CARACAS POSPANDEMIA: ¿SIN NOVEDAD EN EL FRENTE O NUEVA NORMALIDAD?

Uno de los problemas esenciales que deberá asumir la humanidad pospandemia del coronavirus, será aparte de encontrar una vacuna eficaz contra el feroz patógeno, el aclarar el concepto de “nueva normalidad” con una eficacia que sea capaz de explicar a sirios y troyanos por igual, su significado y consecuencia. Desde luego todo parece apuntar a los científicos dedicados a las llamadas ciencias sociales, pero sin olvidar que esta tarea los introducirá en el anegadizo terreno de los difusos políticos, que son en propiedad, los hacedores de la famosa expresión que lleva de cabeza a medio mundo. Es muy posible que, en propiedad sea el historiador, el investigador más apropiado para asumir este reto que, por su complejidad, sus conclusiones no serán aplicables a todas las realidades sociales existentes en el mundo, pese a que la humanidad vive su momento de mayor plenitud en cuanto a su impacto globalizante y simultaneo en el horizonte en el que hoy el hombre se asoma para orientarse, independientemente, al lugar donde se encuentre y la perspectiva que en consecuencia pueda tener de su existencia. Esto lo afirmo, pese a que el historiador de la economía Harold James, haya escrito un libro con título póstumo: “El fin de la globalización” donde trata de predecir el fin del capitalismo hegemónico y desde luego lo que podría definirse como la extinción, de lo que vale decir, su normalidad. Algo que ya se ha proclamado como un hecho al acuñar ese concepto de “nueva normalidad” como definidor supuestamente del mundo pospandemia.1

"la república en 1830, que sería la negación del orden colonial que la precede ... la declaración de independencia el 5 de julio de 1811 y la cruenta guerra que le sucedió hasta 1821, la inestabilidad política surgida con la implantación de la llamada República de Colombia...estos años de turbulencia, fueron tiempos formadores de una nueva normalidad, justamente negadora del viejo orden"

Caracas por primera vez en su historia se plantea el problema de identificar dentro de su cotidianidad o rutina, los indicios que nos indique que estamos en presencia de lo que se ha denominado una “nueva normalidad”. En el pasado, podría decirse que la hubo para el largo período colonial y que la hizo aplicable al extinguido mundo indígena; lo mismo sería cuando se implanta la república en 1830, que sería la negación del orden colonial que la precede; lo cual hubo de iniciarse en los años traumáticos que le siguieron a la declaración de independencia el 5 de julio de 1811 y la cruenta guerra que le sucedió hasta 1821, así como la inestabilidad política surgida con la implantación de la llamada República de Colombia de la cual formó parte entre ésta última fecha y 1830, cuando la nación se separa definitivamente del proyecto político de Bolívar y Caracas vuelve a recuperar su condición de capital de la república de Venezuela. Es verdad que estos años de turbulencia, fueron tiempos formadores de una nueva normalidad, justamente negadora del viejo orden, reiteramos, en el cual los caraqueños habían sabido vivir su cotidianidad en la apacible ciudad colonial. No obstante, muchos talentosos historiadores que perdieron su sueño por dejar bien fundadas sus opiniones al respecto, nos imponen que todo aquello era una transición histórica para dejar atrás el pasado colonial y consolidar la vida republicana en la ciudad capital, donde la historia se había encargado de” echar los dados” por así decir, en lo que respecta a la importancia histórica intrínseca que tuvo Santiago de León y que Caracas asumió tempranamente.

Nuestra capital es una suerte de vitrina donde pueden los venezolanos enorgullecerse o espantarse, según sea el caso. Una y otra cosa, sea entendida emocionalmente o explicada por medio de la ciencia, siempre ha de tener referencia a la noción de normalidad social. Esto es sólo una de las muchas teorías que pretenden definir y hasta conceptuar, en parte, el pasado que es el campo de interés de los historiadores para comprender y explicar el papel del hombre en el tiempo y el espacio, vale decir, su historia. Es indudable que las situaciones de crisis históricas están asociadas a la perturbación de la normalidad, más allá del entorno de la cotidianidad, dado que potencialmente, ha de suponerse efectos desarticuladores en el orden de cosas que afectan, incluso, el sistema de valores que cohesionan una sociedad en particular.

Hoy debe tenerse mucha suspicacia en cuanto a ese intento de convencer a los caraqueños, con la idea de que estamos bajo “una nueva normalidad vigilada” como consecuencia de los estragos causados por una larga cuarentena social, producto de la pandemia de covid-19 en la ciudad. Sí así fuese el caso, deberíamos aceptar que Caracas antes de la afección, gozaba de una vida normal en la que todo discurría en una cotidianidad medianamente compleja que expresaba sus variopintos problemas, sin asomos serios de desbordamiento de una crisis. Sin embargo, todos sabemos que las alarmas se encontraban encendidas desde hacía mucho tiempo, lo que es una clara señal de una agobiante perturbación que lejos se encontraba de solución, por haber invadido ya la crisis todo el cuerpo social y trastocado estructuralmente la vida cotidiana o rutinaria de todos los habitantes de la ciudad. En una palabra, no existía ninguna normalidad a la que estábamos acostumbrados los caraqueños y, por tanto, muy distante nos encontrábamos de ese identitario confort que ostentamos con orgullo bajo el histórico proverbio: Caracas la sucursal del cielo.

Son los actuales tiempos claras señales de lo complejo de nuestra situación histórica, dado que atravesamos una dura crisis de sobrevivencia como pueblo que se pretende ocultar bajo la alfombra, como si fuésemos unos lerdos incapaces del manejo del sentido común, y de hacer conexión con propósitos que garanticen una vida digna y próspera en el futuro. Nuestra crisis deviene sin duda de las dos últimas décadas del pasado siglo XX, cuando nuestro sistema democrático comenzaba a dar señales de agudo deterioro y arrastraba consigo sus positivos logros sociales y económicos, que tanto beneficio supuso para la sociedad. La solución que se buscó, no fue el de apuntalar sus débiles bases para rehacer paulatina o progresivamente su dañada estructura, sino el repudio y la satanización. Como es atávico en los pueblos eso de encontrar salidas rápidas y cómodas, el venezolano se hizo vulnerable a los ofrecimientos de solución “mágicos religiosos” ofrecidos por las fuerzas políticas de izquierda en ascenso, que echaron mano al uso del viejo expediente del “Salvador” simbolizado en el hombre providencial, el mesiánico reencarnado en el héroe vestido de militar blandiendo una espada y portando la bandera de la redención y el orgullo nacional. Sin embargo, bueno es advertirlo, también quedaban aún presente vestigios de ciertos valores democráticos que sirvieron, vanamente, de hacer contención a la fuerza que en breve tiempo adquirirían aquellos llamados de desterrar a la civilidad y la alternabilidad democrática. En 1989 esas voces se hicieron escuchar tras el lamentable suceso de descontento popular que se denominó “El Caracazo” y que puso, por así decir, a la democracia en capilla ardiente. En 1992 un levantamiento militar de la oficialidad media (COMECATE) pretendió romper el hilo constitucional, replicando ocho meses después, en medio del fracaso estrictamente militar pero no político. La contención, aunque había funcionado, no pudo evitar el ensanchamiento y profundización de las grietas que la crisis histórica provocaba a la estructura política que había prevalecido desde 1958, cuando emergió como recompensa de sostenidas luchas en contra de una dictadura militar que se había prolongado por una década.

"En la ciudad de Caracas, insistimos, no existe ninguna nueva normalidad distinta a la realidad de la desastrosa etapa de transición donde nos ha conducido el régimen en la última década, lo cual, es la negación del estado de bienestar democrático de la segunda mitad del pasado siglo XX. Es por ello que la secuela negativa de la pandemia, parece en cierta medida, ser inocua ante la magnitud de los destrozos del progreso y retrocesos históricos que acusa el país"

Lo más inmediato como ejemplo que podemos emplear para aclarar esta enrevesada situación, es que estamos atravesando una etapa de transición histórica orientada a emplazar un “Estado comunal socialista” ajeno a la constitución, surgida de la llamada revolución chavista de 1998.2 El proceso ha sido llevado por un régimen que se encuentra a las puertas del llamado Estado fallido, el cual había dispuso de incontables recursos económicos de la nación para revertir, precisamente, los niveles de desarrollo alcanzado con anterioridad y contraer los valores y el estado de bienestar de la sociedad venezolana. Es cierto que el concepto de “Estado fallido” es de definición confusa y controvertida, tal vez como, aparentemente, lo podría ser también el de la “nueva normalidad. Sin embargo, ambas cuestiones, a mi manera de ver, forman una misma realidad en el caso venezolano producto de la incompetencia de la revolución chavista y la aparición por cuestión del azar de esta pandemia del covid-19. En la ciudad de Caracas, insistimos, no existe ninguna nueva normalidad distinta a la realidad de la desastrosa etapa de transición donde nos ha conducido el régimen en la última década, lo cual, es la negación del estado de bienestar democrático de la segunda mitad del pasado siglo XX. Es por ello que la secuela negativa de la pandemia, parece en cierta medida, ser inocua ante la magnitud de los destrozos del progreso y retrocesos históricos que acusa el país, causado por el irresponsable ejercicio del poder del actual régimen, empeñado en acelerar la etapa de fraguado de un comunismo que es repudiado política y socialmente por la gran mayoría de los venezolanos y, por descontado, los caraqueños. Un proceso comicial en igualdad de condiciones en cualquier evento futuro de renovación de alguno de los poderes públicos, daría cuenta de esta situación de inconformidad y repudio; a menos que por medio del engaño político y la transgresión de la ley y normas existentes para la validación de los resultados electorales, termine imponiéndose.

La supuesta “nueva normalidad relativa y vigilada” lo único que incorporó a la situación caótica en la ciudad de Caracas, ha sido el espinoso asunto de la gasolina. Hasta un día antes del decreto de emergencia sanitaria, la ciudad había permanecido al margen de la escasez de combustible e incluso se expendía sin un valor específico, sobra decir de forma gratuita. Con la llegada de la cuarentena, asomaron las primeras medidas de restricción y en consecuencia corrupción para abastecerse de combustible. Esta escasez a todas luces producto de la ineptitud y vandalización de la industria petrolera, hubo de buscar resolverse mediante la dolarización y supuesta privatización de su venta, con la novedad de restricción de su suministro a las clases populares mediante el expediente de cupos, carnet y pagos digitales, sumándose así tal procedimiento a casi todo lo que envuelve la modalidad de “ayudas” subsidiadas en la desahuciada actividad económica y comercial de nuestra ciudad. El ensayo se ve prometedor para el gobierno, pues la población aceptó con resignación tal medida restrictiva que atenta contra su movilidad y sus niveles de vida. Al parecer se le perdió el miedo al mito de la gasolina, al cual se le atribuía poder para detonar un estallido social de forma espontánea y poderosa desde los acontecimientos del Caracazo en febrero de 1989, cuando por motivos del aumento del combustible unos cuantos céntimos de bolívar, fue capaz de prender la mecha de la explosión social en la cercana población de Guatire. Mientras el gobierno incumple con el suministro de combustible, los caraqueños invierten días enteros de su tiempo en inútiles colas para irse con los tanques vacíos En las redes sociales se difundió un mensaje anónimo que rezaba: “Cuanto sacrificio para surtir gasolina, lástima que no se ponga el mismo empeño en conseguir la libertad. Con gasolina solo avanzas 7.5Km por litro, pero con la libertad llegas hasta donde tú quieras”

Para Saskia Sassen, asumir que existe una “nueva normalidad” es reconocer que algo no funcionó. Y esto es lo más parecido a lo que ocurre en Caracas desde hace cuando menos una década. Ahora lo normal es que nada funcione desde las instituciones hasta los servicios más básicos, lo que incide negativamente en los niveles de vida de los caraqueños. En el caso de la pandemia del covid-19, el peligro no lo representa, al parecer, que la sociedad entre el pánico, sino en una desmedida confianza de creer que todo está bajo control. Esto último, es lo que trata de difundir el régimen haciéndose ver como unos paladines que luchan contra el mortal virus, pese al “intencional” interés de terceros para que se intensifique el contagio en la población. Subestimar el riesgo, ya sea por la necesidad de salir de la insoportable cuarentena para ganarse la vida, o bien bajo la falsa sensación que no nos va a pasar nada, es como la confianza que tenían los pasajeros del Titanic cuando abordaron esa moderna nave “insumergible” en su viaje inaugurar en 1912 y se hundieron al chocar con un iceberg en el gélido océano atlántico. La nueva normalidad, insistimos, no está en la suposición de encontrar algo distinto donde discurrir la existencia humana, sí es a mi parecer, la angustiante certeza de saber que han cambiado las normas sociales, políticas y económicas que permitieron en el pasado inmediato, erigir un estado de bienestar que, con todo y sus defectos, permitió que los caraqueños disfrutasen de unos estándares más elevados del continente sur americano. Eso fue lo que se dinamitó.

Lo que trato en insistir, es que estamos atravesando una etapa de transición hacia la implantación de un “Estado comunal” no constitucional que se quedó a medio camino, luego de desmontar todo el aparataje estructural de la democracia venezolana; primero, utilizando los mecanismos legales de suplantación del poder por vías legítimas ganando elecciones populares, luego y como segundo aspecto, empleando los resultados de ese populismo desmedido, para ungirse de poder absoluto que los llevó a cambiar la constitución de 1960 por un nuevo pacto constitucional en 1999, donde se ocultaban los propósitos inconfesos de imponer hipnóticamente una sociedad “comunal socialista” bajo el disfraz de la democracia protagónica acompañada de la reelecciones indefinidas, baluarte por excelencia de las fórmulas más mesiánicas para permanecer indefinidamente en el poder. Esto fue el origen de “la nueva normalidad” y no la pandemia del covid-19. Los caraqueños que soportaron un difícil aislamiento social, no encontraron al salir de sus casas, nada distinto en la ciudad que les hiciera cambiar la ya vieja sentencia: “Sin novedad en el frente”

Guillermo Durand G

VI Cronista de la Ciudad.

Foto: EP Mundo

1 En España el mayor difusor del enrevesado término, ha sido Pedro Sánchez, actual Primer Ministro del Gobierno. Los medios periodísticos han permitiendo la acuñación de la palabra sin la debida reflexión sobre el alcance conceptual y validación de la expresión, más allá del interés político con el que se emplea. Para el caso del orden mundial económico Véase: Harold James. El Fin de la Globalización. Madrid, Turner, 2003.

2 El referéndum constituyente de 2007 no favoreció al gobierno para modificar la Carta Magna (1999) e instaurar el Estado comunitario.


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