La Navidad Caraqueña: Los signos perdidos de su tradición en el siglo XX


          Cuando Caracas se hace cosmopolita hacia la segunda mitad del siglo XX y en su seno hormiguean casi un millón de habitantes, según indicaba la placa alusiva sobre este hecho que fue colocada en 1955 en la entonces recién inaugurada Plaza Diego Ibarra, al este de las emblemáticas y relucientes Torres de El Silencio, la navidad en la ciudad se disponía a dar un salto cualitativo en cuanto a su significado como tradición ancestral y festiva. En lo que restaría de este siglo algunos signos que habían hecho su aparición en la centuria precedente, llegarían a su máxima representación para desaparecer luego gradual o súbitamente, al surgir nuevos refrentes en calidad de sustitutos simbólicos, en un proceso de causas y efectos de cambios renovadores de la navidad, cuya dinámica, en lo fundamental, no modificarán la primigenia esencia de esta tradición popular, surgida de la iglesia católica apostólica, como símbolo universal que conmemora el nacimiento de Jesús de Nazaret, iniciador de una nueva Era Histórica basada en los principios o valores del amor, la paz, la fraternidad y la prosperidad de la humanidad. Esto es la viva expresión del espíritu de la navidad que, sin dejar de ser nueva, se hace eterna.

          El afamado escritor norteamericano Mark Twain, en una ocasión sentenció: “me gusta el progreso, no los cambios.” Ese es precisamente el dilema que arrastra consigo toda sociedad que trata de mantener, inconscientemente, sus tradiciones ajenas al ritmo de las transformaciones del tiempo histórico. Nuestra navidad como tradición arraigada en Caracas desde mediados del siglo XVII hasta nuestros días, es quizás una de las costumbres culturales que más se ha reinventado, sin la necesidad de abandonar su esencia, aparentemente incongruente, de espiritual y festiva. Sin ahondar en el principio que establece que los opuestos se atraen, pensamos que la constante renovación de la navidad, es lo que ha permitido mantener su espíritu y significado con el paso de los tiempos. Hay un velo de nostalgia de cada generación pasada, que no le permite comprender y aceptar del todo, el porqué de los cambios de las cosas que para ellas fue vital como signo de satisfacción de su existencia. Probablemente se encuentren más identificadas como albaceas, que como renovadoras de las sacrosantas costumbres. El mensajero de estos cambios atribuidos a la modernidad, se hace presente en las nuevas generaciones más proclives a aceptar cambios, por más aceradas que estén las costumbres y valores culturales. Lo novedoso termina por desplazar lo accesorio que acompaña lo viejo conocido. El hecho de no verse comprometida la esencia de la tradición cultural, entonces entusiasma la transformación del entorno periférico de las costumbres, tal como aconteció en las fiestas decembrinas en nuestra ciudad. Por demás, no debe perderse de vista la fuerza de la carga espiritual que representa la navidad en la sociedad, que aún tiene mucho por decir, en cuanto a que no todo son eventos de diversión, sino también devoción de parte de quienes practicamos el ritual. Dicho de otra forma, cada época tiene su particular forma de practicar sus tradiciones culturales, y en cada una de ellas ha de advertirse su afición, devoción e ingenio para renovarla hasta llegado un punto en que se hace notoria la amenaza de desconectarse de sus raíces de origen, Esto sería entonces el remplazo absoluto y la ausencia de la memoria histórica.   

                 La percepción de la pérdida de los símbolos y ritos de la navidad en Caracas, ha venido acompañada de simulaciones y solapamientos que sólo advierten los que reparan en pérdida a modo de un “luto” generacional. Los que practican con desenfreno lo novedoso en esta fiesta pascual, no acusan sino su regocijo y alegría bajo el convencimiento que siempre ha existido tal novedad, sin advertir la posibilidad del peligro de su disipación. Si fuese a adoptar el criterio de la narraciones y descripciones para explicar este proceso, nos veríamos en las circunstancias de hacer una tarea tediosa por su extensión, o cuando menos, no aconsejable para un simple ensayo como el presente. Esa labor en cierta forma ya fue cumplida a satisfacción por los cultivadores del género costumbrista y las crónicas, avocados al estudio del llamado “color local.” Dicho esto y siguiendo el principio de la síntesis histórica, solo referiré los casos más emblemáticos que sirven de ilustración de lo que llamamos “salto cualitativo” de la navidad en los cambios registrados a partir de la segunda mitad del pasado siglo XX, dejando al final sólo el registro de una lista de eventos que estuvieron vinculados a la esencia y dinámica de las fiestas pascuales, que fueron del deleite en toda la ciudad y que algunos sobrevivientes de todo aquello, aún suspiran bajo el recuerdo y la convicción de que “todo tiempo pasado fue mejor.”  

         La década de los años cincuenta del pasado siglo XX, representó el mayor auge de prosperidad económica que se hubiese registrado hasta entonces en el curso de nuestra historia contemporánea. La ciudad por esta razón, era una de las urbes más dinámicas suramericanas que atraía y absorbía las novedades y tendencias que ofrecía el mundo occidental en sus más diversas manifestaciones. La tradición navideña fue una de estas costumbres culturales que recibió el influjo de la novedad, bien para consolidar lo ya conocido, o para innovar con símbolos que habían estado ausentes de nuestra tradición pascual. Lo primero que puede servir de ejemplo en el particular, fue la expansión y consolidación del árbol de navidad que vino acompañado de nuevos artilugios que le servirán de adornos. Un intenso tráfico de importaciones de árboles navideños provenientes de Norteamérica y Canadá, saturaron el comercio del centro de la ciudad que satisfacía la demanda desenfrenada de los caraqueños, que además se proveían de los correspondientes adornos que incluía estrellas de Belén, luces intermitentes, resinas para simular copos de nieve y un sin número de figuritas de la admiración de las amas de casas que comandaban los preparativos de las fiestas decembrinas en sus hogares.        

          El árbol de navidad, sin embargo, no era un símbolo desconocido en la ciudad, pues hemos de recordar que su introducción ya se había verificado en la época del llamado guzmancismo que cubre el periodo de gobiernos del Ilustre Americano Gral. Antonio Guzmán Blanco entre 1870 a 1888. Su adopción se produjo por influjo de esta costumbre europea en el seno de familias adineradas, compuesta por caraqueñas y extranjeros que se habían radicado en la ciudad. Lo más natural fue entonces exhibir como señal de distinción social y cultural, arbolitos ataviados de adornos alusivos a la navidad a la manera inglesa, francesa, alemana o danesa. La restringida presencia de este símbolo navideño en los hogares de la clase adinerada, paulatinamente ira ganando espacio en otras capas de la población, al posibilitar su adquisición en las casas de comercio extranjero existentes en el “París de un solo piso” como era denominada la ciudad en estos tiempos de renovación urbana y social guzmancista.  Muy por el contrario a lo que se piensa, la introducción del árbol de navidad en estos tiempos, era un hecho novedoso también en Europa que apenas cobraba vida en Inglaterra, Alemania, Francia y marginalmente al norte de España (Catalunya). Nuestra navidad que había estado confinada a la influencia hispana, sólo hacia exhibición de los nacimientos que había introducido el Rey Carlos III en España en el siglo XVIII, que fue asimilado en Caracas, primero con marionetas, que se presentaban en los corrales de las casas como divertidas comedias que fueron prohibidas por las autoridades eclesiásticas, y más tarde con figuras de bulto tal como la conocemos hoy. Ya antes en el siglo anterior, habían hecho lo propio condenando las llamadas chanzonetas, consideradas impuras y profanas, especie de danzas y cantos donde sin duda está el origen de nuestras parrandas de aguinaldos, que se exhibían en las calles de la ciudad en los tiempos de navidad y de unánime aceptación de la plebe caraqueña. Mayor tolerancia tuvieron las autoridades republicanas, al permitir los nacimientos que se representaban en vivo en los teatruchos de la ciudad de las esquinas de Maderero, El Cují, Aguacate y Quebrada Honda, cuyos personajes bíblicos eran representados por conocidos menestrales populares poco duchos en las tablas, y proclives, por lo tanto, a olvidar sus libretos. Las equivocaciones se convertían entonces en el acto central que hacían reír de lo lindo a los asistentes atraídos por las burlas que podían proferir por las torpezas de los improvisados actores de comedia.

           Estos nacimientos vivientes desaparecerán del escenario cuando la ciudad comience su modernización y los pesebres, belenes y jerusalenes, encuentren refugio, admiración y respeto en los hogares de los caraqueños. Fue precisamente en las navidades de 1955 que se encienden las alarmas que advierten estar en peligro su existencia, por la presencia masiva de los arbolitos de navidad importados como quedó dicho. Una anécdota de esta situación, es que el conflicto hubo de hacer tablas tras la intervención del párroco de la iglesia de San José, que se le ocurrió hacer un concurso de nacimientos en la parroquia que tuvo mucha acogida y apoyo de la prensa capitalina. En esta misma circunstancia se vieron involucrados los españoles en 1930, tras la cual debieron plantar cara los defensores de las tradiciones locales, a los que introducen los arbolitos de navidad en menoscabo del tradicional belén. Si bien puede hablarse de novedades de símbolos navideños, cuando son incorporados a los ritos ya existentes, lo más correcto sería afirmar que se trata, por lo general, de adopciones o asimilaciones de viejas enseñas navideñas, diseminadas en el mundo occidental durante siglos, bajo el influjo de la iglesia católica apostólica y otros cultos de fe que comparten la celebración del nacimiento de Jesús histórico. Los signos más emblemáticos de la navidad desde luego son la Noche Buena, el Año Nuevo, el Nacimiento, el Arbolito, los Reyes Magos y adicionalmente, las figuras de Papa Noel y San Nicolás, vinculados con la protección de los niños y los obsequios de juguetes. El lado espiritual de esta tradición, estaría simbolizado principalmente en las misas de Aguinaldo, la del Gallo y el día de los Santos Inocentes.

           Prescindiendo de lo consagrado por los dogmas de la iglesia, en Caracas de fines del siglo XVIII y por iniciativa de Miguel de Jauregui, se dio inicio cada seis de enero a la celebración de los Reyes Magos en su casa de la esquina de Camejo, según nos reveló el cronista Lucas manzano. Esta fiesta siguió su curso hasta convertirse en una auténtica tradición a la que asistían en la primera mitad del siglo XIX, los presidentes de la república. Ese día tres connotados caraqueños se disfrazaban de Melchor, Gaspar y Baltazar y preparaban discursos alusivos y repartían golosinas como acto de cierre de la navidad. Este espectáculo era conocido en la ciudad como “La Bajada de los Reyes” el cual pasaría a ser representado en sitios populares distintos a la esquina de Camejo. Se cree que la última representación de estos actos tuvo lugar en la Urbanización 2 de Diciembre a finales de la década de los años cincuenta del pasado siglo; es decir, antes que la localidad fuese convertida en parroquia bajo el nombre de 23 de Enero. Hoy los personajes míticos de los reyes son poco celebrados en Caracas, mientras que en España es una fecha esperada del deleite de los niños que reciben sus juguetes en sus hogares y fiestas públicas cada 6 de enero. En Caracas la entrega de obsequios a la infancia, son los 24 de diciembre por la “intermediación” del Niño Jesús. Esta tradición si bien hubo de aparecer en tiempos guzmancista, no se extendió sino hasta después de 1936, cuando la Ley del Trabajo consagró la entrega de utilidades o aguinaldo a la clase trabajadora, lo que sirvió para estimular las compras de juguetes, estrenos, regalos y cubrir los gastos de las cenas de Navidad y Año Nuevo. Claro que el largo período democrático terminó por consolidar estas conquistas, ampliando el nivel de vida y de consumo de los venezolanos.

          Los aportes que los caraqueños han dado a la tradicional fiesta navideña en la ciudad, son de diversa naturaleza. La más connotada ha sido la hallaca que después de pasar un proceso transformador en sabores, se alojó en la memoria gustativa de los caraqueños tras lograr una versión que la hace única. Este proceso está plenamente consumado a fines del siglo XIX y desde entonces es el principal plato que compone la cena navideña, acompañado de la ensalada de gallina, pernil horneado o jamón crudo; en cuanto al postre navideño ha de incluirse el dulce de lechosa verde, que al parecer hubo de sustituir al cabellodeangel que fue del deleite caraqueño hasta principios del siglo XX. En segundo lugar, como invención culinaria, “made in Caracas” habría que referirse al pan de jamón, que fue creado en la panadería Ramella en 1905, sin precisar el lugar exacto de su origen; es decir, si fue en la de la esquina de Las Gradillas o la situada en la de Solís. Poco antes el farmaceuta Eleodoro González P., introdujo el Ponche Crema que es una bebida imprescindible en nuestras fiestas de navidad, a despecho del whisky el champagne que no tienen carta de naturalización. Es indudable que la prosperidad en sus momentos puntuales, empujaron a la celebridad a estos géneros surgidos del talento de sus creadores y la casualidad de las circunstancias. Dentro de los aportes singulares de la ciudad, ha de referirnos al Cañonazo, peculiar modo con los que los caraqueños anunciaban el Fin de un año y el comienzo del nuevo. Se trataba de salvas de artillería desde el cuartel San Carlos o las instalaciones de la Escuela Militar de La Planicie. El estruendo era escuchado en toda la pequeña ciudad como señal para el abrazo de Año Nuevo y procurarse buenos deseos. En la Plaza Bolívar se congregaban la gente para esta celebración que también anunciaba el reloj de la catedral y entonaba el himno nacional. Seguían abrazos y llantos. Los adelantos modernos de la radio y luego la televisión, acabaron con este ritual en la década de los cuarenta del pasado siglo XX, como también hubo de esfumarse la fiesta alusiva que se realizaba en El Paseo del Calvario, la gran terraza de Caracas de aquellos tiempos, donde podía verse la ciudad en toda su extensión. Era precisamente desde El Calvario, donde se hacía exhibición de los juegos pirotécnicos de la navidad, cuya práctica al hacerse extensiva en toda la ciudad, trajo muchas desgracias. La última que se recuerde fue en la esquina de La Hoyada en 2002 donde perdieron la vida muchas personas al estallar un almacén clandestino. Desde los lejanos tiempos coloniales se ha venido prohibiendo el uso de estos explosivos, su longevidad hasta hoy, nos da una idea de la eficacia de esas medidas pese a reconocer que su práctica ha amainado. Parcialmente a principios del siglo XX fue dada de baja la celebración del Día de los Inocentes en su versión de representaciones en vivo, en el entonces pueblo de El Valle. El espectáculo era algo grotesco, pues usando vejigas de animales muertos, simulaban el degollamiento de niños ante el horror y a veces enfermiza complacencia, entre los asistentes a esos actos bastante concurrido los 28 de diciembre que es el día para festejarlo. Nadie hubo de extrañar tal espectáculo ya que fue sustituido por los juegos pesados, tras lo cual expresaban entre risas, “caíste por inocente. Los caraqueños son muy dados a las bromas de mal gusto, porque está acostumbrado a aceptar las chanzas de cualquier naturaleza. Ello es lo que explica que hasta hoy encuentre afición esta celebración en la ciudad.

          Otra costumbre bajo amenaza de extinción, es la leyenda de Pacheco que es conocida desde los primeros años del siglo XX, para señalar la entrada del frio en la ciudad en el mes de diciembre. Muchas son las versiones, pero la más aceptada se refiere a un vendedor de flores de Galipán en el cerro del Ávila llamado Antonio Pacheco, que anunciaba las gélidas temperaturas cuando bajaba a la ciudad a vender sus flores en el mercado de la Plaza de San Jacinto. Este sitio por cierto fue el lugar preferente para confeccionar las tarjeticas de navidad usadas para los regalos y desear buenos augurios; También tarjetas para anunciar las visitas que se hacían familias y amistades los 25 de diciembre o el 1 de enero. Muchos fueron los artesanos que, armados de pequeñas imprentas, se dedicaban a este rentable negocio solo en diciembre naturalmente. También se afirma que imprimían en hojas sueltas, las letras de aguinaldos picantes y satíricos de los parranderos que, desde la esquina de Padre Sierra, ofrecían sus servicios a las familias que querían alegrar sus hogares por estos días con aguinaldos, para entonces todavía era costumbre el que se anunciaran con un estruendo de trabuco, de allí su nombre de “cañoneros.”  Entre finales de los años cuarenta y el curso de la siguiente década, se fueron extinguiendo estas manifestaciones navideñas al transfigurarse Caracas en una moderna ciudad, que ofrecía aparentemente, prosperidad para todos. Pero mientras la curva del descenso marcaba la decadencia de estas manifestaciones caraqueñas, otras venían en franco ascenso. Por ejemplo y particularmente el caso de los jóvenes, hubo un frenesí por la práctica de patinar en las plazas y calles públicas. Los más emblemáticos fueron Los Caobos, Plaza Carabobo, La Concordia y los espacios del Paseo de Los Ilustres y de Los Próceres. Provistos de los patines Winchester, Unión y otras marcas menos conocidas, la juventud deliraba y aullaba haciendo de las suyas en estas concurridas patinatas en las friolentas madrugadas, ingiriendo licor y comiendo arepitas dulces con anís; entre tanto, sin excepción, los padres quedaban durante diciembre en modo de terror, ante esa moda llegada a Caracas hacia los años veinte del pasado siglo. Su extinción se verificó en los años noventa, al no prosperar la innovación de los patines en línea.   

          Otros eventos o artilugios que no volveremos a ver o disfrutar, son las parrandas por los barrios y urbanizaciones populares, las tarjeticas de los obreros del aseo urbano reclamando “su tradicional aguinaldo,” algo reprochable porque recibían como servidores públicos ese beneficio; las tarjeticas con motivos navideños y escarchas para los regalos, donde solo se indicaba el nombre del agraciado y el obsequioso en los espacios para ese propósito. También los calendarios o almanaques que indiferentemente llevaban escrito: el deseo de unas “felices Pascuas y un Prospero Año Nuevo”. Ningún negocio e institución que se hiciese respetar, dejaba de obsequiar estos almanaques; los más populares eran los que se daban en las tintorerías y panaderías caraqueñas. Los explosivos de baja intensidad, también perecieron como los peligrosos salta pericos, tumba ranchos, triqui traqui y las “inocentes” luces de bengala. Estos fueron los años dorados para pintar sus casas los caraqueños; su alto poder adquisitivo en los años sesenta y siguientes, los libró de las asbestina, un polvo hecho a base de cal coloreada de poca eficacia de adherencia. Esta costumbre devino de la obligación de pintar los frentes de las casas para exonerarse de los impuestos municipales a fines del siglo XIX. Pintar los hogares en navidad se convirtió luego en un signo para la buena suerte.  Los problemáticos adornos de los árboles de navidad, fueron también sustituidos por otros más eficaces y moderno, lo que incluye el mismo arbolito, aunque quedó la opción de comprarlo natural. Atragantarse con las uvas en Caracas, devino luego que Andrés Eloy Blanco, compusiera su elocuente poema “Las uvas del tiempo” en 1923. Este largo verso que en Caracas se hizo costumbre escuchar por la radio cerca de la media noche del 31 de diciembre entre llantos y ahogos, lo compuso el laureado poeta cumanés, estando en Madrid para recibir un prestigioso premio por su trabajo “Canto a España. Se dice que perdió el barco que lo traería de regreso a Venezuela, y por tal razón, en la celebración del Año Nuevo en Madrid, al ver aquel zafarrancho festivo, nostálgico compuso “Las uvas del tiempo” dedicado a su madre ausente. Es muy interesante saber que los madrileños, consumían doce uvas un minuto antes de culminar el año, para protestar que la burguesía española, imitando a la francesa, hacían cenas privadas suntuosas la noche del Año Nuevo. El caraqueño aún sostiene esta costumbre sin saber el porqué de ello. El día del “Espíritu de la Navidad” es otro signo de reciente data que “invocan” los caraqueños cada 21 de diciembre para solicitar favores, escribiéndolo en un papelito que esconden prudentemente de entrometidos y curiosos. En los primeros minutos del Año Nuevo proceden a quemarlos para que puedan cumplirse sus deseos. Desconozco su origen, pero si que fue introducido en la década de los noventa del pasado siglo XX. El “paseo de una maleta” por fuera de la casa, es también otro ritual practicado desde los años noventa. Tal vez su manifestación esté en proceso de extinción, por lo imposible que es salir del pais y conseguir un pasaporte.

           En materia musical siguen vigentes los infaltables villancicos, aguinaldos, gaitas, el disco de Cantares de Navidad de La Billo´s Caracas boy, la canción de Raquel Castaño, “Mamá dónde están los juguetes” y “Faltan cinco pa´ las doce” interpretada por Néstor Zavarce. Curiosamente estos temas fueron de 1964. Siguen vigentes el tema “Yo no olvido el año viejo” compuesta por el colombiano autodidacta Crescencio Salcedo e interpretada por Tony Camargo en 1953. Dijeron adiós a Caracas los emblemáticos Tucusitos y Las voces blancas, clásicos intérpretes de aguinaldos y villancicos; del mismo modo que las llamadas “gaitas de las locas” de Joselo y Hugo Blanco, que hoy seria motivo de seguras demandas.

          Esta dinámica que caracterizó las navidades de nuestra ciudad en la segunda mitad del pasado siglo XX, la que sin duda contenía mucho de lo que había sido en el siglo anterior, expresó su significado histórico en términos de conservar la tradición de origen, sin renunciar a sus deseos de complementarla o reinventarla con el ingenio y el buen humor que son las insignias de identidad que nos caracteriza como caraqueños. Se trata de una tradición que lleva entre nosotros más de tres siglos, de los cuales hemos dado cuenta de su historia de los últimos cincuenta años que fueron los que pusieron fin al milenio en nuestra ciudad. Lo preocupante es que esta tradición se ha visto zozobrar y a punto de irse a pique en Caracas en las dos últimas décadas. Las navidades se han convertido como se calificó en el programa de Román Luzinski por Unión Radio, en la “fiesta de la desigualdad,” al quedar excluidas las clases populares de esta tradicional celebración. Empobrecida brutalmente por un régimen que se dice de “la clase obrera, incluyente y revolucionario”, aniquiló toda posibilidad a que nuestras navidades vuelvan hacer lo que fueron. El asunto es sencillo como cruel, la navidad tiene un costo económico que ahora no pueden cubrir los caraqueños que deben sobrevivir de 23 dólares mensuales en promedio. Ha de recordarse que el “Día de los Inocentes,” no es extensivo a todo el año 2023, y aún menos, a estas dos últimas décadas donde se ha verificado el desmontaje sistemático de los signos de la tradición navideña caraqueña. En conclusión, en estos tiempos de revolución, es cierto que nuestra tradición de la navideña aún respira, pero en agonía.

FELIZ NAVIDAD Y QUE LA PROSPERIDAD EN EL 2024, SEA SINÓNIMO DE CAMBIOS BIENAVENTURADOS EN EL PORVENIR PARA TODOS LOS CARAQUEÑOS Y VENEZOLANOS, SON LOS SINCEROS DESEO DEL VI CRONISTA DE LA CIUDAD, SUS HIJOS Y LA FAMILIA TODA

 

 Jovencitas patinando en el parque de Los Caobos. Caracas, circa: 1920.
 
 

Guillermo Durand G. VI Cronista de la Ciudad.

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