LA NAVIDAD Y AÑO NUEVO EN CARACAS: PASADO Y FUTURO DE UNA TRADICIÓN

Clío Caracas, diciembre de 2020.


LA NAVIDAD Y AÑO NUEVO EN CARACAS: 

Pasado y Futuro de Una Tradición.


El título que acompaña el presente trabajo no adolece de anacronías. La omisión al tiempo presente es con el propósito de tratar de sensibilizar a los lectores de la parálisis que ha sido objeto la tradición navideña en los tres últimos años. En la actualidad, tal situación asemeja ya a los efectos de un gran desastre causado por una propuesta ideológica de izquierda encumbrada en el poder, que si bien no tuvo la fuerza para desmantelar la tradición pascual de la memoria histórica, cuando menos ha logrado en términos abismales, liquidar la posibilidad de conectarse con esas fiestas tan esperadas y celebradas desde el origen mismo de nuestra sociedad en tiempos coloniales. Por tanto, en adelante nos concretaremos a recrear el significado histórico de esas navidades en el pasado y su emblemática prospección futura, tras el seguro retorno que haremos a la democracia en el porvenir venezolano.

Ya cuando se ha acrisolado y atemperado la primera generación de caraqueños de los primeros años del siglo XVII, muchos de ellos han de verse festivos y bulliciosos recorriendo las calles empedradas y ahuecadas de Santiago de León, celebrando la entrada de la navidad en los primeros días de diciembre. La antiquísima costumbre ya había arraigado por iniciativa propia de los vecinos y por la indudable fuerza que ejerce la cultura y los dictámenes de la iglesia en lo concerniente a la celebración del nacimiento de Jesús entre los cristianos católicos. En cierta forma no se trata de un feliz maridaje puesto que, antes de cerrar esa centuria, la autoridad eclesial había levantado un dique para contener en lo posible, el raudal de emociones que despertaba la navidad en los habitantes y estantes de Caracas. Si no lo había hecho antes, era porque se llevó lo suyo eso de confeccionar un molde espiritual, una camisa de fuerza a la zalamería y barullo del pueblo, a los despropósitos de usar de excusa el sagrado momento de la conmemoración del nacimiento de Niño Dios, para desenfrenar sus pasiones cuando todo indicaba un recogimiento, y por tanto, sólo lugar para cánticos y oraciones de alabanzas a Dios. Estamos hablando de las llamadas Constituciones Sinodales que fueron escritas entre 1687 a 1698 para elaborar estrictas normas de conducta para que la feligresía se mantuviese en la senda de Dios y la religión católica apostólica. De esta labor que consumió una década de consultas y opiniones, surgieron unos mil trescientos artículos distribuidos en seis primorosos y gordos volúmenes, cuya observancia y acatamiento, fue situada por encima de la duda razonable y el sentido común.

En este sentido, las Constituciones Sinodales hubo de intentar aguarle el guarapo a los caraqueños que se encontraban muy a gusto con el festejo de la navidad, tal y como la habían disfrutado en el último siglo. Así en el artículo 225 de la mencionada disposición, hallábase entre otras la siguiente decisión:

“… y porque no hay cosa más ajena del templo de Dios y de las misas y divinos oficios que los cantos impuros, acciones profanas, coloquios, voces y demostraciones indecentes: mandamos que la misa de inocentes, en la de aguinaldo, ni en otra algunas que se celebran en las iglesias de nuestra Diócesis, así nuestras como de las regulares, aunque sea con color y título de festejo, se permitan inter Misserum Solemnia, ni antes y después, que se canten chanzonetas profanas, picantes, ni ridículas, ni se hagan danzas, ni representen loas, ni se lean amonestaciones ridículas, ni que se haga otra ninguna cosa que pueda motivar a risa, por ser todo lo referido opuesto a la reverencia y veneración que se debe a tan soberano sacrificio” 1

Esta sola prueba documental nos impone, fehacientemente, que la sanción de las Constituciones Sinodales de 1698 en Caracas, fue una reacción, entre otras cosas, en contra, precisamente, de una práctica festiva que los caraqueños habían asumido la navidad en el siglo precedente. Es así como fueron adquiriendo estas fiestas su carácter popular y tradicional al calor de los jolgorios, zafarranchos, arrumacos, holganzas, bullicios, sensiblerías y sobre todo, afecto hacia el prójimo y abnegación por sus creencias religiosas que los situaba más cerca de Dios sin la intermediación, podría decirse, del alto clero. Es por ello que hubo, por lo general, entendimiento entre ese pueblo con su vicario o el párroco en asuntos de las fiestas pascuales como también era conocida la navidad. Así que, bajo consentimiento o resignación de los representantes de Dios, se verificaba en los templos de Caracas las misas en alabanza al Niño Dios, acompañadas de aguinaldos “profanos” casi siempre subidos de color; sin embargo, en los repertorios de villancicos, las manifestaciones de respeto, admiración y abnegación por el Niño Jesús, no dejaban ninguna sombra de duda que el espíritu de aquellos seres en festejos, eran conducidos por su creencia en el Ser Supremo.

En todos los templos de la ciudad al celebrarse las misas pascuales el espectáculo era tan alegre como contagioso. Feligreses y religiosos entraban en armónica comunión, los unos con sus cantos de alabanzas, el otro con su sermón alusivo al nacimiento de Jesús. El tañer de las campanas, muy de madrugada, anunciaba a toda la ciudad el comienzo de las homilías en los templos. Concluida la ceremonia con música alusiva, entonces desde el alto del coro en ocasiones se lanzaban dulces o caramelos que, antes que llegaran al suelo, ya se había formado una suerte de “batalla” campal entre los chicos y la gente adulta por el exquisito botín. Es posible que las feligresas intercambiaran con el párroco pastas secas, como era costumbre en España, para luego guardarlas en sus casas durante un año y comerla solo en caso de enfermedad y buscar la sanación; era pues una suerte de “talismán” sobre el que se le atribuía poderes mágicos en la navidad. Puertas afuera, una vez concluida la homilía, los feligreses asistentes tomaban las calles y plazas públicas al son de los “profanos” aguinaldos que eran cantados por los parranderos ayudados sin duda por los pitos, charrascas, matracas, guitarras, panderetas y demás instrumentos requeridos para las alegres melodías. Queda claro que estos festejos daban comienzo el 8 de diciembre el día de La Inmaculada Concepción, pero continuaban hasta el 25 de diciembre cuando era celebrada la Misa de Gallo. La fiesta se prolongaba hasta el 28 de diciembre que era el día de Los Santos Inocentes, cuando el pueblo festejaba en la Plaza Mayor con un espectáculo un tanto horripilante, el cual consistía en “degollar” figuras hechas con viseras de animales semejando los niños que mandó a matar Herodes, luego de lo cual se animaba aquel acto con aguinaldos, fuegos artificiales y desde luego el infaltable elixir del alambique. Por alguna razón esta festividad hizo mudanzas al lejano pueblo de El Valle y perdurará hasta casi finales del siglo XIX. Esta festividad encontrará algo de atractivo de la clase pudiente caraqueña que durante esos días tuvo de preferencia pernotar en aquel caserío con el propósito de asistir aquellos eventos y vacacionar a la vez.

Todo este esplendor, si así puede llamarse, no fue apagado del todo por las prohibiciones de la iglesia, antes bien la navidad encontró otras formas de manifestarse como complemento de lo ya conocido a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. Trata el mismo de los nacimientos, pesebres, jerusalenes o belenes, según sea el caso, que comenzaron a conocerse en Caracas más bien como un espectáculo, que propiamente una ofrenda al nacimiento de Jesús en los templos y casas. Bien es sabido que San Francisco de Asís, fue quien en el 1223 hubo por primera vez representar el nacimiento del Niño Dios con personas y animales. Aunque no se esté plenamente de acuerdo con la fecha exacta del nacimiento de Jesús, a partir de esa representación de San Francisco de Asís, se hizo costumbre por navidad exhibir los nacimientos de figuras llamadas de bulto que podían ser de talla de madera o de yeso. Según lo conocido, fue el Rey Carlos III quien introdujo en España la tradición de los nacimientos desde la ciudad de Nápoles, lo que rápidamente suponemos se trasladó a Caracas por vía de la transferencia cultural. Sin embargo, esta novedad consistió en Caracas en presentar espectáculos de títeres o marionetas representativos de un pesebre que presentaban en los corrales de las casas algunos empresarios de la comedia. Por las muy jocosas ocurrencias de aquellas figuras de bulto articuladas, de inmediato fue del agrado popular, razón suficiente para que se promoviera su inmediata censura por la iglesia y autoridades civiles por ofensa hacia las imágenes de devoción. No obstante, las presentaciones siguieron su curso y los interesados asistiendo a ellas por el pago de solidarias entradas.2

Fuera de estos eventos que hemos reseñado de las misas de aguinaldos acompañadas de aguinaldos y villancicos, parrandas por las plazas y calles de la ciudad, la celebración de la misa del Gallo el 25 de diciembre como también el Día de los Santos Inocentes el 28 del mismo mes, y por novedad en la mitad del siglo XVIII la presentación de comedias con marionetas sobre el nacimiento del Niño Dios, al parecer no hubo otra manifestación que haya sido recogida por la tradición de la navidad. En el caso del renglón culinario muy asociado a la navidad, todavía esperaban hacer debut en la mesa de los caraqueños, puesto que la exquisita hallaca aún faltaba por “evolucionar” y comenzar a dar tímidos pasos por celebridad pascual, algo que sólo alcanzará ya para el último tercio del siglo XIX durante la llamada era del Guzmancismo

Con la llegada un tanto abrupta y traumática de república en las primeras décadas del siglo XIX que puso fin al orden colonial, ello supuso ciertos retoques en el modo de festejar la navidad, aunque no respondió a móviles políticos. Como los caraqueños son propensos al humor y con él a la ironía, la representación de comedias en los corrales dio un salto cualitativo para ser ahora interpretada en vivo por actores improvisados o anodinos de extracción popular en teatruchos que se hallaban en muchos lugares de la ciudad. La exhibición de estas comedias era más que un deleite al que acudía el público en tropelía. Según los escritores que manejaban el género del costumbrismo, lo más risible de ese espectáculo era ver al verdulero, al barbero, pulpero, panadera entre otros, en el rol de actores que a cada instante erraban con el libreto y debían en consecuencia improvisar, aunque muchos se quedaban congelados por el olvido de su dialogo. Todo ello era una verdadera galleta de confusiones que terminaba solapando el libreto original. Este sólo aspecto daba para que cada ocasión cambiara la naturaleza de las piezas de comedia y fuese, de alguna manera, distinta a la anterior. Estos espectáculos eran presentados en los teatruchos populares de la esquina de Maderero, Aguacate, Colón, Coliseo, El Ñaraulí, Quebrada Honda y El Tejar.

Por estos tiempos se hacen sentir durante las pascuas la notoria e infaltable presencia de los alegres parranderos que siguen cantando ingeniosos aguinaldos por las calles de la ciudad y zaguanes de las casas, en procura de una gratificación por su trabajo, pero además del infaltable palo de aguardiente para aclarar la voz y templar los ánimos. Cuando algún padre de familia quería por navidad alegrar a sus miembros, acudía a la búsqueda de parranderos en la esquina de Padre Sierra donde se solían congregar. Acordado el “trabajito” dichos parranderos se trasladaban a los hogares contratados a cumplir con el acuerdo. Por cierto, estos músicos tenían como carta de presentación, anunciarse con el estallido de cohetes y trabucos donde quieran que guiaran sus pasos. Del contenido de las letras de los aguinaldos, se pone al descubierto la picaresca vida de los caraqueños, pero ya a principios del siglo XX, asoma la protesta política en contra la dictadura de los generales Castro y Gómez. Las parrandas con los aguinaldos seguían reinando como el espíritu de la navidad en la ciudad de Caracas.

Con la llegada del Gral. Guzmán Blanco al poder en el último tercio del siglo XIX, Caracas presenta una animación inusitada como producto de las políticas de modernización que emprende el “Autócrata Civilizador” en la ciudad, hasta convertirla, según sus detractores y enemigos políticos en “El París de un solo piso” Es en este contexto de relativo progreso que entra en escena nuevos componentes de la navidad que con el tiempo se harán símbolos patrimoniales de la tradición. En primer lugar, ha de observarse un cambio cualitativo en la culinaria que hará vestir de otra manera la mesa en los hogares caraqueños. La hallaca es una infaltable exquisitez que ha mutado a sabores multiformes, a consecuencia de haberse “asilado” en ella nuevos ingredientes como las aceitunas, alcaparras, tocinos, almendras, pimentones, etc., cuyo sabor variaba si se complementaba con carne de res, cochino o gallina dependiendo de los gustos por la hallaca caraqueña. La ensalada de gallina con las salsas y guarniciones que le son propias, eran igualmente infaltables al lado de la hallaca en la mesa del caraqueño; cerrando el menú con pernil horneado y un exquisito dulce de lechosa o cabello de ángel. Este plato para entonces se convertía en opción de honor en las cartas de los restaurantes que comenzaron aparecer en la ciudad, restándole importancia a las viejas posadas y ventorrillos caraqueñas, herencia del desaparecido orden colonial. Así pues, con este menú pascual fue que apareció en Caracas la llamada cena navideña que nos acompañó por lo que restaba del siglo XIX. Los licores también variaron el patrón al verse prácticamente desplazado los vinos españoles, con los caldos espumantes y champañas franceses que se hicieron de moda en este periodo, queda claro que para las clases bajas se prefería los guarapos fuertes y los ponches.

Caracas si bien incorporaba novedades a la tradición caraqueña, también generó sus propios aportes: es decir, “made in aquí” Por ejemplo, los aguinaldos son a mi criterio inspiraciones vernáculas para la navidad, como lo será también el afamado cañonazo que consistía en anunciarle a la ciudad el fin de un año y la entrada del nuevo con salvas de artillería desde cualquiera de los cuarteles, o sea el de San Carlos o La Planicie. Este sonoro anuncio era el aviso para darse las personas un sentido abrazo para desearse salud y prosperidad. También los caraqueños por esos años finales del siglo XIX, se reunirán la Plaza Bolívar a recibir el cañonazo y desearse felicidades con el abrazo del feliz año; en este caso el aviso lo recibían los contertulios del reloj de la catedral que a los doce en punto entonaba el Alma Llanera y el Himno Nacional y todo el mundo a llorar. Se dice que el político caraqueño Tomás Lander, en 1823 recomendaba hacer este gesto de fraternidad como lo hacían los franceses, pero no fue sino hasta 1871 que se dieron las condiciones para llevarlo a cabo en la Plaza Bolívar como quedó dicho tras una campaña realizada por el afamado periódico Diario de Avisos. Con el arribo del siglo XX los aportes serán el Ponche Crema de Eliodoro González P. en 1900 y cinco años después el Pan de jamón de la panadería de Ramella entre las esquinas de Marcos Parra a Solís. Es pertinente señalar que el pan de jamón tal como lo conocemos, es producto de una guerra entre panaderos de Caracas que se llevó a efecto luego de conocerse el producto de los hermanos Ramella, la competencia desleal consistió en mejorar añadiéndole, por ejemplo. las pasas y aceitunas.

Las visitas y paseos por la ciudad para llevar parabienes a familiares y allegados, fue otra de las prácticas que se iniciaron a fines del siglo XIX en la ciudad. Tales visitas se hacían después de la fiesta de navidad o luego del Año Nuevo. Estas incursiones sociales excepcionalmente eran avisadas por antelación y practicadas por los miembros de las clases medias y pudientes, puesto que los de abajo, se presentaban sin aviso ni pretexto a las puertas del visitado con los ojos preñados de sueño, bajo los efectos de los vapores del alambique y más fastidiosos que mosca en restorán. Esta costumbre la practicamos hasta hace poco y por lo general era de común aceptación en todos los hogares caraqueños. También formó parte de estas salidas post festivas navideñas, los paseos a los sitios públicos. Nuestros tatarabuelos, siendo muchachos se iban a pasear antiguamente a La Candelaria, Los Mecedores, Puente Hierro y la Plaza Bolívar, bien sea caminando o haciendo un recorrido por esos mismos sitios en Landau y demás servicios de coches que existían en la ciudad. Nosotros en cambio importunábamos a los vecinos en procura de una hallaca, pero preferiblemente un sancocho acompañado de cervezas bien frías. Queda claro que las invitaciones más bien se parecían a un servicio Delivery. Los paseos continuaron siendo una práctica común en el pasado siglo, ahora la ciudad disponía de más y mejores espacios públicos que la Plaza Bolívar que se convierte en un viejo recuerdo. Los Centros Comerciales, el Paseo de Los Próceres, la Plaza Altamira, vagar a placer por la Cota Mil, desplazarse a las ciudades dormitorios de San Antonio, Guatire, La Guaira era otra opción que bien podía terminar en un baño de mar. Esas eran pues las distracciones de los caraqueños cada vez que terminaban las fiestas navideñas y los llenaba de suma satisfacción.

Mención especial merece también la manía que teníamos en pintar o dar un retoque las casas en la época decembrina. Quienes se preciarán de ser auténticos caraqueños, no podía permitirse la vergüenza de no pintar en navidad sus hogares de alegres colores y exhibirlos llenos de orgullo. Ello era sinónimo de prosperidad y felicidad en los hogares, y se podía equiparar en importancia, con la irrenunciable necesidad de los estrenos para cada uno de los miembros de la familia. Esta costumbre no tiene fecha precisa de aparición, pero sospechamos que debió surgir en los tiempos en que el Gral. Guzmán Blanco, ordenaba a fines del siglo XIX, pintar en diciembre las fachadas de las casas del centro de la ciudad, con el incentivo de exonerar a sus dueños del impuesto municipal llamado derecho de frente. Recuerdo que en los barrios las personas menos favorecidas económicamente, pintaban sus casitas con un producto hecho a base de cal llamado asbestina, cuyo principal problema era ser poco consistente en su adherencia en la pared si no le agregaba suficiente sal. Por esa causa, era frecuente ver a muchas personas manchadas de polvos de colores, que denunciaban su presencia en casas remozadas con esa pintura de bajo costo. Ya en los años setenta en adelante, esos mismos hogares ya remodelados, usaban pinturas más sofisticadas como el “brillo de seda” que tenía la ventaja de ser lavable. Estos lujos son indicativos de cómo se había elevado el nivel de vida de la población en tiempos de la democracia.

Otro aporte caraqueño a la navidad fue el de llamar pacheco al frío que envolvía la ciudad junto a la neblina que bajaba del Ávila desde el comienzo del mes de noviembre, que según parece se situaba por debajo de los 14° centígrados. Pese a la aceptación muy generalizada de denominar así al frio los caraqueños, no tienen claro el origen de esta cuestión vinculada con la navidad. Muchas son las conjeturas que surgen alrededor de este nombre. Queda claro que se trató de una persona que apellido nuestras bajas temperaturas de diciembre; así, por ejemplo, se dice que era un arriero llamado Antonio Pacheco, que bajaba desde Galipán situado en el cerro de El Ávila, cargado de flores para venderlas en el mercado de San Jacinto, lo que era interpretado como la llegada a Caracas del frío de la montaña por la tercera década del pasado siglo. Otros en cambio, tienen la versión siniestra que se trataba del infame cabo de presos de la Rotunda de Caracas Nereo Pacheco, pues el solo susurrar su nombre daba escalofrío a los caraqueños. Tan de interés fue este enigmático asunto para la ciudad, que Aquiles Nazoa nos contó que el afamado humorista Leoncio Martínez, Leo, realizó un concurso en su revista Fantoche para que los caraqueños develaran el misterio del nombre del frío decembrino, pero tratándose de unos humoristas de tanta agudeza, poco se les iba a creer ante la posibilidad de tomarle el pelo a todo el mundo, como se dice a la acción de engañar. Otra versión poco creíble, nos impone que el nombre fue una invención de un locutor de radio llamado Julián Pacheco quien conducía un programa de radio llamado: “Julián y Chochín, dos vivianes de postín”. En este programa, Julián hacía mención a un señor que vendía flores en el mercado de San Luis y San Bernardino, quien, a un saludo, invariablemente decía que hacía pacheco con alusión al frío. Este supuesto vendedor de flores de Galipán, tenía por nombre Ernesto Cabrera, En todo caso este cuento es muy posterior a los orígenes del uso del apelativo pacheco en Caracas para designar al frío decembrino, aunque coincide con la versión del vendedor de flores de Galipán.3

En Caracas a medida que se transformaba en una ciudad moderna, se iban incorporando a la tradición navideña otras costumbres o esnobismos usadas en otras latitudes. De forma digamos intensa en el curso de la primera mitad del siglo pasado, pero es obvio que en el último tercio del siglo XIX estas comenzaron hacer su aparición en la ciudad. Ya hemos señalado que durante el prolongado gobierno del “Autócrata Civilizador” el Gral. Guzmán Blanco, Caracas tendió a registrar cambios en su desarrollo; uno de ellos fue la consolidación del capital extranjero representado por diversas casas comerciales de Europa y Los Estados Unidos. Muchos hombres de negocio vinculados a tales capitales formaron familias al contraer nupcias con las hermosas caraqueñas pasando a formar filas con la godarria o elite de Caracas. Así costumbres navideñas alemanas, danesas, inglesas, francesas, etc. paulatinamente comenzaron a nutrir y complementar nuestra versión de las fiestas navideñas, no sólo en sus símbolos y adornos, también en la gastronomía, cortesías, creencias y hasta la forma de vestir. La visión norteamericana sin muchas diferencias también comenzó su arraigo durante las fiestas decembrinas hasta que, ya para los años cincuenta del pasado siglo, estaba concretada la fusión cultural en relación al modo de interpretar y disfrutar la navidad en nuestra ciudad.

La modernización de Caracas y el impulso que cobró con el aporte de la explotación petrolera a partir de 1917, hizo de la ciudad un exitoso laboratorio para ensayar cambios. Es así que diciembre es un mes frenético al experimentar en su actividad comercial un ritmo inusitado por el aumento del consumo de bienes y servicios. Es verdad que al principio las clases populares sólo sirven de espectadoras de esa delirante bonanza, pero en medida que se promueven cambios políticos que las favorecen, se irán incorporando gustosamente e esos cambios, como lo fue, por ejemplo, la ley del trabajo de 1936 que contempló el pago de aguinaldos y utilidades en diciembre para la clase trabajadora del sector público como privado; algunos planes para la atención de la infancia que procuraba la entrega de juguetes, diversión y ropa, como también una mayor oportunidad a sus padres para ingresar al campo laboral con mejores sueldos y salarios. Todo esto fue una dura batalla que ganó la clase trabajadora de Caracas, aún en medio de gobiernos autocráticos como lo fueron las largas dictaduras instauradas desde el Gral. Cipriano Castro hasta la de Pérez Jiménez, aunque se tuvo el consuelo de no haber sucumbido el país en regímenes de concepción comunista como el que nos rige desde hace veinte años.

Es dentro de este contexto histórico donde cobra sentido y tradición la expresión emblemática de la navidad entre nosotros de “Feliz Pascuas y Prospero Año Nuevo” que se encontraba escrita por todas partes y deseada por todos los caraqueños sin distinción de clases, credo y filiación política. Bajo este espíritu de gozo y alegría, fue acogido entonces nuevas formas que obtuvieron las credenciales de la tradición y la costumbre en asuntos de la navidad, como también incluso algunas que se encontraron al borde de la extinción como lo fue la de confeccionar los nacimientos. Así vemos que el Niño Jesús se hizo poderoso junto a los Reyes Magos, dejando regalos a todos los niños bajo sus camas y arbolitos de navidad; también hace presencia y con el mismo objeto, Santa Claus o Papa Noel, para atender la alegría de otros tantos niños. El sentido y humanitario cuento de navidad de José Rafael Pocaterra, titulado de “Como Panchito Mandefuá cenó con el Niño Jesús” pasó a ocupar un segundo plano, al disfrutar los niños de un mayor y más amplio acceso a aquello que simboliza disfrute o felicidad en los días festivos de la navidad; esto es, regalos, estrenos y distracciones al ser los legítimos herederos de las bendiciones y significado del nacimiento del Niño Dios.

En cuanto a los adultos las cosas encontraron acomodo con los deseos y significado que expresa las fiestas pascuales. Las mujeres se hacen principales gestoras del sosiego y plenitud de las fiestas. Si bien rescatan la tradición de los nacimientos promoviendo concursos en las diversas parroquias asociadas con los párrocos de las iglesias en los años cincuenta del pasado siglo, no tuvieron reparos en colocar justo al lado de ese símbolo del catolicismo como lo es el nacimiento, un arbolito de navidad a la más rancia usanza nórdica complementado de cuanto arreglo o adorno haya menester: estrellas, bolas, figuras de todo tipo, luces intermitentes, nieve artificial, escarchas, las afamadas tarjetas de navideñas ideadas por el arrogante aristócrata inglés P. H. Coll, aunque su gesto fue sin lugar a dudas humanista y de contenido universal. Por cierto, en Caracas durante las pascuas las tarjetas de navidad eran confeccionadas en imprentas portátiles que se emplazaban en la plaza de San Jacinto entre las décadas del treinta y cuarenta del pasado siglo. Se dice que las tarjetas de cortesía o de visita que se usaban en Caracas en los tiempos de Guzmán Blanco, estaban inspiradas en la idea de Henrry Coll de 1843. También las caraqueñas fueron muy proclives al obsequio de regalos de navidad, que previamente “embojotados” eran puestos a los pies de su venerado arbolito. Los estrenos consistentes un ajuar de prendas de vestir y zapatos para la Noche Buena, también entraba en la lista de los compromisos familiares y de amistades en la ciudad, faltar a ese ritual era tan grave como al hecho de no cumplir con la sagrada cena familiar el 24 y el 31 de diciembre a eso de la media noche. Bien sabemos en qué consistía el condumio pero como estamos rememorando, bueno es repetirlo, es decir, hallacas, bollos, pernil horneado, ensalada de gallina, dulces de lechosa o cabello de ángel; buena provisión de nueces, avellanas, pasas, turrones, torta negra, uvas, vinos el infaltable whisky, ponche crema y una buena música que iniciaba con villancicos alternado con aguinaldos y gaitas para terminar con otros géneros musicales que dependían de la época, por ejemplo, entre los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo XX, era el merengue introducido por la orquesta del recordado Billo’s Frómeta; la guaracha, el danzón y boleros de las orquestas afamadas, hasta la aparición de los ritmos de salsa que aún siguen amenizando las fiestas caraqueñas con otras melodías como el regueton y la bachata, de mayor preferencia entre la gente joven. No obstante, las gaitas son un sonido asociado a las navidades, provenientes de Maracaibo, se hicieron populares en Caracas en los años sesenta del siglo pasado gracias a la radio, pero esencialmente al ritmo pegajoso y alegre que contagia sin distingo de edad y sexo.

Otro símbolo caraqueño que ya es una tradición en la navidad es la cruz del Ávila. La idea inspiradora apareció en 1948 en el entusiasmo de un ingeniero foráneo que trabajaba entonces en la Electricidad de Caracas, llamado Ottomar Pfersdorff; algunas pruebas fueron realizadas con la admiración y aprobación de todos los caraqueños. No obstante, es en 1962 cuando las luces se prendieron por primera vez y de forma permanente durante la navidad, lo que implica que ya tiene más de medio siglo de vigencia o la suficiente edad para ser una tradición entre nosotros. Hace pocos años, ridículamente trató de imitarse este bello espectáculo con otra cruz en los predios militares del Fuerte Tiuna. No parece necesario contar que ocurrió con eso.


El nivel de vida que prodigó la democracia a los venezolanos y particularmente a los caraqueños, desde luego incidió positivamente en las festividades caraqueñas; sin embargo, durante los períodos de gobiernos tiránicos de Castro, Gómez y Pérez Jiménez, el pueblo no se encontró en situaciones de indefensión económica como el que es notorio e infame en nuestros días. Para entonces, si bien eran notorias las diferencias de clases y la pobreza estaba generalizada, los sectores populares tenían a su alcance como proveerse lo indispensable o básico para las fiestas navideñas en cuanto a la cena, bebidas e incluso estrenos y regalos. Ya hemos señalado que la aprobación de la primera ley del trabajo en 1936, fue un paliativo que solventó en mucho a las clases trabajadoras para tener dinero extra y así afrontar los gastos de las fiestas navideñas. De este modo, era que las campanillas de las antiguas cajas registradoras de los comercios y tiendas no dejaban de sonar, ante un frenesí de clientes que entraban y salían de esos comercios del centro de Caracas. Estas escenas luego de más de cinco décadas de haberse visto, no han menguado, sino por el contrario, se incrementaron en señal de una clara subida del nivel de vida y expectativa de vida de los venezolanos hasta justamente el final del pasado siglo XX. Fueron muchas las señales de bienestar general que nos brindó el sistema democrático a lo largo de ese periodo durante las fiestas decembrinas, pero insisto, ante su concreción en un sistema político estable, las clases populares siempre podían conectarse con las tradiciones navideñas sin sufrir traumas severos como sectores sociales excluidos.

Un último aspecto de nuestras tradiciones navideñas, fue sin lugar a dudas las patinatas de la juventud caraqueña por calles y plazas de la ciudad por casi ochenta años. Desde la última década del pasado siglo, las patinatas terminaron por extinguirse, pero cuando ellas hicieron un frenético acto de aparición durante los llamados años veinte, también conocido como la “Bella Epoque” fueron la sensación de los jóvenes de esa generación y así permaneció como una novedad que se renovaba todos los años por navidad, hasta finales de la década de los ochenta que aparecieron los patines en líneas como un esfuerzo para prolongar su existencia sin duda grata por las alegrías que supo trasmitir a tantas generaciones de jóvenes. Muy de madrugada y cuando los templos abrían ya sus puertas para las misas de aguinaldo, muchos jóvenes se lanzaban a las plazas más importantes de Caracas, es decir, la plaza Carabobo (de Misericordia), Los Caobos (Plaza Mariscal Sucre), de La Candelaria y La Concordia. Al principio eran desde luego los hijos de papá que tuvieron la posibilidad de calzarse esos artefactos rodantes a voluntad, pero a partir de 1936 con el gobierno del Gral. López Contreras, muchos jóvenes de extracción popular pudieron adquirir los escurridizos y costosos patines Winchester o Union que se vendían en las tiendas de juguetes de Caracas. Estas acciones era un llamado a la arriesgada acrobacia, a la diversión sin parangón, a los cantos de aguinaldos, a los robos de los frascos de leche y los periódicos que el comercio dejaba a las puertas de las residencias, a soplar arepitas dulces con anís y desde luego a ingerir irresponsablemente bebidas alcohólicas, especialmente un vino hecho de plátanos, que entonces llamábamos vino pasita. Si al principio eran unos pocos que podían verse en esas plazas y calles patinando, cuando se llega a los años sesenta hay que hablar de un enjambre de jóvenes irreverentes y sedientos de aventuras que veremos por los espacios públicos y hasta privados, tratando de demostrarse unos a otros que era el mejor patinador. Esos eventos casi están ya desvanecidos en los recuerdos de quienes practicaron o conocieron el patinaje durante la navidad en nuestra ciudad derrochando alegría y desbordando los riesgos que implicaba llevar artilugios que reclamaban habilidad en su uso y temeridad en los propósitos para divertirse.


Hablando de artilugios los fuegos artificiales o lumínicos han sido siempre un evento infaltable para expresar la alegría que se desborda en los tiempos navideños. En Caracas se hizo costumbre el espectáculo asociado con la navidad desde tiempos coloniales, pero su mayor esplendor lo encontramos en los tiempos guzmancistas cuando desde el Paseo Independencia o Cerro de El Calvario, se hacían apoteósicas exhibiciones de fuegos artificiales en navidad que podían verse en toda la ciudad de los techos rojos. Algunas desgracias de pérdidas de vidas ensombrecieron las fiestas navideñas como consecuencia del manejo negligente de los explosivos, o bien en su irresponsable almacenamientos en sitios indebidos. Por estas razones por los días de la navidad, las autoridades hacían un permanente exhorto sobre el cuidado que debía hacerse en cuanto a tenencia y manejo de los fuegos artificiales por sustancias peligrosas sobre todo cuando eran usadas por niños sin la adecuada supervisión de persona adulta.4


Representación grafica de un espectáculo de títeres o marionetas representativos de un pesebre. Ilustracion de Gabriel Garcia y Leyden Durand 


Guillermo Durand G.

VI Cronista de Caracas.

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1Constituciones Sinodales, articulo 225. Las negritas son nuestras. En historia son muy tentadoras las comparaciones objetivas. Por ejemplo, la iglesia a principios del siglo XVII procuraba ahogar la sonrisa a los caraqueños en la navidad con prohibiciones de fiestas. En este nuevo siglo XXI, hace lo propio un régimen a nombre del comunismo, tratando de secuestrar su alegría a cambio de aflicciones y rencores.

2José Antonio Calcaño. La ciudad y su música. pp. 333 y ss.

3Juan E. Montenegro. “Pacheco y sus retardos” en: Crónica de Caracas. El Universal, 31-12 1996. Véase Aquiles Nazoa. Caracas física y espiritual. p. 230; Sra. Zaida Mujica. “Pacheco” carta dirigida al Cronista de la ciudad de Caracas.

4Guillermo Durand y Alberto Navas. Explosivos en la historia de Venezuela: Dos ensayos y una visión de conjunto.


FUENTES UTILIZADAS.

CALCAÑO, Antonio. La Ciudad y su Música. Caracas. Monte Ávila, 1985.

CORTINA, Alfredo. Caracas la ciudad que se nos fue. Caracas, Fundarte, 1994.

DURAND GONZALEZ, Guillermo. Fragmentos del pasado caraqueño. Caracas, Inst. Municipal de Publicaciones, 2007.

_________________________, “La Navidad EN Caracas” En: Caracas en 25 Escenas. Caracas, Fundarte, 2002.

DURAND G. y NAVAS Alberto. Los Explosivos en la historia de Venezuela: Dos ensayos y una visión de conjunto. Caracas, Edit. Latina, Grupo Merand, 2018.

MONTENEGRO, Juan Ernesto. Crónicas de Santiago de León de Caracas. Caracas, Instituto Municipal de Publicaciones, 1997.

NAZOA, Aquiles. Caracas física y espiritual, Caracas, Concejo Municipal del Distrito Federal, 1977.

ROIDRIGUEZ, Francisco (Pepe). Mitos y ritos de la navidad. Barcelona (Esp.). Ediciones. BSA, 1997.

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