CARACAS Y LOS “EXCLUIDOS” DE SU HISTORIA: UNA PROPUESTA CAPCIOSA DESDE EL PODER POLÍTICO

    Recientemente en el marco de la celebración del Día de Caracas en sus 455 años de fundada, atendiendo una gentil invitación para una entrevista de la periodista Vanessa Davies, me formuló una pregunta que temo mucho haya apresurado la respuesta en asunto tan complicado. La cuestión era como se haría para incluir en la historia de Caracas a los “excluidos” entendidos estos, como los sectores mayoritarios que envolvían a las poblaciones aborígenes, negros esclavos y pardos libres de la sociedad colonial. Argumentar posibles soluciones, sería admitir que lo así planteado era pertinente y necesario, además ello vendría a significar un reconocimiento de la propuesta de los sectores oficialistas, en el entendido que su reclamo es genuino y legitimo. Pero resulta que esa premisa de exclusión es capciosa, puesto que la misma no es un simple reclamo de inclusión, sino la de imponer con ciertas excepciones, la supuesta supremacía o protagonismo histórico de tales sectores sociales, que a criterio oficial fue intencionalmente omitida por nuestros historiadores, sin que ello en propiedad hubiese ocurrido. La única forma de validar esta rocambolesca teoría, sería rechazando de un plumazo los hechos, eventos y episodios que urdieron en propiedad la historia de la ciudad. Es decir, nos referimos a los llamados hechos históricos o memorables que estructuraron y consolidaron el pasado de Caracas, a lo largo de la vida colonial y republicana hasta finales del siglo XIX, incluyendo desde luego el proceso de conquista y fundación de Caracas.  


Habría entonces que afirmar que la historia como disciplina científica, que busca sobre la base del esfuerzo de los historiadores críticos, entender y explicar la verdad de los hechos del pasado, en nuestro caso en particular y según la revolución, se concertaron para urdir un plan de largo aliento, con el espurio propósito de “invisibilizar” el protagonismo del pueblo. En resumen, la labor historiográfica desde que José Oviedo y Baños la inició con la edición de su Historia de la conquista y poblamiento de la provincia de Venezuela en 1723, hasta el cierre del pasado siglo XX, cuando el saldo de la labor historiográfica debe entenderse como creadora de autentico conocimiento histórico, oficialmente quedaba anulada desde las instancias del poder, al no satisfacer sus deseos, en su peculiar modo de entender la historia, de querer  ver en exclusiva sólo el protagonismo popular. Así que la única manera de resolver esta cuestión, sería con arbitrariedades, escándalos, ideología y mucha propaganda hasta que quede sepultada y en el olvido, la verdad del pasado caraqueño, en favor de una supuesta “redención de los de abajo” exhibiendo nuevos paradigmas recargados de héroes que yacían, según sus voceros, bajo una tumba común sin nombre, sin lápida y sin gloria.


Pero ocurre que la historia escrita ha sabido incorporar a representantes de estos sectores poblacionales en sus relatos y análisis sobre el pasado. José de Oviedo y Baños, por ejemplo, tempranamente ofrendó protagonismo al cacique Guaicaipuro, inventando el episodio en el cual, presumiblemente, se había inmolado prendiéndose fuego en su choza, tras el desigual ataque de los conquistadores que lo superaban en hombres y armas. Esa es la versión que manejamos del héroe indígena, la cual nunca contradijo nuestra historiografía, a pesar de contar con la inequívoca prueba documental que Guaicaipuro, hubo de sucumbir junto con sus iguales a la condición de encomendado del conquistador Pedro Mateo en 1568, que luego pasaría a la posesión de Cristóbal Cobos que entraría en un pleito con Andrés González por su tenencia y beneficio. Desde 1912 la Academia Nacional de la Historia recibió de manos de fray Froilán de Rionegro, la transcripción completa del expediente de este pleito entre Cobos y González por la posesión de la encomienda del cacique caído en desgracia por los imponderables de la guerra, circunstancia que en modo alguno desmerita en un ápice el heroísmo de Guaicaipuro, al punto que es el único mencionado en varias ocasiones en la real cédula de 1563, que ordenaba conquistar de una buena vez por todas, la inexpugnable provincia de Caracas defendida por el legendario cacique junto a otros de su estirpe guerrera.  Los historiadores de nuestros anales desde Vicente Dávila en su elocuente obra Encomiendas, como el célebre Eduardo Arcila Farías, especialista en el mismo tema junto con  la corporación de la A.N.H, enmudecieron y optaron por no referir este episodio de la conquista de Caracas. Lo mismo podría decirse en cuanto a la supuesta batalla de Maracapana que salvó la existencia de Caracas, no por el poderío o fuerza representada por el ejército conquistador, sino por un azar del destino cuando unos soldados por casualidad, descubrieron las intenciones de congregarse diversas tribus de la región, para el último asalto al incipiente rancherío llamado Santiago de León bajo el liderato de Guaicaipuro. Dicho evento nunca tuvo lugar y tampoco existió, que sepamos, un sitio con ese nombre de Maracapana en el valle de Caracas que Oviedo ubica en una sabana al norte de la ciudad y otros en Catia. Sin embargo, ese ficticio relato inventado por Oviedo y Baños y repetido hasta la saciedad por nuestra historiografía, ha ocupado un lugar de preferencia para enaltecer la lucha de los indígenas contra los conquistadores españoles. Sobre la resistencia indígena debe decirse que no estuvo exenta de contradicciones. El uso de indios ladinos por parte de las huestes conquistadoras, fue reflejo de las rivalidades que existían entonces entre diversas parcialidades étnicas hacia los caribes de comprobada vocación de dominio. El cronista Enrique B. Núñez en muchas ocasiones refirió este hecho poco reconocido, como también que Francisco Fajardo, siendo un hombre producto de su tiempo, no escapó a la seducción de buscar fama con la conquista, siendo el primer venezolano o mestizo, que puso un pie en el peligroso valle de los Toromaimas hacia 1553. Ello, sin embargo, no da lugar a afirmar que Fajardo fue un asesino de indios y representante de la burguesía extranjera como ha sostenido la propaganda oficial, al tratar de inhabilitar a Francisco Fajardo como personaje histórico en los anales de Caracas.


Historiadores, etnólogos, arqueólogos y antropólogos han centrado su interés en el estudio de los sectores de la población negra esclava, cuyos resultados son ampliamente aceptados en los medios científicos o académicos, pues de alguna forma han robustecido la labor historiográfica. Es decir, también este sector poblacional, ha tenido inclusión en los eventos, no por una indulgencia de los historiadores, sino porque formaron parte importante del pasado, aunque objetivamente haya sido en las condiciones que le asignó ese mismo pasado que es algo que no puede alterarse y revertirse por más que nos parezca injusto. La historia es la realidad de los hechos ocurridos, y su conocimiento es la interpretación a lo que podemos acercarnos como verdad, libre de los prejuicios que condicionan a la sociedad actual. La historia de las esclavitudes en los tiempos de la colonia e inicios de la república, no sólo está en el pasado sino explicada en las investigaciones de Miguel Acosta Saignes o Marcial Guedez y tantos otros historiadores contemporáneos que se abocaron a comprender esa realidad y explicarla metódicamente, o sea incorporándola al conocimiento histórico del saber humanístico y científico de nuestro país. Dicho de otra forma, fue superando con creces esas nociones de historia patria donde estaba incluida sólo la Negra Matea y el Negro Primero (Pedro Camejo) para dar a conocer como ahora, parte de la historia de un estamento poblacional que fue sustraído del cauce de los procesos históricos venezolano e incluido en nuestra historiografía como tema de estudio.


En el caso de los pardos que formaban la mayoría de la población antes de abolirse las diferencias por estamentos sociales en la constitución de 1811, hemos de convenir que forman parte de la historia social de la ciudad en todos sus matices y colores. Fueron los cronistas oficiosos del siglo XIX, quienes incorporaron a los sectores populares en sus relatos costumbristas. Así aparecen en las tradiciones de la ciudad sea esta referida a las navidades como al de la Semana Santa, sin olvidar desde luego los carnavales en sus diversas versiones, o sea los del berrinche y el civilizado introducido en Caracas por el Ilustre Americano en 1873. Pero debe tenerse presente que los cimientos y estructura de la ciudad de los techos rojos, se debió fundamentalmente a nuestros alarifes o maestros mayores del arte de la construcción, quienes manejaban su especialidad en la albañilería, carpintería y herrerías con probada destreza. También ha de incluirse el resto de los artesanos, sea un orfebre o un curtidor de cuero, quienes sostuvieron el crecimiento de las artes mecánicas o manuales, que dieron a Caracas sostenibilidad en los servicios, e incluso, hasta satisfacer los gustos más puntillosos de los mantuanos y la godarria caraqueña, en todo aquello que era sinónimo de boato y lujos. El intento en 1800 de crear el gremio de maestros mayores por iniciativa de los cabildantes, apuntaba precisamente a fortalecer este particular asunto de ordenanza de ciudad. En este sentido, recuerdo haber dado el ejemplo de la Capilla Santa Rosa de Lima, donde recibían sus grados los estudiantes de la universidad de Caracas, como también el haberse reunido en ese recinto, el primer congreso de Venezuela que decretó la independencia en 1811, como también investirse de poder los primeros presidentes de la república. Pero no puede perderse de vista la estructura de ese sagrado edificio, levantado con maestría por esos alarifes que hicimos referencia, como a la vez el arte que allí exhibía. Pintores, escultores, doradores, orfebres, tapiceros y otros oficios allí dejaron su impronta positiva por la ciudad, que fue en sus tiempos motivo de admiración y ahora de veneración en el lado Oeste del Palacio Municipal de Caracas. La música, el teatro, la pintura y la literatura, fueron coto privado de esas mayorías que no cesaron en expresar sus talentos en estas artes durante el siglo XIX. 


Se puede referir acá entre muchos la lectura de los trabajos de don Carlos Duarte, José Antonio Calcaño, Arístides Rojas, Landaeta Rosales, Francisco González Guinán, Mariano Picón Salas y el profesor Pedro José Muñoz, cuyos libros son revelaciones luminosas en la captación del alma de esa mayoría de los caraqueños, algunos de ellos ciertamente olvidados, pero que se pueden redescubrir porque existe memoria de su impronta histórica. La creación de la figura del Cronista de la Ciudad como la Ordenanza de la Defensa del Patrimonio Histórico de Caracas en 1945, ciertamente apuntalaron esa tarea de la defensa, el estudio y la difusión de nuestra historia y tradiciones, trabajo insigne que ahora es despreciado por el peso de la ideología y la política logrera que busca consagrarse con las mayorías, a través de la mentira e inculcando odio social entre los caraqueños. Estas son pues mis reflexiones más a tono a la complejidad de la pregunta que me formulara la talentosa e inquisitiva periodista Vanessa Davies.  

Guillermo Durand G.
VI Cronista de la Ciudad.


 Imagen de la portada del extraordinario libro del historiador británico Edward H. Carr, cuyo inquietante título nos impone sobre la complejidad de una respuesta a semejante cuestión.

 

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FUENTES BIBLIOGRÁFICAS CONSULTADAS.

BIORD, Horacio. Nieblas en las sierras. Los aborígenes de la región centro-norte costera de Venezuela (1550-1625)- Caracas, A.N.H. Fuentes para la historia colonial de Venezuela, N° 258. 2005.
CARR, Edward. ¿Qué es la Historia? Barcelona (España.). Seix Barral editores, 1976.
CARRERA DAMAS, Germán. Validación del pasado. Caracas. Monte Ávila Editores, 1975.
DURAND GONZALEZ, Guillermo. Apuntes sobre la fundación de Santiago de León de Caracas y la Batalla de Maracapana. Caracas, Fundarte, 2007.
__________________, Estudio sobre el Libro de Maestros Mayores de la ciudad de Caracas de los siglos XVIII y XIX. (inédito).
__________________, Caracas en la Mirada propia y ajena. Caracas. Instituto Municipal de Publicaciones, 2008.
NÚÑEZ, Enrique Bernardo. La Insurgente y otros relatos. Caracas, Monte Ávila, 1997.

Comentarios

  1. Saludos cordiales al licenciado Durán Guillermo, a quien conocí hace años en la escuela de Historia de la UCV, 🙏 gracias por esa luces seguiré revisando Clio, saludos 😊

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