públicos, prohibiendo estos procederes y ordenando que depositaran los cuerpos en los cementerios para su exhumación. De la cuna a la tumba era un dicho poco comprendido en Caracas en esos tiempos.
De Caracas al Cielo”
'Caracas representaba el peor de los castigos del purgatorio, donde se encuentran las almas en pena, el cual era la antesala para llegar a la incansable felicidad simbolizada en el firmamento'

Caracas cuando se encontraba bajo contagio y en consecuencia pasaban periodos de cuarentena sus habitantes, parecía una ciudad fantasmal. Verla en una casi una absoluta soledad con sus calles vacías y sus casas y negocios cerrados, era un espectáculo espeluznante y aterrador. El silencio sólo era interrumpido por el soplo del viento o el gruñido de perros rabiosos que pululaban en jaurías. Tropezarse con ellos en las noches oscuras y neblinosas, hacia experimentar un terror, aún peor al sentido con la peste, que calaba hasta los huesos; por algo esos animales eran llamados “come muertos” pero exterminarlos tendría que esperar. Recordamos, cuesta creerlo, aún se hallaban intactas muchas ruinas del terremoto de 1812, que hacía más sombría la urbe tanto de noche como de día. Los pocos viandantes que transitaban sus calles bajo estas condiciones, se le venía a la cabeza, para su mayor angustia, los cuentos de espantos y aparecidos, cuyo sólo recuerdo imponía santiguarse y llevar en los labios alguna oración que los librara de un mal paso. Todo faltaba para la sobrevivencia, nada sobraba para la consternación o aflicción del caraqueño. Con razón o sin ella, sus habitantes por estos años deplorables, les dio por hacer popular su refrán que hoy lo entenderíamos como una contradicción, pero el que vivía en la ciudad para la década de 1850, era una manera de protestar sarcásticamente con la ironía que nos caracteriza: “De Caracas al Cielo” Para traducir la frase de la manera más fiel posible, sería: Que Caracas representaba el peor de los castigos del purgatorio, donde se encuentran las almas en pena, el cual era la antesala para llegar a la incansable felicidad simbolizada en el firmamento. Esa era la moraleja con la cual se burlaba el infame Núñez de Cáceres en su libro de memorias, que espantó a más de un caraqueño cuando fue publicado. Caracas por esos días era una ciudad para experimentar el miedo, la tristeza y la desesperanza ante la inminente muerte simbolizada en el contagio de las enfermedades.

'La nueva necrópolis del sur que estaba supuestamente diseñada para evitar la contaminación del aire que era supuestamente la causa de las enfermedades transmisibles'

Durante la epidemia de esta década las personas con mayores recursos abandonan la ciudad para irse a pueblos de la periferia; los desamparados en cambio, deben enfrentar la tragedia como vaya viniendo. No hay noticias que los familiares o deudos hiciesen los acostumbrados funerales a las víctimas, lo que significa que eran sepultados de inmediato en los camposantos acondicionados para los infestos a que hicimos alusión líneas arriba. Hay expresa orden de no realizar exhumaciones, aunque ya lo vimos, los perros y otros animales si lo hacen al parecer a su antojo. Un problema que contradecía esa orden, será otra que perentoriamente mandaba a desenterrar los cuerpos existentes en los cementerios de las iglesias para ser trasladados la nueva necrópolis del sur que estaba supuestamente diseñada para evitar la contaminación del aire que era supuestamente la causa de las enfermedades transmisibles. Eso explica que estuviese la nueva necrópolis arborizadas con los llamados sauces llorones que permiten la entrada de los rayos del sol que evitaban la humedad del camposanto.

Con la inauguración del Cementerio General del Sur en 1876, llega aparentemente a su fin todos los camposantos situados en la periferia de la ciudad y sobre todo los inactivos de los templos de las distintas parroquias. Al día siguiente de entrar en servicio la nueva necrópolis del Sur, algunos diarios publicaron burlonamente, que ya hacia ruinas. En todo caso fue cerrado al año siguiente, lo que significó que se reabrieran las actividades en los otros camposantos de Caracas, que además no pareció que tomaron en serio la prohibición, porque muchos dolientes, bajo la excusa que estaba muy alejado de la ciudad la nueva necrópolis, continuaron enterrando a sus deudos en los viejos cementerios. Los adelantos en la ciencia médica que se bifurcan o dan inicio a muchas especialidades para el estudio y tratamiento de las enfermedades infecciosas contagiosas, serán conocidas y aplicadas en Caracas, gracias a la contribución que hacen los médicos que se formaron en el exterior para servir en el moderno Hospital Vargas a partir de 1891. Allí las nuevas especialidades de la microscopía, bacteriología e histología, entre otras, tendrán sus cultivadores, especialmente la del doctor José Gregorio Hernández y su discípulo el clínico Rafael Rangel, logrando avances en materia de inmunología. También descollarán los médicos Rafael Razetti, Aníbal Domeneci que en 1895 fundan el Instituto Pasteur de Caracas. La escuela de medicina de la Universidad Central de Venezuela, aparte de formar competentes médicos, los instruye como investigadores. Pero en líneas generales, la situación sanitaria pública al final del periodo decimonónico puede ser resumida en los siguientes términos:

A lo largo del siglo XIX la lucha antivariólica y posteriormente la lucha contra otras enfermedades infectocontagiosas, va a quedar en manos de organismos sanitarios tales como las Juntas de Vacunación, la Junta de Sanidad y las Comisiones sanitarias, creadas ad hoc en los períodos críticos en que ocurría alguna epidemia. Para 1882, la salubridad pública en general (y las vacunaciones en particular) es responsabilidad del Ministerio de Relaciones Interiores, dentro de lo cual, más tarde se crean la Comisión de Higiene Pública (1909) y la Dirección de Higiene y salubridad Pública (1910) con los mismos objetivos”7

¡Pongan presos a esos patógenos!: Andinos y pandemias en Caracas de principios del siglo XX.

Caracas queda extenuada y maltrecha en su salud con el fin del siglo XIX, aunque sobrevive a las muchas epidemias que debió confrontar. Un hecho importante que tendrá repercusión en la historia de Venezuela, será la ocupación de Caracas que hacen las fuerzas de la Revolución Restauradora en 1899 provenientes de la región andina, encabezada por los generales Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez. Es la última revuelta armada caudillista de nuestra historia que tenga éxito, pues el tiránico y personalista gobierno que insurge de este movimiento, será un muro de contención infranqueable para contener eficazmente, todos los movimientos políticos que le adversen, así como el factor supresor de cualquier signo de desarrollo que descanse en un despegue real de la sociedad como instrumento de progreso, puesto que a lo sumo, la población estará afectada durante el período, no sólo de graves epidemias como la peste bubónica y la gripe española, sino de signos graves de desnutrición, analfabetismo, pobreza extrema, elevada tasa de mortalidad, sin ninguna posibilidad de revertir este estado de cosas a consecuencia de la parálisis, podría afirmarse, a la que son constreñidos todos los venezolanos hasta 1935.

La peste bubónica de 1908 -yersina pestis-

La primera epidemia que afecta a la ciudad de Caracas es la peste bubónica de 1908 que quedará activa hasta 1919, con la sola excepción de los años de 1913 y 1915. Como siempre, este patógeno solo era un coletazo de la pandemia iniciada en China en 1896, que aún no se había extinguido para comienzos del siglo XX.8 El contagio proveniente de la isla de Trinidad, arribó en el puerto de La Guaira a principios de marzo de 1908 en un barco italiano llamado “Citta di Torino.” De allí desembarcó la temible enfermedad en el cadáver de un sacerdote ecuatoriano, además de muchas ratas negras portadoras de su mortal yersina pestis. Tanto al cadáver como algunas ratas, el doctor Rosendo Gómez Peraza, director del servicio de medicatura del puerto de La Guaira, hubo de diagnosticar su sospecha de peste bubónica. Se cuenta que cometió una indiscreción al conversar sobre este asunto en el cafetín de la estación del ferrocarril Caracas-La Guaira en presencia del cónsul de los Estados Unidos, quien de inmediato, telegrafió a su embajador en Caracas trasmitiéndole la terrible noticia; tras lo cual no se sabe que tardó más en saberse, sí la destitución del doctor Gómez Peraza o la difusión del rumor de epidemia en la ciudad. La remisión en el cargo del doctor estuvo acompañada de una visita forzada a la cárcel de La Rotunda al ser acusado de dar” falsa alarma y sembrar pánico”, con el añadido de perturbador del orden público y desestabilizador de la causa restauradora” El cejijunto e irascible presidente Cipriano Castro, apeló al expediente de las lealtades tachirenses, y de inmediato comisionó a su paisano, el destacado clínico Rafael Rangel, para las averiguaciones pertinentes, puesto que estaba en juego el prestigio del régimen y la impensable cuarentena del puerto de La Guaira, que implicaba el cierre de este importante bastión de recursos económicos, del cual no era posible prescindir por entonces al presidente Castro. Parte de los eventos que tejieron este episodio de la peste en La guaira, nos los refiere el doctor Francisco Plaza Rivas, en un interesante ensayo donde dice entre otros pormenores:

Diagnosticó [el doctor Gómez Peraza] los primeros casos de Peste Bubónica en marzo de 1908, en La Guaira. El vapor italiano ‘Citta di Torino’´, proveniente de Colón, desembarcó el cadáver de un sacerdote que venía de Guayaquil, puerto infestado por la Peste. En Puerto España, Trinidad, existía la Peste desde 1907.

A mediados del mismo mes de marzo de 1908, el Dr. Gómez Peraza vio un caso con fiebre, ganglios agrandados y dolorosos. Supo que se trataba de lo que los médicos llamaban ‘incordio,’ pero la observación que le hizo un español de origen canario, que había visto casos de peste en su tierra; le hizo pensar en Peste Bubónica. Cunde la alarma cuando el Dr. Gómez Peraza, dice que había visto seis casos en 24 horas, de una enfermedad que presentaba -según su opinión- las típicas lesiones de la Peste Bubónica. De esos casos tres murieron en pocas horas. El 19 de marzo son reunidos los médicos que ejercen en La Guaira, resultando que sólo el Dr. Gómez Peraza aceptó haber tenido casos de la enfermedad misteriosa. Ese mismo día la alarma ha llegado a Miraflores y Cipriano Castro hace ir a Rafel Rangel a La Guaira. Llega el 20 de marzo cuando le son presentados dos casos, toma muestra del pus de los ganglios, hace frontis, lo cultiva e inocula algunos animales. El 22 de marzo -en vista de que ni cultivo ni animales, aportan datos positivos- Rangel emite su comunicado en el cual afirma que no se trata de Peste Bubónica. (…) Un mes después, Rangel, que ha analizado nuevos casos revela que ha encontrado el bacilo de la Peste Bubónica Yersinia pestis y escribe al presidente Castro sugiriendo tomar ciertas medidas, como el aislamiento de los enfermos, como la desinfección de las casas y pedir suero y máquina de gas sulfuroso. Rangel decide que el sitio idóneo para aislar a los enfermos es el Lazareto de Cabo Blanco. El 18 de abril se cierra el puerto de La Guaira por decreto Ejecutivo, que refrendan dos médicos, los doctores Rafael López Baralt, Ministro de Relaciones Interiores y Arnoldo Morales, Ministro de Hacienda y Crédito Público”9

'(…) las correspondientes pruebas de análisis, demostraron la presencia del mal en La Guaira. De allí entonces el cierre del puerto el 18 de abril, las actividades comerciales y las cuarentenas; el hospital de Cabo Blanco se emplea para aislar y tratar los enfermos. En la ciudad comienza a operar la Junta de Socorro del Distrito Federal, así como las subalternas en cada parroquia de Caracas'

No se puede dar largas a este asunto de la peste en La Guaira; por eso creo que el único dato revelador es cuando Rafael Rangel, en una de las noticias que le envía por telégrafo al presidente Cipriano Castro, le confiesa que “nunca había trabajado con el bacilo de la peste y sólo se guiaba por lo leído” y he allí el detalle. Al parecer tampoco el doctor Gómez Peraza lo conocía hasta que lo puso en camino de la verdad, lo sugerido por el extraño personaje canario que le refirió los casos de peste en su tierra. Luego las evidencias con la frecuencia de las muertes, sus características lesiones y las correspondientes pruebas de análisis, demostraron la presencia del mal en La Guaira. De allí entonces el cierre del puerto el 18 de abril, las actividades comerciales y las cuarentenas; el hospital de Cabo Blanco se emplea para aislar y tratar los enfermos. En la ciudad comienza a operar la Junta de Socorro del Distrito Federal, así como las subalternas en cada parroquia de Caracas. La profilaxis consistía en la fumigación de sitios sospechosos con venenos y gas sulfuroso contra las ratas, esta mediada estuvo complementada con la colocación de trampas para atrapar roedores vivos y someterlos a exámenes que determinaran su contagio; de aislamiento de enfermos en el Hospital Vargas y restricción de tránsito a la población. El uso de suero de yersin como terapia de tratamiento para los enfermos; desinfecciones de casas y calles, cuarentenas de siete días para los sospechosos de tener o haber estado en contacto con infestados. El foco de contagio al parecer fue le mercado de San Jacinto y casas aledañas donde cundían las ratas, posiblemente infestadas por las que provenían de La Guaira escondidas en las mercancías que fueron trasegadas de aquel lugar a la ciudad. Curiosamente para el mes de julio, había desaparecido supuestamente el contagio y los doctores Rafael Rangel y el mismo Gómez Peraza, recibieron por sus trabajos contra la epidemia, la orden del busto de El Libertador en su tercera clase. A comienzos de diciembre el presidente Castro viaja a Europa con destino a Alemania, no se había ocultado el barco en el horizonte, cuando es víctima de un golpe de Estado por su compadre el general Juan Vicente Gómez el 8 de diciembre de 1908.10

La Gripe Española
'Entró como siempre por el puerto de La Guaira el 16 de octubre, y el caso 0 fue con un soldado infestado que contagió a otros 500 en tan sólo 24 horas'

El caso de la llamada Gripe Española, como pandemia mundial terminó matando más personas que las atribuidas a Primera Guerra Mundial. Paradójicamente, el virus fue portado por soldados norteamericanos que fueron a combatir a Europa diseminándolo en los campos de batalla. El curioso nombre de Gripe Española, se popularizó y arraigó por la razón que fue España quien dio a conocer la pandemia, al no ser una nación beligerante en la conflagración mundial, a través de su prensa que no se encontraba censurada. Pese a la negativa de los españoles que llevase la gripe el impropio nombre, este fue el comúnmente aceptado para referirse a tan espantosa enfermedad contagiosa.

En Caracas la influenza tuvo desde luego efectos desgarradores que causaron la muerte de miles de personas enlutando a la población sin distingos sociales o de cualquier otra naturaleza. Entró como siempre por el puerto de La Guaira el 16 de octubre, y el caso 0 fue con un soldado infestado que contagió a otros 500 en tan sólo 24 horas. En la capital el virus seguramente hubo de llegar por intermedio de algún pasajero portador en el ferrocarril que la separaba de aquel puerto, y las primeras víctimas se registraron en las parroquias de La Candelaria, San Juan y Catedral, respectivamente. Entre el 23 de noviembre y 4 de diciembre, se totalizaron 91 defunciones lo que dan cuenta de la virulencia de la enfermedad, que alcanzaría un tope de más de 1600 fallecidos. Los síntomas causados por el patógeno eran la fiebre, tos, congestión nasal, vómito, irritación de garganta y por último daños neuronales. El contagio de persona a persona, se manifestaba muy agresivo por ser su trasmisión aérea; es decir, por microgotas de las secreciones del enfermo al toser, estornudar o hablar, lo que podría potenciar sus efectos de contagio cuando no se dispone de las necesarias medidas de higiene como era la Caracas de entonces.

Las disposiciones sanitarias fueron inmediatas al establecerse la Junta de Socorro del Distrito Federal el 28 de 0ctubre de 1918 con un presupuesto de un millón de bolívares; estuvo integrada la junta por los doctores Luis Razetti y Francisco Antonio Rísquez; Monseñor Rafael Lovera y Felipe Rincón González y los empresarios J.M. Herrera Mendoza, Oscar Augusto Machado y Pérez Dupuy. Aislamiento de los enfermos en el hospital Vargas y muchas casas de familia, cordón sanitario en las parroquias controladas por las Juntas Subalternas de Socorro, que tenían el encargo de una vigilancia intensiva de su localidad, así como la fumigación y entierro de cadáveres. El caso del tratamiento no era muy eficaz, y es por ello que se empleó varios métodos e incluso su combinación como medio de supuesta su curación. En síntesis, el problema podría ilustrarse así:

Las opiniones medicas en cuanto al diagnóstico y tratamiento se dividieron: Mientras unos recetaban medicinas ampliamente conocidas en su época, otros recomendaban el aceite de tártago, complementándolo con jarabe de ipecuana y las infusiones de tilo con cebada diluida en agua. El desconcierto, la diversidad de criterios y el apego a lo cotidiano en la utilización de un remedio casero para la cura de la gripe, fueron efectos de una emergencia que tomó a todos por sorpresa y causó más de 20.000 fallecidos en Venezuela en los tres meses que duró la epidemia11
En razón a ello, posiblemente, se ordenó en febrero de 1919 iniciar trámites para una legislación sanitaria que contemplara la prevención y control de enfermedades contagiosas bajo criterios científicos. El país acusó muchas víctimas; perros y gatos también son contagiados por la epidemia. En Caracas los servicios funerarios fueron deficitarios y las inhumaciones se hicieron exprés y sin acompañamiento de dolientes en el Cementerio General del Sur, a fin de evitar aglomeraciones de personas.

A principio de esta tragedia, algunas autoridades comprometidas en su control y erradicación, minimizaron sus graves peligros a los efectos de hacerse ver como funcionarios muy eficientes. Al tiránico general J.V. Gómez, se le ocultaba la verdad informándole por telégrafo que solo era un simple catarro, hasta que, al hijo predilecto del dictador de 23 años, el coronel Alí Gómez, el virus lo mata en sólo cuarentiocho horas el 7 de noviembre de 1918. Ya el día 3 de ese mismo mes, el prefecto de Caracas Lorenzo R. Carvallo, le telegrafía dándole parte de la muerte de 104 personas en Caracas y días antes 89 en la misma entidad. En octubre, Gómez había ordenado estricto control desde una alcabala del pueblo de Antímano, de todo lo que se moviera hacia los pueblos del centro, especialmente la ciudad de Maracay donde se encontraba refugiado del contagio. Entre otras medidas que tomó para la ciudad de Caracas, fue el de mandar rebajar los precios de todos los alimentos expendidos en el mercado de San Jacinto que propendieron al alza durante los primeros días de pánico. No hubo nadie que chisteara la orden. Los gastos generales previstos por la emergencia de la crisis del contagio, alcanzaron un millón de bolívares, o sea el doble que el de la peste bubónica de diez años antes. Tras la bondad del dictador, se solapaba su intenso miedo a la pandemia, he allí su proceder. El medico e historiador Tomás Polanco Alcántara, nos describe estos terribles días así:
El contraste entre el dolor profundo (…) en ese momento de debilidad espiritual y el pánico al contagio, debieron asumir en Gómez tal magnitud que Márquez Bustillo [presidente provisional de Venezuela] propone que, a pesar de la gravedad de la situación, no sea informado de los telegramas que lleguen a su oficina o residencia.
La excepcional gravedad de esa propuesta al suspender, aunque fuere temporalmente, el sistema clave del gobierno personal de Gómez (sic por personalista) como era el de estar continuamente informado de todo lo que pasaba en el país, obliga a considerar que el General debió haberse encontrado, quizás por primera vez, ante un estado particularísimo de crisis emocional unida, dentro de la compleja mentalidad de Juan Vicente Gómez, a pensar en lo que significaba para su poder y predominio, que cuidadosamente venía formando desde 9 años atrás, el peligro de contraer una enfermedad de características mortales.
Con todos esos elementos decidió no visitar al hijo enfermo. (Polanco, al dudar en cuanto a los alcances o restricción de la crítica histórica, nos dirá más adelante): ¿Se portó bien, con prudencia de hombre de gobierno o se portó mal como padre de familia? Responder a esas preguntas implica un juicio valorativo que difícilmente puede hacerse de forma objetiva ya que depende del punto de vista que se utilice para ello. No corresponde al biógrafo juzgar sino exponer la conducta del biografiado”12 El historiador y en particular los biógrafos, no pueden presumir que sólo con mostrar los hechos podrán excluirse de un juicio de valor. La sola selección de los datos para exponer los hechos con posterioridad, amerita su juicio crítico, y a no dudar, puesto que ello forma parte del complicado mecanismo que debe operar en su discernimiento, al momento de la búsqueda de la verdad del pasado. En tal sentido, soy de la opinión que Polanco Alcántara, ante el dilema de decidir entre la crítica y la apología, terminó al lado de esta última, no sin antes exhibir un audaz talento para ocultar lo que está a la vista de todos. Su admiración por su biografiado, el General Juan Vicente Gómez.
Para concluir el doctor Samir Kabbabe, nos impone en un interesante estudio, que el virus de la influenza de 1918 sólo fue identificado en 1933, gracias a la invención del microscopio electrónico. Del mismo modo afirma que la lectura completa de la secuencia del ARN de este peligroso patógeno, fue logrado en el año 2005 por el estudio de los tejidos conservados de las autopsias de cadáveres congelados conservados en Alaska. 13

Guillermo Durand G


VI Cronista de la Ciudad.



El Doctor Rosendo Gómez Peraza primer diagnosticador de la Peste Bubónica en Venezuela 1908

Hospital Vargas 


NOTAS:

1 Véase: Guillermo Durand G. Caracas en tiempos Revueltos. Estudio Introductorio. “La Ciudad pensada y la Ciudad implantada”.
2 Este asunto del patronazgo eclesiástico ha sido tratado en el ensayo: Las parroquias de Caracas y el dilema de sus fechas aniversarias. 2da parte época republicana (siglo XIX). Véase: clioencaracas.blogspot.com.
3 Citado por Guillermo Durand G. en: Caracas en la mirada propia y ajena. p. XXXVI. Se trata de la llamada sabanita de Coticita al norte de Caracas-
4 Ibidem. pp. XLII-XLIV.
5 Ibidem. pp. XLII-XLIV.
6 Ídem.
7 Andrés Soyano. Albores de la Inmunología en Venezuela. Revista de la Sociedad Médica. Versión digital. s/p.
8 China ha sido la causante de las principales pandemias en la historia de la humanidad. Comenzó con la Peste Negra el siglo XIV y la de 1896. También es responsable de las pandemias de cólera morbos de comienzos del siglo XIX. Ahora nos toca el Coronavirus o Covid 19 que ha infectado a la población mundial con una velocidad inusitada por los modernos medios de transporte. Las muertes son incalculables en Italia, España y Francia. Caracas es víctima de esta pandemia con pronósticos muy reservados por el hecho de haber destruido la revolución chavista, su sistema sanitario y de salud. Lo paradójico es que los miembros del régimen, hablan genuflexos del supuesto heroísmo de los chinos con su diplomacia de mascarillas al mundo enfermo, producto de su clara negligencia en Wuhan foco de la mortal pandemia. Se recomienda la lectura del trabajo de Patricia Janiot sobre el caso chino: “Disculpas Póstumas
9 Dr. Francisco plaza Rivas. “El Médico Rosendo Gómez Peraza, preso en La Rotunda”. Revista de la Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina. N° 64. P. N° 2. s/p edición digital.
10 Ibidem. Véase también: Jorge García Tamayo. “Epidemia y Política” en: La Peste Loca. Blog; Ibsen Martínez. “Medicina Tropical”, en: Boletín Democracia y Política. América2.1.
11 Melvin Nava. “Historia de la Gripe Española en Venezuela (1918). Venelogía. Revista versión digital.
12 Tomás Polanco Alcántara. Juan Vicente Gómez, aproximación a una biografía. pp.281-283.
13 Samir, Kabbabe. “La Pandemia de la Gripe Española”. En: Medicina Interna. Órgano Oficial de la Sociedad Venezolana de Medicina Interna. Vol. 35, N° 2.


FUENTES CONSULTADAS:


ALCANTARA POLANCO, Tomás. Juan Vicente Gómez. Aproximación a una biografía. Caracas, Grijalbo. 1990.

DURAND GONZALEZ, Guillermo A. Caracas en la Mirada Propia y Ajena. Caracas, Fundarte, 2008.
_____________________________: Caracas en Tiempos Revueltos. Caracas, Fundarte, 2012.
____________________________: Visión y reflexión en torno al pasado caraqueño: (Época Colonial). Caracas, Facultad de Humanidades y Educación de la U.C.V.

_____________________________: Caracas en 25 Escenas. Caracas, Fundarte, 2002.
GARCIA TAMAYO, Jorge. “Epidemias y Política” en: lapesteloca.blogspot.com.

CHACIN ITRIAGO, L.G. “La Peste Bubónica en Venezuela” en: Octava Conferencia Panamericana, reunida en Lima, Perú, del 12 al 20 de octubre de 1927. Versión digital.

MARTINEZ, Ibsen. “Las autoridades venezolanas abordan una emergencia sanitaria acusando a la derecha fascista”. En: Democracia y Política. América. 2.1. Sep. 18, 2014. enfermedadelalma. blogespot.com.

NAVA, Melvin. “Historia de la Gripe Española en Venezuela. (1918”. En: Virología. Versión digital.

KABBABE, Samir. “La Pandemia de la Gripe Española” En: Medicina Interna. Organización 

Oficial de la Sociedad Venezolana de Medicina Interna. Vol. 35, N° 2 año 2014. Versión digital.

RIVAS, Francisco. “El Médico Rosendo Gómez Peraza, preso en La Rotunda. Caracas, Revista de la Sociedad Venezolana Historia de la Medicina. Volumen 64, N° 2, Año 2015.

Deseo dejar constancia de mi gratitud al licenciado Abilio Rangel, cursante de la Maestría Historia de Venezuela Republicana de la Facultad de Humanidades y Educación de la UCV, por los interesantes datos que tuvo la bondad de suministrarme relacionados a los cementerios de la ciudad de Caracas. 

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