Viajando con Caracas en la cabeza y en la maleta: Turín y Valladolid dos ciudades museos. (Parte I)

Turin, octubre 24 de 2023.

Clío en Caracas
 

Viajando con Caracas en la cabeza y en la maleta: Turín y Valladolid dos ciudades museos. (Parte I)

Guillermo Durand G. VI Cronista de la Ciudad.

 

    Estas son notas de un viaje realizado por invitación de mis dos hijos que viven en  Valladolid y Turín por las razones que todos conocemos: La diáspora. Comenzare por Turín por ser una ciudad especial en el territorio de mis afectos, pese a estar en ella por primera vez. Porta Nuova es la vieja estación de ferrocarriles. De allí a la entrada de Piazza Castello deben recorrerse varias cuadras de viejos edificio con extensos corredores de ambos lados de la calle, cubiertos y  aporticado de arcadas y profusas columnas.  Es la Vía Roma que conduce al Palazzo Reale, lo mas granado de la ciudad.  Poco antes en Piazza C.L.N (Comitato di Liberazione Nazionale), me conmueve de admiración ver dos fuentes gemelas, calle de por medio, hermoseadas por el mármol y alegorías que simbolizan los ríos principales Po y Dora, cuyos causes bañan la antiquísima ciudad de Turín. Me saltan a la mente imágenes de nuestros ríos Catuche, Anauco, Caruata y el Guaire que conservaron sus ancestrales topónimos indígenas. Que hermoso sería que una muestra de ellos llegase a cada esquina de la Plaza Bolívar, deslizando sus aguas cristalinas por un caño, bajo la presencia de regias estatuas figurativas de Paramaconi, Tiuna, Guaicaipuro y Tamanaco, o cualquier otro héroe aborigen nuestro. Así su recuerdo, hoy no seria atisbos de odios a nuestra historia promovido por el gobierno de turno, sino de un absoluto respeto y gratitud con el pasado de la ciudad.

    Acompañado de mi hija Leyden y su esposo Gabriel (Gabo), conocedores de la ciudad por haber estudiado y culminado allí sus carreras universitarias, tuve la oportunidad de conocer numerosos museos, comenzando por la propia Turín, que se me antoja mirarla como el mas antiguo de todos y al aire libre. Para dar una idea de lo que afirmo, me llevaron a la Porta Palatina donde encontré la enseña de la ciudad; es decir, las ruinas de Augusta Taurinorum del siglo I y la estatua original del Emperador Augusto; pero luego fui a fisgonear en Lingotto el Museo del Automóvil de Turín, cuya colección comienza con carruajes de fines del siglo XVII y culmina con las ultimas versiones de Ferrari de la F1.  Esta urbe museística, además posee otros encantos dignos de emular, como podría ser la limpieza de sus calles producto del estricto reciclaje de la basura, y desde luego su buena gastronomía, precedida por la fama de una diversidad de platos en la que sobresalen sus tradicionales pastas y derivados, sin mencionar el café que consumen en sus avenidas, calles y recovecos, a modo de un ritual de la ciudad y un orgullo del turinés. Por mas que me resisto probar de todo aquello que me ofrecían, me vi forzado al conocido “to surrender” y obtener como premio, dos quilos adicionales a mi ya comprometido abdomen, que no tardó en mandar mensajes de alerta a mi estado de salud. Así que cerrado el pico, entonces estoicamente, hube de visitar la Basílica de La Consolata, bajo la promesa de ir en rogativa a la Catedral, como en efecto hice, para postrarme ante El Sudario, cuyo misterio, es el de contener “impreso” el rostro de Nuestro Señor Jesucristo. Allí naturalmente, hice votos para que mi envejecida salud no me abandonase. Mas palacios y museos, cafés y gelatos, siguieron tachando los compromisos apuntados en mi desahogada agenda, mientras trataba de asimilar tantas cosas juntas como atropelladas en mi provinciano espíritu del Nuevo Mundo.

    De cabezas en el Museo Egipcio, o boquiabierto en La Mole, una elevada estructura que viene siendo su contraparte en materia de cine, pero además de mirador de la ciudad, me asaltaron las indóciles escenas venidas de mis aleccionadoras lecturas del libro Reminiscencias caraqueñas (vida y costumbres de la vieja Caracas), escrito por don José García de La Concha, que tuve buen cuidado en darle un lugar en mi desvencijada  maleta de viaje para releerlo gratamente. Entonces, mientras observaba las colecciones de objetos vinculados con los rituales funerarios egipcios, o los grandes poster sugestivos de películas de Marilyn  Monroe, desfilaban por mi mente escenas de los baños de los caraqueños en la quebrada de Gamboa, donde iba el mismísimo Ilustre Americano, Gral. Antonio Guzmán Blanco, a refrescarse bajo sus cascadas sentado desnudo en un banco de cemento que mando a construir, señal ésta para escándalos y chismes en la mojigata ciudad. También recordaba los relatos escritos sobre las vacaciones de agosto en Caracas de fines del siglo XIX, que para un niño era suficiente el corral de su casa, que lo conceptuaba como una jungla o una peligrosa selva para experiencias de “aventuras extremas” Todo este asunto me hizo prometer una posible visita al Dr. Rodríguez, para evaluar a “la loca de la casa” como llamaba Santa Teresa de Jesús, a su cabeza. Fue muy grato asimismo a partir de entonces adentrarme por la historia, aunque fuese museística, de la dinastía Saboyana que según los cuentos ha de remontarse al siglo XVII hasta fines del XIX cuando hizo posible la unificación de la nación Italiana. 

    Con este interés, naturalmente, me dio por conocer el resto de museos o galerías con la inestimable ayuda de mis caros mecenas de viaje, que prestos me obsequiaron gustosamente un mapa, una tarjeta para el trasporte que lo único que exceptuaba era un avión para ir de un sitio a otro por el termino de una semana, así como otra tarjeta para franquear cualquier puerta de museo durante un año a partir de la fecha de su adquisición. Lo único que no sirvió fue el condenado mapa, empeñando en hacerme sufrir desvaríos laberínticos, cada vez que tomaba la iniciativa de ir solo a la  calle, hasta para atender el antojo de un macchiato freddo. Las siguientes visitas a los museos que hice con este objeto, fue al Palazzo Madama Cristina, pero una vez resuelto mis problemas de lateralidad o de orientación geográfica, gracias a que lleve como lazarinos a Leyden y Gabo. Lo interesante de este museo es que sus colecciones muestran la historia de Turín desde la antigüedad romana hasta la época del Resurgimiento; para ello cuenta con una  Imponente edificación medieval sito en la Piazza Castello.

    Es un paseo sustancioso por el pasado turinés como quedo dicho;  exhibiciones de excelentes colecciones en su armería repleta de piezas de caballería y artillería medievales, armas de todo tipo que incluyen las de fuego y otras muchas más. En contraste con aquello, nos topamos luego con  salones de bailes, majestuoso comedor cuyos techos están recubiertos por impresionantes alegorías bien pintadas o en artísticos relieves que exhiben boato y destreza artística. Le siguen galerías de retratos de los aristócratas saboyanos, muy distanciados de las momias romanas que descansan  anónimamente cerca de restos de objetos de la cotidianidad de aquellos tiempos, que se hayan en el sótano del castillo fortaleza, a la que le sirve de anfitrión y a la vez de sepultura a una época importante en los anales de esa ciudad. Claro que de inmediato, los mecenas dirigieron mis pasos al Museo Nacional del Resurgimento, levantado para perpetuar el recuerdo de la unificación política de Italia en 1861. Allí testimonian este acontecimiento, que incluye un periodo de mayor amplitud que va desde la invasión francesa de 1706 hasta la creación de la República Italiana en 1946, el hemiciclo original del parlamento subalpino de 1860, donde hubo de debatirse el destino de Italia por parte de Vittorio Emanuele II, Camillo Cavour y Giuseppe Garibaldi y el resto de los representantes políticos de la Italia unificada. Cuadros y más cuadros de estos personajes, bustos y estatuas ecuestres de Vittorio Emanuele. Más pinturas épicas alusivas a lo ya alusivo.

    Viajo en el Metro cuya particularidad es ser totalmente automatizado, lo que quiere decir que prescinde de conductores. Procuro subir al primer vagón para cerciorarme y dar crédito de la novedad. En efecto, solo miro una cabina vacía, y por el reflejo del vidrio, mi catatónica sonrisa y una boina vasca que llevo en mi cabeza por bondad de Gabo. Para concluir, con este asunto de las visitas culturales al pasado de Turín, básteme referirme brevemente al Palacio Real localizado a las afueras de la ciudad, que era utilizado por los Saboyas y la clase aristocrática, para las actividades de caza en el siglo XVIII. Construido en 1729 por Filippo Juvarra, llevo el nombre de Venaria Reale. Se trata de un inmenso palacio al estilo barroco y amplios jardines, que sirvió de inspiración para levantar el Palacio de Versalles. Según leo y veo, posee 137 habitaciones cincuenta de ellas decoradas con obsesivo lujo, prevaleciendo la pintura en sus plafones con hojilla de oro y el mármol en los pisos. En sus tiempos un tupido bosque servía para la caza de ciervos y sus enormes jardines, fueron del deleite de la aristocracia. Este inmenso palacio fue símbolo de la arquitectura del siglo XVIII. Ya a principio del pasado siglo XX, esta residencia se encontraba en la más absoluta ruina y abandono. A mediados de esa misma centuria se emprendió su rescate y restauración hasta culminar felizmente los trabajos. Este monumento fue declarado hace algunos años por la UNESCO, Patrimonio de la Humanidad. El Aula Magna de nuestra Universidad Central, es también un palacio pero del saber y la cultura, que le fue conferido ese honroso titulo de Patrimonio de la Humanidad otorgado por la misma institución, afirmo pensativo y orgulloso, mientras miro las fuentes de los jardines hacer un espectáculo de elevados chorros de agua, sincronizados con música instrumental que incluía una canción famosa de Gloria Gaynor.  

    Ahora descendiendo al mundo de la vida humana y profana de la que también esta hecha la ciudad, he de referirme a otros sitios que se acomodan mas a mi modo de vida, como el legendario Café Al Biccerin, que desde 1763 viene encarando con éxito los quisquillosos gustos de los turineses por la caliente y oscura infusión. Sus orgullosos propietarios tienen por todas partes la novela “ll Cimitero di Praga” de Umberto Eco, donde el laureado escritor hace referencia al celebrado café turinés, situado al frente de la Basílica de La Consolata. Otra visita importante, fue el haber conocido el Politécnico de Turín y su Facoltá di Architettura, donde hicieron carrera profesional mi hija y su esposo Gabo. Son dos estructuras, una muy moderna para aulas de docencia que comparten con la Escuela de Ingeniería; la otra es un viejo palacio dieciochesco que sirve de sede administrativa de la universidad, situado justamente a un costado del Parco de Valentino en las riveras del rio Po, lugar muchas veces por mí recorrido en el silencio de los inocentes. Por fin pude conocer la universidad donde están unos de los mejores sueños de mi hija, como fue el de titularse de arquitecto en esa ciudad de Turín, como el de contraer nupcias con el ahora mi yerno Gabo de nacionalidad mexicana. Hay una leyenda en la ciudad llamada “El dedo de Colon” que consiste  en enganchar el meñique en ese dedo  para atraer la suerte en los exámenes universitarios. Esta figura que se encuentra incrustada en la pared del pórtico situado en Piazza Castello, es muy concurrida por los jóvenes estudiantes. Otra costumbre también muy difundida, es pararse sobre un Toret (Torito) que esta en el piso de esos pórticos, bajo  el convencimiento que eso proveerá de fortuna y salud, además de regresar a la ciudad. No tenemos nada  parecido en Caracas,  porque con la “revolución” todo hay que dejarlo en manos de Dios.

    Un momento grato entre todas las gratificantes atenciones que me brindaron, podría ser cuando visitamos la Pizzería Manhattan, ubicada en la periferia de la ciudad habitada en su mayoría por proletarios italianos e inmigrantes desposeídos. El concepto es un lugar para comer y escuchar música de Rock and Roll. Pintoresco y recóndito, este sitio es mezquino con el día pero durante las noches se excede en ofrecer los mejores platos de la comida popular italiana, hechos con buen gusto y servidos en humeantes y grandes sartenes, cuando se trata de pastas, o en gigantescas bandejas, si el caso es de pizzas de tamaño familiar. Traspuesta una pieza donde se puede ver la cocina y el movimiento agitado de los que allí laboran, nos conseguimos con un bonito y amplio patio con piso de arena y coronado por unas ristras de bombillos unidas a las ramas de unos arboles. Abajo esta animado y colmado su espacio por muchos comensales parlanchines, hambrientos y alegres. Mi impresión fue que se estaba celebrando la fiesta de Fin de Año a la manera caraqueña. Aquello fue contagioso, pues parecía estar entre familia o con los mejores amigos. Una y otra cosa es difícil de separar y darle identidad propia. Veía a todas partes, aunque era un poco difícil la movilidad, por la gran cantidad de personas sentadas en largos bancos, mientras en estrechas mesas, hablaban,  comían y bebían cerveza y vino tinto. Al rato llego nuestro condumio en dos sendos sartenes repletos de pasta corta en una apetitosa salsa coronada de mucho queso parmesano. Uno era “Paccheri al forno gratinati” y el segundo “Penne alla siciliana.” Fue necesario solicitar nueva ronda de cervezas para intentar alargar la alegría de vivir esos momentos de compartir familiar. Los comensales eran hombres y mujeres en su mayoría italianos, aunque había naturalmente latinos y africanos. Mi imaginacion me transporto al momento en el que Francis Ford Coppola, filmaba una de esas escenas de la película El Padrino, inmortalizado en la novela de Mario Puzo, donde todos bailan, comen y hablan a la vez,  corretean en desorden los niños durante la celebración del matrimonio de Connie, la única hija de Vitto Corleone. Salgo de mi absorto y regreso a la realidad con la idea de tomar el bus rumbo al hotel donde nos alojamos. Allí en las  mañanas puedo ver desde la ventana, a lo lejos Los empinados Alpes, y en las cercanías a uno de los dos rascacielos de Turín, construido en acero y vidrio, llamado Intesa SanPaolo por albergar a la banca privada del mismo nombre. También para el recuerdo, fue haber visto una  tormenta eléctrica por largo rato curiosamente en un cielo despejado. 

    Turín por ser una ciudad museo nada se construye y casi todo se restaura. En Caracas en las décadas de los cuarenta al sesenta del pasado siglo XX, se hizo todo lo contrario; o sea se reurbanizaba en su casco histórico, dejando muy pocos monumentos en pie. Eso es lo que pienso mientras me dirijo a comprar al mercado publico más cercano que ocupa las calles en una longitud de unas dos cuadras. Yo por si acaso a todos le digo 'ciao', y me parece genial esta palabra que en italiano es hola al llegar y adiós al irse, mientras que para nosotros solo significa adiós al irse. Así que mientras saludo también estoy despidiéndome. Verduras y frutas era la encomienda confiada bajo el compromiso de conseguir el camino de vuelta. Allí los precios son bajos y los productos variados, algo que facilita al turinés llevar una vida sin los apremios y los espasmos  de la especulación, la escasez, la inflación, reduflacion y bajo poder adquisitivo que oprime a la  gran mayoría de los caraqueños. Regreso con esos contrastes ocupando mi cabeza y maquinando una solución posible. Pero: ¿cuando? El mercado central otra cosa. Es el más grande de Europa ocupando un perímetro de más de dos cuadras en redondo y se llama Porta Palazzo. Son dos edificios, uno moderno destinado a la venta de pescados, carnes, quesos y las conocidas longanizas, con pequeños restoranes que incluye la venta de pizzas y variedad de platos tradicionales. A la vista vemos unos inmensos silos de la antigüedad romana, cuasi enterrados, que fueron restaurados luego de ser descubiertos, por el cual se accede por unas rampas que bajan al sitio. El otro edificio es antiguo usado para el abasto de otras mercadurías. A cielo abierto vemos a los tenderos en toldos multicolores, vendiendo verduras, frutas y misceláneas en un remolinar de gentes que acuden allí todos los días menos los domingos. Me llevan a un pequeño negocio de venta de fritangas de pescado, crustáceos y mariscos; nos decidimos probar y resulto una sensación. Servidos en cucuruchos de papel absorbente, hube de comerlos con una buena cerveza muy fría en las cercanías de  la estatua del Emperador Augusto, quien mantuvo su distancia e indiferencia con la plebe, mientras nos deleitábamos con nuestra exquisiteces del mar. Hay además venta de ocasión de muy diversos objetos que pueden resolver desde a un anticuario malcriado hasta quien busca ropa, enseres y zapatos usada. Hay de todo y para todos. Existe una tienda especializada en la venta de casi todos los licores del mundo. Turín no es solo conocida en el mundo por el vermouth inventado en 1786, también sus vinos han adquirido cierta fama como el Barolo, Barbaresco y el Moscato entre otros. Reconozco que no estaba familiarizado con ninguno más alla del Asti Spumante y el conocido Chianti vinissimus de la Toscana.

    Me entretuve en mis ratos de ocio viendo una serie de Neflix de origen ingles The Black Mirror, que aborda el tema de la sociedad vulnerada por la inteligencia artificial (IA). Discuto el asunto y surgen interesantes conversaciones con mi yerno, quien reconozco me lleva una generación de ventaja en la materia, porque su trabajo le exige el uso frecuente de esa herramienta. Promete ilustrarme. Ya es tiempo de “enguacalar” mis macundales, por acercarse el momento de la partida de esta ciudad mágica. Ya en el aeropuerto, observo a un funcionario local negarles tozudamente el abordaje a unas señoras de nacionalidad argentina que no entienden el porque; al escucharnos hablar en español, acude a nuestra ayuda. Se la ofrece Gabo en lo que pueda hacer, puesto que habla un impecable italiano para entenderse con el imperturbable despachador. Al rato las veo felices y relajadas dentro del avión.  Ahora entiendo el viejo refrán napolitano, referido al modo de los turinenses que reza a la letra: “Il Torinese, falso e cortese” To be, continued… 

 



Imágenes de las fuentes alusivas al Po y Dora. Realizadas por Umberto Baglioni en 1936 en la Piazza C.L.N.

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